Ahí se
encuentra el rasgo fundamental que mide y talla nuestros actos, determinando de
manera clara, cuales de ellos merecen aprobación, y cuales oprobio.
1848, una
pequeña capilla metodista del estado de Nueva York es testigo del llanto liberador
de Elisabeth Candy Stanton, una de las heroínas del sufragismo americano, ante
el nacimiento de la
Declaración de Séneca Falls, la primera que proclamaba al
mundo que “La historia de la humanidad es la historia de las repetidas
vejaciones y usurpaciones por parte del hombre con respecto a la mujer, y cuyo
objetivo directo es el establecimiento de una tiranía absoluta sobre ella”.
Quizá entonces no se pensó cuan largo seria aun el camino para conseguir una
igualdad que, aun hoy, sigue siendo más un deseo voluntarioso que una realidad, cuando no portada de telediario, en la sección de asesinatos.