El
imaginario colectivo esta lleno, desde hace décadas, de monstruos nacidos de la
deformación de la naturaleza por la química y la física humanas. No son para
nadie desconocidas las arañas mutantes de “aracnofobia”, las pirañas asesinas
que retrató un jovencísimo James Cameron en “pirañas” o el ilustrativo, en este
caso, Godzilla, nacido de las pesadillas atómicas de los japoneses. Todos somos
conscientes de que vivimos gracias, en parte, a una desmesurada producción de
energía, precisa para responder a nuestra insaciable voracidad consumista.
Todas nuestras tecnologías para la generación de energía conllevan un riesgo.
El trasiego
y extracción de los hidrocarburos han sido, en las últimas décadas culpables de
gravísimos daños medioambientales (el último en el Golfo de Méjico). Las
eólicas producen alteraciones electromagnéticas, la maremotriz afectan a los
ecosistemas costeros y la solar genera residuos a los que no somos capaces de
encontrar solución. Pero seamos serios, ninguno de esos procedimientos de
generación de energía generan las amenazas que si produce la energía nuclear.
Nuestra capacidad de control sobre esta última fuente de energía dista mucho de
ser total.
Aun es
pronto para sacar del incidente japonés, que aun no ha concluido, conclusiones
acertadas y sensatas. Pero los primeros pasos de esta tragedia comienzan a
sembrar muchas dudas sobre la industria nuclear.
Tampoco es
cosa de poner en duda que el origen del desastre japonés no es la propia
industria atómica, sino que esta se encuentra en un hecho natural. Esto es,
como su nombre indica, algo propio del planeta en que vivimos, posible y no
descartable. Japón ha sufrido un terremoto de los más intensos y devastadores
de la historia, desde que tenemos consciencia y registro de ellos, pero no por
ello debemos olvidar que si en un lugar de la tierra eso se puede producir, ese
lugar es Japón. Según las normativas de aquel país, las instalaciones atómicas
deben estar preparadas para soportar la contingencia de un terremoto de índice
7,5. Una previsión que se ha visto superada por la realidad, y no es hablar a
toro pasado, sino que la posibilidad de una acción telúrica frecuente,
constante y de más intensidad a la contemplada en los protocolos de seguridad,
no era tan descabellada. Desatado el terremoto, la fatalidad llevó a que el
archipiélago se viera obligado a soportar un maremoto de gran dureza, que
agravó el problema.
Ante ese
cúmulo de circunstancias, se desató un station black-out, una perdida de
soporte eléctrico, vital para la refrigeración de los reactores. Pese a que las
centrales de los complejos Fukushima Daiichi (6 reactores) y Fukushima Daini (4
reactores) fueron paradas, el combustible de todas ellas, como el de cualquier
central, siguió con actividad, siendo necesaria la refrigeración constante. Y
ahí aparece otro grupo de dudas, que las investigaciones posteriores aclararán.
El sistema eléctrico secundario de baterías falló, los generadores diesel
fallaron, ya hasta el ejercito norteamericano acantonado en la isla hubo de
intervenir transportando generadores auxiliares. Este fallo múltiple ha sido el
desencadenante del llamado LOCA (Loss of Coolant Accident), un grave accidente
producido por falta de refrigerante. Ante su falta, el núcleo adquiere una
temperatura cada vez mayor, evapora el agua, genera grandes cantidades de vapor
y aumenta la presión dentro del reactor, lo que podría llevar a su estallido.
Ante una
situación tan grave, acabamos de descubrir que el procedimiento habitual, de
manual, diríamos, consiste en abrir las llamadas válvulas de alivio, lo que
implica expulsara a la atmosfera pequeñas (o grandes cantidades) de vapor de
agua mezclado con cesio 137 y yodo 131, dos elementos radiactivos, a fin de
aliviar la presión del núcleo e impedir su estallido.
No sabemos
cuantas veces, en cualquier parte del mundo, España por ejemplo, ante problemas
de este tipo, sea cual sea su causa, que no tiene porque ser un terremoto, una
compañía eléctrica ha decidido evitar una catástrofe mayor, con una,
llamémosle, “menor”.
