Una guerra,
y con armamento pesado, se esta librando estos días entre los gobiernos de
medio mundo (principalmente el trumpista) y los grupos ciudadanos deseosos no
solo de informarse de los intereses y acciones de los gobiernos a los que pagan
y les deben fidelidad, sino de exigir reparación y justicia sobre los desmanes
que Wikileaks esta desvelando.
De la
intensidad de la lucha contra la web de secretos oficiales da idea la panoplia
de medidas tomadas (corte de las vías de financiación, intento de cierre de
servidores, reclusión de su director en
la embajada ecuatoriana de Londres y amplia campaña de desprestigio), un hecho
que revela a las claras que, al menos, parte de verdad hay en todo este río de
filtraciones.
Tras
conseguir que las principales empresas de pago no admitan donaciones, que las
redes sociales cierren sus grupos o que compañías de hosting le nieguen el pan
y la sal, los estados afectados se han lazando a la loable empresa de
convencernos de las maldades de las acciones de Wikileaks. Entre otras razones
ahora se aduce que estamos hablando de un medio sin credibilidad, que las
informaciones están tomadas fuera de contexto, que sus autores son piratas anti
sistema que disfrutan destruyendo nuestro paraíso capitalista o que estamos
poniendo en riesgo la democracia, para caer, con sus desprestigio, en sistemas
peores, como ocurrió con el auge de los totalitarismos de los años treinta,
tras el declive de las democracias occidentales.
El problema
es que no estamos hablando de un medio de comunicación, de una empresa
periodística que elabora informaciones. Sino de una asociación que difunde
información en bruto que la sociedad puede digerir a su entender, y sobre la
cual numerosos medios de verdad están sacando las conclusiones que escandalizan
realmente. Nuestro país es en eso un ejemplo. La gente no se siente preocupada
por las revelaciones de Wikileaks, sino por el tratamiento del País a los lios
de cama del PSOE (por ejemplo) y a como que difunde la masa de información de
los chicos de Assange, cuya elaboración es la que esta provocando nuestra
preocupación. Una información, por cierto, cuya difusión es fruto de la
ineptitud de los gobiernos en su custodia.
Pero aun
así, aunque podamos sacar, que las tiene, muchas pegas a las acciones de
Wikileaks, no podemos confiar en que jueces, políticos y poderosos den cuenta
de sus tropelías ante un sistema que ellos mismos sostienen y que les es
deudor. Ni tampoco podemos esperar a que rindan cuentas a Dios o a la historia.
Si lo que estamos conociendo es cierto, en cuanto a las relaciones entre
estados y en cuanto a los hechos cometidos en base a razones de estado o
intereses espurios, esa gente debe dar cuenta ante las sociedades que les
eligió, y depurar una democracia, que en caso de no hacerlo, morirá, pero no
por saber la verdad, sino porque esa verdad existe.
Una limpieza
democrática que cada vez parece más imposible, si tenemos el tipo de gobiernos
que se nos viene encima y lo que ha ocurrido estos con Assange, papapeles de
Panama, etc. Y ello pese a tener en cuenta que el poder de la información ha
llegado a la calle, a la gente normal, y sin intermediarios ni retoques.
Internet permite que la sociedad, en su sentido más amplio sea consciente de lo
que ocurre, de quien lo hace y porque, convirtiendo a cada individuo en un
reportero, en un columnista, en un forjador de opinión. Y ese es el temor de
los centros mundiales de poder, no solo la información que se esta divulgando,
sino como y quien, al darse cuenta de que nuevos medios de opinión,
independientes, dispersos, espontáneos, cambiantes y no controlables, están poniendo en cuestión
las herramientas que han permitido la manipulación y la corrupción reinantes.
Pero, a la vez, están abriendo el camino a una manipulación generosa de la
población, como la campaña electoral americana demostró en noviembre.
Y ese debería
haber sido el riesgo para el poder y la oportunidad para nosotros los
ciudadanos.
La pena de
esta historia no esta solo en un poder alejado del control de las poblaciones,
dispuesto a todo para perpetuarse, sino en una información excesiva, en un
torrente, difícil de digerir, lo que permite que mucho matices, al menos ahora,
pasen desapercibidos, y en un volumen tan alto de delitos y maldades que afecta
a todos, sin exclusión, con lo que todos colaborarán en silenciar la verdad.
Distinto hubiera sido una información menor y que solo afectara a unos pocos,
quizá el resto de países y gobiernos si habrían actuado contra él.
Hay una última
reflexión que me perece importante. Manipular no es torcer la verdad, si no
silenciarla, lo cual coloca en entredicho no solo al sujeto de toda esta
información, los gobiernos, sino a los medios que deberían transmitirla, esa es
su función, y que según les interese o convenga la difunden o no. Para el País,
este asunto es portada diaria, porque su exclusividad le produce réditos
importantes. Para el Mundo no existe, no fue el elegido para difundir los
papeles. Pero la verdad no tiene que ver con el mercadeo, no es reflejo de
interés o influencia, es la verdad, y debe imponerse, para proteger a los
inocentes.
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Diario de Lérida
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