viernes, 4 de abril de 2014

Un soplo de ira



Cuando he visto la actuación de nuestro presidente autonómico en el Hospital de Sierrallana, me ha venido a la mente esta imagen. Diego impartiendo una charla en un centro universitario de la región una charla sobre liderazgo. Sobre liderazgo, ni más ni menos. Liderazgo, esa capacidad en la que es esencial la inteligencia emocional, la asertividad y la empatia. Dicho de otra manera, la paciencia, la mano izquierda y el don de gentes.

Mientras veía anoche el vídeo, con este hombre bajando las escaleras del Hospital de Sierrallana, iracundo, desatado, arrancando carteles por no hacerlo con cabezas, al tiempo leía, en una red social, una cita de Cervantes de un pasaje del Quijote, “La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea".

Fue un segundo después de que se deslizara por mi habitación el sonido de Dorian en “Los paraísos artificiales”. Esa en la que se dice “en el fondo sabes bien que en los peores momentos llevas dentro un ángel negro que nos hunde a los dos. Y cuando llega el nuevo día me juras que cambiarías si, pero vuelves a caer”.
No puedo evitar sentir miedo ante estás situaciones. El miedo del desamparo, cuando sabes que alguien del que dependes, alguien que decide, alguien cuyos actos influirán en la vida de la gente no es capaz de controlar sus instintos, no es capaz de ser empático, no es capaz de que su lado racional predomine sobre esos impulsos propios de cualquiera de nosotros, pero que si en nuestra vida privada son reprobables, en la pública son una amenaza, pero no solo para uno mismo.
Los puntos de vista políticos son discutibles, la forma de afrontar los problemas y las necesidades de la gente pueden ser múltiples, y casi siempre respetables, y, al final, las decisiones, contando con la sensatez que deben marcarlas, están avaladas por la legitimidad que dan las urnas. Cierto, pero la elección de un gobernante no es un permiso plenipotenciario para actuar con desdén hacia los demás, para imponer sin escuchar a nadie, o para actuar de manera irrespetuosa. Las decisiones se toman para los ciudadanos, para su vida, y no pueden ser tomadas a espaldas de ellos. Bien es cierto que el nuestro no es un sistema asambleario, que cada decisión no puede someterse al debate de toda la sociedad. Que los que más llaman la atención no tienen por ello más razón, que los políticos están sujetos a múltiples presiones, etc. Si todo eso es cierto. ¿Pero que justifica la violencia?. Hemos pasado de tirarle al suelo los puros a Revilla, a responder con ironías a los trabajadores de Sniace. Y ahora a romper cosas, como los niños cabreados, como esos adolescentes a los que no les gusta que les reconvengan y les digan que no tienen razón.
Y no es solo una cuestión de modales. Surge una pregunta inmediata. ¿Una persona con tan poca serenidad y capacidad de escucha está en condiciones de tomar decisiones que afectan a medio millón de habitantes?. ¿Qué habría ocurrido si, en plena calle, un hombre se muestra contrario a lo que le dice la mujer que le acompaña y fruto de ello arranca carteles de las paredes?. Todos habríamos entendido que la furia desatada sobre un papel era equivalente a la que se habría arrojado sobre la mujer de no mediar testigos, o fallar un poco más el autocontrol. Todos nos hubiéramos puesto alerta para proteger a la mujer, por si acaso aquello era solo un preámbulo.
El tema está relacionado con la canción de Dorian, los políticos, algunos políticos, como el resto de ciudadanos, o al menos algunos, llevan dentro un ángel negro. En ese sentido han resultado ilustrativas las declaraciones de Arias Cañete al hacer campaña en Cantabria, cuando pedía que los electores distinguieran entre aquellos que solo ven a los ciudadanos en campaña de los que están junto a ellos todos los días. Cierto. Solo le falto decir que distinguiéramos entre los que ríen y besan niños en campaña y luego tienen el carácter agriado durante el resto del año, y los que están ajenos a esas bipolaridades.
Queda la cuestión de fondo, las reformas en sanidad. Si el gobierno ha dicho la verdad, es lógico que se unifiquen los protocolos, los materiales y los sistemas de comunicación de los distintos laboratorios de Cantabria, que se unifique el sistema de aprovisionamiento y hasta la terminología. Algo que ya debería estar hecho hace tiempo, pero lo que los trabajadores ponen en cuestión no es eso, si no la unificación física de los laboratorios, la masificación en servicios centrales en ese nuevo monstruo llamado Valdecilla o, y aquí viene el problema, la privatización de servicios. Es cierto que ya hace mucho tiempo que bastantes servicios sanitarios están en Cantabria privatizados, desde las contratas de limpieza y residuos hasta la gestión del hospital virtual DaVinci. Tan cierto como que los últimos pasos dados por este gobierno han ido más allá. Un ejemplo la privatización de los servicios de limpieza de lencería hospitalaria que antes llevaba a cabo el SOEMCA, la empresa de Amica dedicada a la integración laboral de discapacitados, y que ha dejado a 11 de estos en la calle.
Pero es más fácil romper cosas y dejar brotar la rabia que sembrar el consenso. O eso parece.


      



Imagen cesine.com

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