Algunos,
probablemente presa de la ignorancia, desconfiamos de ARCO y por ende del
llamado arte contemporáneo, una manifestación de la vida humana que ha
abandonado hace tiempo la genialidad y la creación para caer en la ocurrencia.
La llegada
a la presidencia de la feria Carlos Arroz, tras el periodo de de Lourdes
Fernández había creado ciertas expectativas, tanto organizativas como de
contenido, calificando su etapa como punto de inflexión en el desarrollo de una
ciudad que viene apostando desde 2008 por el arte de nuestro tiempo, y no solo
a través de las colecciones del Reina Sofia o el Thyssen, si no de iniciativas como
el espacio permanente creado en el antiguo matadero de Madrid.
Es cierto
que los centenares de galeristas y el desembarco de culturas como la Argentina este año dan a
la feria un aire muy cosmopolita y que la ayuda a jóvenes “talentos” es una
herramienta de promoción para jóvenes elogiable.
También
parece una buena idea el tímido intento por desligar claramente los espacios
comerciales (programa general), de los culturales y de apoyo a los nuevos
creativos (el espacio “proyectos” y el espacio audiovisual “black box”).
Pero eso
son propuestas formales, elogiables pero de soporte, no de contenido. ARCO no
ha roto sus ligaduras: es un mercado, una feria, una tienda muy grande y
tecnológica, adecuada a una sociedad que ha renunciado hace tiempo al arte, y
ha apostado claramente por la decoración.
La
sensibilidad popular tradicional y la ,menos importante, de los mecenas, que
fueron adalides de los cambios expresivos y estéticos de otros tiempos ha dado
paso a una extendida clase media con importantes posibilidades económicas, que
busca pedigrí en objetos pseudoartististicos que le vayan con el color de la
pared, y una recua de museos y organigramas culturales, que en cada comunidad
autónoma pretenden dar lustre a su taifa, creando patrimonios artificiales, que
demuestren “su apuesta de futuro”, su “modernidad”.
Y claro,
eso crea mercado, eso empuja a fabricar obras, y a crear lugares donde
venderlas. Es puro capitalismo, la oferta satisface la demanda. Pero el arte es
a la inversa, la genialidad se abre paso aunque nadie la pida. Existe, es, y luego se descubre (Telinot, Van Gogh,
Parmiggianino…).
Claro eso a
veces crea profundas contradicciones entre lo mostrado. La Feria se esfuerza en abrirse
a mercados nuevos y no perder el tren del negocio mundial, no desplazar a
Madrid de la elite compradora, convirtiendo ARCO en un lugar de paso entre
Oriente y Occidente. Así es posible ver la muestra de galeristas occidentales
que parecen mas interesados en el humor que en el arte, con “propuestas”, no
solo irrelevantes, sino vergonzosas. Obras de interés como algunas de las que
nos ha traído años atrás Jung-Wha Kim, directora del Museums Korea de Seúl, y
Jeong Ah Shin, comisaría jefe del Sungkok Art Museum. Y proposiciones atrevidas
y convincentes, como las de los artistas iraníes que han sabido romper con un
alma limpia las limitaciones de su sociedad.
No creo que
haya que caer, como expresan algunos visitantes y críticos, de forma airada en
el mismo recinto, en la indignación. Ni creo en esos números de marketing que
se organizan con los reyes de por medio, aunque sea por agravio comparativo a
otras causas, más sinceras.
Ya se sabe
que hay ahí, antes de entrar, es solo capacidad de memoria histórica, y de
comprensión de la realidad. Pero también es justo tener en cuenta que un museo,
una feria de arte o cualquier manifestación donde los sentimientos se alíen con
lo material requieren una educación previa.
Pretender
ir a una feria de arte de paseo, para “echar la tarde”, sin tener un mínimo
conocimiento de arte contemporáneo, y luego quejarse de que uno se aburre, no
es normal. A mi nunca se me ocurriría ir a un espectáculo de presing catch, no
solo por que me parece aborrecible ver a dos hombres sebosos haciendo piruetas
y dándose golpes sin orden ni concierto, sino por que no lo entiendo, por lo
que cualquier valor que dicho espectáculo tenga, no podré apreciarlo.
¿Soluciones?
Pedir a la gente 30 euros para ver este almacén de ideas no me parece una.
Facilitar el acceso a los lugares culturales a precios asequibles y
masificarlos, a medias. Convertir los museos en zonas de paseo, tampoco, esa es
misión de los parques, y si llueve del carrefour. Enseñarnos a tener nuestro
propio criterio, a entender los lenguajes que el arte esconde, a desechar la
zafiedad imperante en los medios de comunicación, a rechazar los mensajes
simplistas y reduccionistas , a participar en los procesos creativos y
reflexionar sobre ellos, y no solo a deglutirlos, tras recibirlos vía
televisión… Eso quizás si.
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