domingo, 5 de febrero de 2017

Subirachs, el arte de la pasión




Si ha habido una obra humana capaz de expresar la fe y la pasión divina, ha sido la Sagrada Familia de Barcelona. Si hubo un hombre capaz de expresar en una obra humana, el amor de Dios, ese fue Antonio Gaudí. Con esas premisas, continuar en la Sagrada Familia la ingente y profunda tarea de Gaudí, era un reto al alcance de muy pocos.

Cuando en 1986, la fundación que gestiona el emblemático tempo catalán se planteó continuar las obras por la fachada de la Pasión, la elección de los creadores se torno, sin embargo, en sencilla. La continuación de la obra arquitectónica estaba meticulosamente establecida en los planos del maestro, pero el contenido escultórico, ese monumental lenguaje que en cada esquina nos habla de Dios y su relación con el hombre, era un tema difícil de abordar. Todas las miradas se volvieron entonces hacia Josep Maria Subirachs Sitjar (Barcelona, 1927-2014), un confeso admirador de Gaudí, identificado con la misma sensibilidad y capacidad creativa, de la ensoñación material del maestro, pero dotado de un fuerte carácter diferencial y una nítida personalidad. Subirachs dejó pronto clara su intención, abordaría el trabajo escultórico del templo condal, mantendría vivo el espíritu de la obra y su sentido narrativo, y lo haría bajo la admiración gaudiniana, pero con un enfoque y carácter propio. Lo suyo no sería una imitación, si no una reinterpretación personal y distinguible del genio.
Siguiendo a su maestro, Subirachs se trasladó al propio templo en 1986, donde viviría en los siguientes años en una sencilla vivienda de menos de cincuenta metros cuadrados, como un eremita, ensimismado en el centenar de obras a las que daría vida para poblar y vivificar la sobrecogedora fachada. Figuras inmensas, majestuosas, geométricas, afiladas, rugosas, envolventes, casi medievales, pero humanas. Con una humanidad, al tiempo divina y hierática, símbolo de la tendencia de humanización del arte que había defendido en el grupo Postectura, desde el inicio de su carrera.
Y Subirachs quedó atrapado. Su pasión por Gaudí y su rechazo a toda imitación o continuidad que alterara o adulterara la obra del autor le había llevado, incluso, a firmar un manifiesto en 1965 para exigir la paralización de las obras, de forma que el templo quedara inconcluso, como el recuerdo latente de su creador. Ese mismo hecho le hacia vulnerable ante muchos críticos a su actitud. Pero Subirachs aceptó el reto, y la crítica se rindió ante él. Como hoy, el día de su muerte exponía Joseph Antoni Calderé, Subirachs es la antesala de Gaudi, la primera imagen que percibe un público emocionado ante la contemplación de tan sobrecogedora obra.


De izquierda a derecha, P. Ángel Lucas y P. Antonio Riaño, párroco, Subirachs, Vicente Sámano, aparejador, Charo Cagigas, Dtra. del Colegio La Paz, Fray Coello, y Mariló González y Nilo Merino, representantes de la Asociación de Padres. Imagen tomada en el Colegio La Paz en mayo de 2003



Pero como recordaba Alex Muntaner, la Sagrada Familia siempre será el último recuerdo de Subirachs, pero no el brote único de su genio creador. Subirachs había nacido al arte de la mano de la abstracción, había crecido con la estética mediterránea noucentista y había curtido su espíritu con Maillol y Dubrasne en Paris y el norte de Europa, en los años cincuenta, enriqueciendo pausadamente su conocimiento de las texturas y los simbolismos y creando sin pausa una obra que retrata al ser humano en toda su trágica existencia y en una desatada esperanza vital.

“La revolución Subirachs”, dio comienzo de la mano de concursos y piezas públicas, como la peculiar y discutida “Evocación marinera”, del paseo de la Barcelonesa, o el impactante conjunto escultórico de bronce para el Santuario de la Virgen del Camino de León, o los Hogares Mundet de Barcelona o la estatua al presidente Maciá en Plaza Cataluña.
La explosión vendría después, con su militancia en grupos de vanguardia como la Associació d'Artistes Actuals (AAA), junto a Enric Planasdurà, Antoni Tàpies, Joan-Josep Tharrats, Joan Fluvià y Alexandre Cirici i Pellicer o su activismo en grupos sindicales y sociales.

Su trabajo transformó y sentó las bases del arte contemporáneo español, en campos como la arquitectura, el grabado o la escenografía teatral, de la que fue una relevante figura. Y desde el mundo de la crítica y el periodismo. Y en muchas tierra, desde grandes ciudades norteamericanas a orgullosas y pequeñas ciudades del norte de España, como Torrelavega en Cantabria, donde la semilla de su genio prendió en la maravillosa sencillez de la fachada del Colegio de Ntra. Sra. de la Paz de Torrelavega una obra de arte volcada en la pasión de educar en la paz y la entrega a los demás, en el lugar donde enseñar en esos valores es una pasión vocacional.

Hoy nos deja con un recuerdo inacabado, el del proyectado museo a su labor, que debía haber nacido cerca del Museo Picasso, y que la crisis de las cajas y sus fundaciones ha dejado en el camino, junto a 300 esculturas de su colección personal cedidas a Caixa Penedes, y que aun sufren el olvido.
Fue un hombre de su época, un amante de la identidad catalana y creador de un arte tan eterno como el espíritu del hombre, y su pasión por Dios.



Eusebio Balbás
Colegio Ntra. Sra. de la Paz, SS.CC. Torrelavega (Cantabria)
Imágenes eolapaz.com , usual.com y RTVE (portada)


1 comentario:

Judit Subirachs Burgaya dijo...

Gracias, Eusebio Balbás, por este magnífico artículo, muy bién documentada, sobre la figura y la obra de Josep M. Subirachs.

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