A la semana
de entrar en el colegio, en 1988, se formó de manera espontánea un grupo de
alumnos (unos 12) que se quedaban los viernes después de clase a hablar
conmigo. Fue una fortuna espontánea. Hablábamos de economía, de política y empezaron
a surgir ideas y decidimos intentar ponerlas en práctica. Un día, uno de ellos,
Alex Pérez, dijo que le recordábamos a una película de John Ford, dublineses, y
de ahí hablineses, los que hablan, los que les gusta la tertulia. Nos reuníamos
todos los viernes a las 16,30 después de clase. Lo curioso es que se fueron
uniendo más alumnos, cambiando y haciendo más locuras, pero aquellas charlas
clandestinas en la sala de profesores nunca han dejado de hacerse.