Una
refinería de petróleo puede también estallar, y formar una nube tóxica, es
cierto. Tan cierto como que estamos rodeados, en nuestra vida cotidiana, por
miles de riesgos y amenazas. Tan cierto como que no podemos justificar un mal,
por la existencia de otros muchos. Tan cierto como que no podemos obviar que,
partiendo del hecho de que no hay energías limpias, esta, la nuclear es la que
nos plantea, en caso de accidente, los efectos más pavorosos, permanentes y
descontrolados.
Y sigo
comprendiendo que es pronto para hacer valoraciones y sacar conclusiones. Y que
el alarmismo desatado por colectivos como Greenpeace, (aun teniendo parte de
razón, y estar respaldados por el tradicional, “ya os habíamos dicho que...”),
no contribuye, en este momento, a solucionar nada. Pero estamos descubriendo en
Japón no solo un drama humano, y una amenaza para la humanidad de incalculables
proporciones, sino una opacidad informativa, hasta ahora, que nos descubre los
riesgos permanentes a los que nos exponen, sin contar con nosotros. De hecho,
las palabras del secretario del consejo de ministros nipón, Yukio Edano,
exponiendo en televisión la posibilidad de que las paredes y el techo del
edificio del reactor Fukushima Daiichi 1, podrían estar dañadas, y no ser
suficientes para detener la radiación, si se produce la fusión del núcleo, no
son tranquilizadoras.
Como no lo
es la información facilitada por Tepco, propietaria de la central, sobre los
problemas de refrigeración en otros dos reactores, Fukushima 3 y Tokai, la
existencia de una evaluación de daños en otras 14 centrales, que podrían estar
dañadas por el terremoto, las imágenes de la televisión japonesa mostrando el
aumento en los niveles de radiación detectados que salen de la planta a través de
vías como el tubo de escape y el canal de descarga, o la constatación de que
existen al menos 64 trabajadores de las centrales que han recibido una dosis de
radiación de 106 mSv, cuando el nivel admisible es de 7. Y todo eso en uno de
los países más avanzados tecnológicamente del planeta. ¿Que ocurriría ante un
problema así con las centrales indias, pakistaníes, chinas o rusas, muchas de
ellas en zonas geológicas o emplazamientos llenos de amenazas?.
Con todo,
igual el problema es que debemos reformular el debate. Necesitamos, dicen
muchos, todas las energías necesarias para mantener nuestros niveles de
producción y consumo, y aun coste asumible. Igual el debate es otro, es llegar
a la conclusión de que, en realidad, no podemos mantener los actuales niveles
de producción y consumo, y menos a los costes actuales. Que no podemos mantener
a una parte de la humanidad en la miseria para rapiñarles el coltán, el uranio
y el petróleo, que no podemos seguir permitiendo a la industria china y de
otros países este altísimos nivel de producción de porquerías de usar y tirar,
que nos obligan a consumir y gestionar toneladas de desperdicios, que no
podemos tener iluminadas nuestras ciudades, a veces, con más intensidad que la
del sol, etc. No podemos forzar la naturaleza a nuestras exigencias, sino a
acomodar nuestra vida a sus posibilidades.
Mantener
las centrales nucleares, perforar hasta los polos en busca de petróleo solo es
demorar lo inevitable, nuestro modelo energético esta en las últimas, en
cantidad, y en calidad ambiental. Y mantener los programas nucleares solo nos
lleva a invertir un dinero que no tenemos y asumir riesgos que no podemos.
Cuando esos recursos deberían destinarse ya a desarrollar e implantar
masivamente el coche eléctrico, las redes eléctricas Inteligentes (los
SmarthGrips), el desarrollo y mejora de las renovables, como las tecnologías
oceánicas o las fotovoltaicas de película fina.
Con todo lo
más importante ahora es ayudar al pueblo japonés, centrarse en salvarle del
abismo, y tomar su nota de la lección que ese pueblo, en medio de su armagedon,
esta dando a la humanidad, con su actitud, su disciplina, su unidad y su
comportamiento, realmente, para tomar nota en la vieja Europa.
Imagen
France Info
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