¿Que
diferencia se observa entre una catástrofe japonesa y una haitiana?, el
espíritu colectivo. Es injusto ser determinista, y presuponer que por el hecho
de nacer en un lugar y a una hora, los astros determinan el valor de un ser
humano, o de todo un pueblo. Pero es cierto. Cada cultura, cada pueblo marca a
fuego un rasgo compartido que determina, de alguna manera, no solo su destino
personal, sino el colectivo.
Frente a
las imágenes africanas o caribeñas de asaltos, saqueos y violencia sectaria y
ciega, Japón sigue mostrando, ahora que Fukushima vuelve del recuerdo, otro
lado de espíritu humano.
Gentes que
abandonan su trabajo para acudir como voluntarios a las zonas devastadas.
Grupos que recaudan dinero, víveres y maquinas para los trabajos de
recuperación, ciudades enteras que se privan, voluntariamente, de luz,
calefacción o transporte para hacer frente a las nuevas exigencias energéticas
de todos. Pueblos que actúan al unísono con el único objetivo de contribuir al
bien colectivo. Y en silencio, con la dignidad de un pueblo herido que se
promete recuperarse para la historia, con la sencillez de quien acepta que el
egoísmo no tiene cabida ante el sufrimiento de los otros. Es eso que se ha dado
en llamar el Yamato-dashii, el espíritu japonés. Son días para conjugar
“Gambarimasu”, el verbo de la perseveración y la entrega a los demás. Piezas
indispensables para sostener el inmenso esfuerzo que espera a este pueblo,
construido secularmente sobre los finos pilares del “Bushido”, el código
samurai de lealtad y sacrificio que milenariamente ha mantenido Japón de la
mano del confucionismo, en una búsqueda serena y permanente del “wa”, la
armonía, la cohesión.
Un ejemplo
claro son esos hombres que se han entregado afanosamente a la lucha contra la
radioactividad, que permanecen en las plantas atómicas, para intentar paliar un
desastre que, sin su sacrificio, puede ser mortal para miles de sus
compatriotas, a sabiendas que caminan con la muerte entre las ropas.
Es un
ejemplo admirable, el que Japón esta dando estos días al individualismo
triunfante en occidente, una lección de vida que deberíamos estar aprendiendo,
en esa mirada baja y perdida de quienes pelean, desde hace días, por un
concepto, el de humanidad, el de colectividad.
Sin
embargo, este ideal admirable, que debería hacernos pensar mucho tras esta
tragedia, y hacernos sacar conclusiones importantes, no solo en lo técnico, no
debe esconder una mesurada, pero firme reflexión sobre hechos que requieren nuestra
reprobación. Por que la entrega a los demás, y el sacrificio, no deben esconder
el hecho de que estos deben ser comunes a todos, no solo a unos sacrificados.
De lo contrario, corremos el peligro de perecer como colectividad, en las manos
miserables de dirigentes como los que han llevado a Japón a este drama con su
incompetencia, o como los que mantienen postrado a Occidente, ante sus
obligaciones colectivas de liderazgo.
Tras ese
espíritu que tanta admiración esta despertando en nuestros lares se esconde la
manipulación de unos potentados, la dejadez de un gobierno y la ceguera de una
sociedad que ha pasado del ideal de sacrificio colectivo, a la sumisión a
intereses poco limpios. Y es que siempre hay gente dispuesta a aprovecharse de
la buena fe del prójimo.
Ahora se ha
sabido que el gobierno no invirtió en las mejoras que el terremoto de Kobe
evidencio que precisaban sus centrales, algunas, como las de Fukushima,
situadas en zonas geológicas de riesgo, o bajo en nivel del mar y en su
cercanía. Tampoco se tuvieron en cuenta las recomendaciones de los técnicos
sobre las mejoras en los métodos de almacenamiento de residuos o en las
protecciones de los sistemas de refrigeración. Ahora se ha sabido que parte del
personal de las centrales carecía de cualificación y que esta compuesto por
personas de extracción social muy humilde o marginal, fácilmente sacrificable,
y poco competente. Ahora se ha sabido, que Europa esta enviando, contra reloj,
ácido bórico y robots de control de fugas, que Japón no tenia previstos, ni
preparados. Es lo que tiene reducir costes.
Alguien por
tanto, no participa de ese “espíritus japonés”, más bien amparado en él obtiene
un pingue beneficio. Algo parecido a lo que pasa en Europa, en la las
corporaciones, bancos y políticos corruptos, nos piden a todos sacrificios que
ellos no asumen, o que son precisos para solucionar errores de los que ellos
nunca presentarán cuentas.
No llamemos
kamikazes u otras despectivas frases a hombres honestos y de buena fe que se
guían por unos valores que deberíamos admirar. De la misma forma que deberíamos
aplicar ese espíritu de sacrificio, para exigir reparaciones y castigos a los
que, amparados en la buena fe de tanta gente, solo roban, matan y destruyen las
vidas colectivas, embutidos en sus ricos trajes, y sus mullidas moquetas.
Imagen Tepco
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