miércoles, 8 de marzo de 2017

De Oaxaca a Mondragón



Es una historia sencilla, pero intensa. La conocí en uno de esos canales ocultos de la deep tdt mientras cenaba frente al televisor. Se contaba la historia de una joven mejicana de 27 años, Eufrosina Cruz Mendoza.
Es la historia de una joven marginada por triplicado. Es mujer, es indígena y es pobre. Pero lo peor es que lo es todo su estado, el de Oaxaca. Un estado sumido en la opresión, el desamparo y la marginación, a medio camino entre una oligarquía con mucho morro, y el cuento chino de las “tradiciones”. Y Eufrosina ha dicho basta, y los hombres también, pero a ella.

No solo por ella, sino por toda su comunidad zapoteca, Eufrosina se empeño en no ser una mujer más, marginada, vendida por su padre y condenada a ser una animal servicial a su marido. Se empeño en que en el 90% de las comunidades del estado la mujer deje de ser una palabra inexistente. Para luchar contra tradiciones que esconden muchos intereses y monumentales injusticias y discriminaciones, Eufrosina se empeño en el pasado otoño en ser alcalde su pueblo, Santa María Quiegolani, un pueblo cortado a la medida de los hombres. La amenazaron, tiraron a la basura sus papeletas y amedrentaron a sus votantes, así que salio elegido un hombre. Pero ella tiene muchos ovarios, y muchas ilusiones para darse por vencida.

Hoy su lucha ha unido a las mujeres e incluso a hombres de muchos municipios en su lucha contra la pobreza y la desigualdad, hasta convertirse su ejemplo en el motor de ejemplos similares en otros Estados.
De momento ha conseguido la visita a su pueblo del gobernador del estado, Ulises Ruiz, a quien exigió el respeto a la igualdad, y una iniciativa legislativa impulsada por la diputada del PRI Sofía Castro, para conseguir el respeto a las mujeres y la lucha por la igualdad.
Ella es hoy el símbolo de la llamada revolución de los alcatraces, nombre de una flor local símbolo de lo de las mujeres indígenas de Quiegolani.

Desde que tenia diez años, trabajaba de sol a sol recogiendo maíz, para por la noche estudiar, aprender y saber defender sus derechos. Con once aprendió español y consiguió una beca, que acompañada de las clases que daba le permitió concluir una carrera universitaria. Hoy dedica todo eso a luchar por mujeres condenadas a trabajar de continuo, tener hijos sin cuento, verlos morir cada año y a los que viven, verlos atados a la pobreza.
Ha levantado una cooperativa, ayuda a las mujeres a leer y escribir, realiza sus trámites y las asesora, ha puesto en marcha programas de salud para ellas…. Y mira a su espalda continuamente, para evitar acabar como Lupita Ávila, asesinada tras ser elegida alcaldesa de Yolomecatl, en la costa oaxaqueña.


Su historia me ha llenado de emoción. No solo por la realidad que vive, por ser mujer, sino porque es el ejemplo de una comunidad, que amenazada, ha sabido unirse, plantar cara a su enemigo, superar la muerte de algunos de sus miembros, y no ceder, y no dividirse, y no traicionarse. Que distinto al triste espectáculo que damos en España ante cualquier amenaza. Aquí los gobernantes y los líderes sacan las navajas y las clavan por la espalda, pero al enemigo, sino a los que como ellos, están en el punto de mira del verdugo.

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