Por todo el planeta de habla hispana siguen creciendo esquinas donde la sociedad crea, piensa e intenta. Focos de cultura independiente y en libertad.
Una esquina de mi clase se ha convertido en un lugar para que cada día las palabras, gestos y sonidos broten con fuerza del espíritu de cualquiera de nosotros. Es un ejemplo a nivel de aula de la vida cultural que se vive en los barrios, la iniciativa de la gente por crear estructuras de gestión cultura. Pero al mirar nuestra iniciativa, y todas las que florecen por ahí, me hace mirar con tristeza a España, donde cada paso que los gobiernos realizan en el campo de la cultura, rara vez deja de ser un pisotón. Y con envidia a América del sur, donde la sociedad civil se abre paso, con más fuerza que en España.
La importancia que en el mundo van tomando estados como Uruguay, Chile, Colombia o Brasil, hablan de un territorio que despierta de la tortura histórica que sufrió tras las posguerras del siglo pasado. Un tormento muy asociado, pese a lo que se piensa, no solo, ni en primer lugar, al dominio económico, ni a la intromisión política. Con ser estos elementos importantes de esta situación, el déficit cultural y educacional han lastrado las posibilidades de progreso y justicia social de la región. Un concepto muy claro entre los sudamericanos que saben que la cultura, la inteligencia y la creación, siguen siendo una barrera sólida contra los amagos autoritarios que emergen en ciertas “democracias” americanas. Es por esa necesidad de defensa ante el estado y las élites, que una autentica revolución cultural atraviesa hoy el sub continente, dejando a su paso una esperanza.
Con todo, esta progresión en la socialización de la cultura sigue chocando con obstáculos importantes, entre ellos la dependencia de los planes culturales y educativos de los impulsos personales de ciertos caudillajes que dan un aire excesivamente frágil, por dependiente, de los procesos de desarrollo cultural. El hecho esta muy asociado a la desconfianza que en el americano medio producen las estructuras estatales, bien por el clientelismo que históricamente llevan aparejadas, bien por la falta de capacidad institucional, bien por el peligro de depender de organizaciones publicas inestables o bien por el miedo a que estas iniciativas escondan una intención de manipulación y dogmatización, generalmente poco disimulada.
Conocido es el caso del escritor y periodista de Alonso Salazar, un intelectual colombiano de origen campesino, que supo transmitir a su pueblo toda la ilusión y la fe en el futuro que la castigada Medellín había perdido. Tras conseguir el premio Planeta en 2003, fue nombrado por el ex alcalde Sergio Fajardo secretario de la gobernación, y en 2007, alcalde. Su inmensa labor ha conducido a la castigada ciudad colombiana a convertirse en un referente de foro de dialogo, centro cultural y ámbito creador para todo el continente, a través de una intensa labor de apoyo a entidades ciudadanas, apoyo a iniciativas privadas y creación de infraestructuras materiales, dejando su gestión en manos de la ciudadanía. Con el apoyo de grupos indígenas, clases desfavorecidas y personalidades como la ex primera dama Lina Moreno de Uribe, o el cantante Juanes, Salazar ha creado escuelas, bibliotecas, festivales, foros de debate y, sobre todo, la imagen de una cultura nacida del pueblo, vehiculo de progreso para quienes la comparten.
Un ejemplo subsidiario se encuentra en Montevideo, ciudad en la que desde 2005, y bajo el impulso del intendente Ricardo Ehrlich, florecen las llamadas “Esquinas culturales”.
Lo que han pretendido, al hilo de lo experimentado en Medellín, es potenciar los derechos culturales de la ciudadanía, impulsando su identidad y su conciencia de actores primordiales en la creación de la vida comunitaria, y no solo en este terreno, si no también en el político.
Descentralizar la cultura, integrar los barrios, promover la creación y la participación y democratizar la gestión educativa y cultural están detrás de iniciativas, que del mismo modo que la movida madrileña en su día, están provocando una explosión que abarca desde la utilización de espacios yermos de la trama urbana para potenciar el asociacionismo y la intervención educativa (de ahí lo de esquinas, en cada esquina), creación de centros culturales, especialmente en las áreas menos desarrolladas, creación de circuitos de teatro de barrio (con eje en el Ángel Curotto, el Teatro Municipal, el Teatro Peñarol y el teatro La Experimental), la puesta en marcha de grupos de barrio para dinamizar sus entornos, la cogestión vecinal de las ferias culturales, la elaboración de programas de Integración Social, el mantenimiento de una Escuela Esquinera, que forme gestores e impulsores de los programas vecinales, el fomento de espacios ciudadanos de debate o de entornos de aprendizaje y participación para adolescentes, como nuestro “circo de acá”.
Pero ni es suficiente, ni es bastante. No es suficiente en la extensión de estas iniciativas, ni es bastante en el apoyo institucional, imprescindible para su mantenimiento. Otro ejemplo se encuentra en las barriadas humildes del sur de Bogota, desde donde saltó a la fama José Alberto Rodríguez.
Su historia es la de la lucha de los desheredados por no perder el tren de la historia, que pase, inexorablemente por la educación y la cultura. José Alberto es funcionario de los servicios de limpieza de la municipalidad de Bogota. Durante los últimos años ha estado recogiendo de la basura, del olvido, centenares de libros y juegos infantiles de los vertederos, de las cunetas y de las papeleras de su ciudad. Durante años Alberto ha recogido libros, su mujer, Luz María, los ha cosido, pegado y limpiado, y ambos, junto a fieles seguidores han creado con toda esa cultura, arrojada al lodo por los poderosos ‘La Fuerza de las palabras’, una red de bibliotecas vecinales, que con centro en San Cristóbal, se extiende por toda Bogota, desde Sumapaz, hasta el barrio de Londres marcando el paso de iniciativas similares en todo el país.
Así han llegado a todos los hogares desde la historia mundial hasta el corán. Desde Julio Cortázar hasta Jorge Luís Borges, desde juegos de estrategia a puzzles, desde pizarras hasta libros para colorear.
Toneladas de cultura que nos recuerdan que poca importancia dan los que tiran justo aquello que nos hace humanos. Que nos recuerdan cuanto afán de libertad guardan aun los pueblos, y cuanta energía les falta a los gobiernos para facilitar que sus ciudadanos pinten, lean, escriban, reflexionen, crean , difundan, hagan teatro, se expresen y sean libres.
Un esfuerzo no precisamente innecesario en Europa, donde miles de jóvenes, y otros no tanto, han dejado hace tiempo de ser creadores de opinión y cultura. Por eso tanta gente se esfuerza en implicar a la población en los procesos de creación y difusión de ideas, en el esfuerzo de que el hombre se rebele contra la cultura dada, contra la ideología impuesta, contra la visión del mundo aceptada. Por eso seguimos aquí, en este país de estudiantes.
Imagen: Una furgoneta recrea el viaje de la cultura en la Plaza del anfiteatro de Arlés (Francia). Fotografía Izan Crespo
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