Esta semana
hubiera cumplido 77 años el gran Burke.
Para
muchos, la muerte del gran cantante de Soul, Salomon Burke, fue la lacerada
muerte de una parte de nuestros recuerdos, de un golpe seco en nuestro
imaginario, como cuando cayeron Enrique Urquijo o Antonio Vega.
Su vida había
deambulado por caminos de tierra, y hasta de lodo, en una tendencia a lo obscenamente
desmesurado, que se hizo en su día muy palpable en Elvis. Pero su oronda figura
no ocultaba su genio, aun intacto, e incapaz de defraudar a cualquier amante de
la música, no del ruido, que es lo que prima en las nuevas figuritas.
Excentricidades
a parte, Burke seguía siendo el sello y bandera de los años dorados de la
música soul, un genio consagrado gracias a sus cualidades vocales y su obra,
todo un monumento a los sentimientos y a la fuerza y el coraje de la música
negra.
Socarrón y
sublime, exquisito como un manjar, Burke poseía facultades vocales al alcance
de nadie, lo que le permitía llevar a cabo interpretaciones plenas de clase,
llenas de pasión y exultantes de vitalidad. Había sido un pionero del soul,
creando un cancionero de autentica leyenda, que había despertado sentimientos
intensos, aunque encontrados, en el mercado musical (que palabra más fea).
Nunca alcanzó el renombre ni el aplauso de los mas media, que obtuvieron otros,
con quizá menos talento, como Sam Cooke, Otis Redding, James Brown o Wilson
Pickett. Aunque sus últimos años habían sido testigos de un cierto
reconocimiento, forzado por el homenaje, partitura en mano, de gentes como Bob
Dylan, Van Morrison, Tom Waits, Elvis Costello, Brian Wilson o Nick Lowe, que
habían hecho suyas, algunas de sus músicas.
Burke había
nacido en Filadelfia en 1940, en una familia marcada por la marcha de su padre,
y la presencia de un padrastro mediocre. Su abuela Elanor era quien, de verdad,
se había hecho cargo de su educación, introduciéndole en el mundo de las
iglesias evangélicas, un submundo tenebroso, pero muy musical, de la mano de la United House of
Prayer For All People. Los avatares de la religión americana habían llevado a
esa mujer a crear su propia iglesia, y a nombrar a su nieto sacerdote de la
misma. Una circunstancia que marcaría su vida, y de que forma.
Con doce
años, dirigía el coro de gospel de su iglesia y un programa de radio que, bajo
el nombre del Templo de Solomon, sería la plataforma de sus composiciones. La
historia se completa, como podéis comprender, con el típico cazatalentos, Bess
Berman, que tanto oír la radio, reparo en las grandes cualidades del joven
músico. Su carrera en la
Apollo Records , uno de los templos del R&B fue
fulgurante, con éxitos como Christmas Presents From Heaven (en honor a su
abuela) o You Can Run But You Can´t Hide.
Tras los
primeros éxitos, y mal aconsejado decidió abandonar Apollo, lo que le abrió las
puertas de la miseria, el vaganbudeó y el abandono. Pero en 1959 su estrella
volvió a brillar, Atlantic Records, el sello de Ray Charles y Bobby Darin, le
ficho, dando paso a la época en que Burke definiría su estilo y alcanzaria la
plenitud.
Éxitos
como, Just Out Of Reach, Cry to me o Everybody Needs Somebody To Love le
convertirían para público y crítica en el Rey del Rock’n’Soul, haciendo de él
la leyenda viva y el referente de la música negra en los sesenta. Y también un
ícono político. Su contacto con Nina Simone y con Martin Luther King, le harían
parir uno de sus grandes clásico, “I Have A Dream”, y una nueva banda Soul
Clan, dedicada a difundir la conciencia negra.
Pero los
tiempos cambian, y la música negra ortodoxa encontraría su tumba en los nuevos
sonidos funk, macarrillas y discotequeros de los años siguientes. Burke se
había quedado anticuado.
Burke
volvía a la iglesia, y a su familia, rompiendo su silencio solo para memorables
actuaciones en los pequeños circuitos del blues. Y un pesado velo le cubrió. Un
detalle, que esta semana recordaba Fernando Navarro, pese a ser el autor de la
canción principal de la película “Granujas a todo ritmo”, una oda a la música negra,
ni tan siquiera aparece en los títulos de crédito, algunos creían, incluso, que
había muerto.
Cuando en
2002, el gran Burke, con sus más de doscientos kilos reapareció con “Don’t Give
Up On Me”, un álbum donde recrea composiciones de Bob Dylan, Van Morrison o Tom
Waits, el mundo de la música se dispuso a rendirle pleitesía, y pedirle, por
favor, que girase en torno al mundo para darnos de nuevo su luz.
Sus
conciertos se convirtieron en memorables, con el gran Burke sentado en un
trono, con capa y corona, hablando con el público, regalando rosas e
interpretando como nadie composiciones clásicas, arropado por una gran banda
compuesta por sus familiares. Todo un show americano.
Hoy nos
hemos quedado para siempre sin aquellos momentos, esos retazos de música en los
que muchos hemos visto como su mirada intensa y sus labios profundos
transformaban a las personas, calando en los más profundo de nuestro ser,
haciéndonos sentir la fuerza y la ensoñación, de la música.
Nos veremos
en el cielo Gran Burke.
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