Mi abuela,
apasionada de lo natural y amante de la discreción y la sencillez, solía
acercarse a mi cama, a ofrecerme calor y a traerme a María. Cuando la recibía,
se oía un suspiro, mi abuela me acercaba la leche caliente, y entre las dos me
sanaban. Pero María no sólo ha estado junto a mí en las tardes grises de gripe
y varicela. En los días de sol, en las tardes de playa, en las noches de
invierno y chocolate.