Se llama
Habibo, es somalí, tiene un año, pesa sólo seis kilos y está prácticamente
ciega a causa de la malnutrición. Su vida, si es tal, se arrastra entre
tinieblas en un campamento de Médicos Sin Fronteras en la localidad keniata de
Dabaab, a 80
kilómetros de la frontera con Somalia.
Con todo,
Habibo es una niña con suerte, miles de niños de parecida “fortuna”, ni tan
siquiera han podido llegar hasta aquí y han muerto por el camino.
Su ceguera
trae causa de la carencia de vitamina A, lo que ha dañado irreparablemente sus
ojos. Pero ni siquiera llora por eso. El hambre la produce unos cólicos
terribles, que a penas su madre Marwo Maalin, con tan solo una caricia como
consuelo, puede calmar. “Mi hija está gravemente enferma, y su padre se ha
tenido que quedar en Somalia. Rezo para que salga de esta. De todas formas no
puedo hacer gran cosa. Está en manos de Dios”, relataba hace unos días a unos
periodistas de Reuters, desplazados a la zona, para hacer poco más de testigos
de la muerte.
En el
momento de escribir este obituario, la hambruna amenaza a 14 millones de
personas en el Cuerno de África, extendiéndose como una nube de langosta por
Sudán y Uganda.
“La
situación va a empeorar si la comunidad internacional no acude en ayuda de las
personas afectadas. Sabemos que ya hay cien niños que mueren todos los días en
Somalia, pero esta cifra puede aumentar”, relataba hace unos días Tidhar Wald,
de OXFAM Internacional.
En el lado
opuesto de este infierno, unos cuantos miles han huido al norte, hacia
Mogadiscio, la otrora bella perla del Índico, y hoy un tétrico espacio de
guerra, disputado, en sus migajas, por milicias, terroristas y gobiernos de
cartón piedra. A ella llegan cada día miles de hambrientos, buscando, entre
balas perdidas, los centros de distribución de alimentos de las heroicas ONG
que se desenvuelven entre las ruinas. Pero pese a su trabajo, y como decía,
hace unos días la directora ejecutiva del Programa Alimentario Mundial, Josette
Sheeran, dos millones de personas sin ayuda. “Necesitan alimentos con suplementos
energéticos en enormes cantidades en las zonas a las que no han conseguido
acceder, es decir, mayoritariamente en el sur de Somalia donde la población
está más debilitada. Tenemos que centrarnos en esa zona”, se desgañitaba esta
semana ante quien la quisiera oír, a la luz de lo que ocurre, muy pocos.
En el sur,
controlado por los islamistas de Al Chabaad, cercanos a Al Qaeda, su
prohibición de reparto de ayuda y de intervención extranjera, allana el camino
a la muerte. Como en el norte, pero por otras causas y sin razones.
La
humanidad sigue diezmándose, y la cordura extinguiéndose. Y no por la maldad de
la naturaleza, ni por una maldición divina, que no hay dios que quiera tan
horror, sino por nosotros.
Seguro que muchos
ya están preparando sus vacaciones de semana santa, cientos de de brokers y
comerciantes discutirán sobre deudas y bonos, intentando arañar beneficios en
cualquier mercado, y decenas de políticos, y no solo en España, lucharán
enconadamente por un trocito de poder. Entre sus gritos, de poder, ambición y
rezo, apenas sobresaldrá un llanto, el de Habibo, una muerta de hambre, reo de
nuestra falta de humanidad.
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