miércoles, 12 de noviembre de 2025

Las trompetas de Jericó


Cuando don Juan Carlos decidió pasar del “rey que no escribe memorias” al “rey que sí escribe memorias pero quizá solo con lo que le conviene”, nació Reconciliación. Como él mismo confiesa: «Mi padre siempre me aconsejó que no escribiera mis memorias. Los reyes no se confiesan. Y menos, públicamente. Sus secretos permanecen sepultados en la penumbra de los palacios.» Luego añade: «¿Por qué le desobedezco hoy? Porque siento que me roban mi historia».

Seamos sinceros: esta frase ya huele a “sí, confesaré mis errores… los que se puedan contar sin comprometer demasiado”. Porque está claro que admitir una metedura de pata es elegante; borrarla de la página es estrategia de estado.

En este libro, don Juan Carlos reconoce “errores y malas decisiones” según anunció la editorial.Pero, señoras y señores, he aquí el truco: reconocer muchos errores y olvidar otros es un arte digno de un monarca emérito. Por ejemplo, reconoce que hubo momentos en que “parte de la opinión publicada y los propios errores han acabado por ensombrecer su trayectoria”.Pero luego, cuando nos ponemos a mirar la lista completa de “errores” que faltan, la agenda se queda curiosamente ligera.

Algo así como: “Reconozco que metí la pata al perder el chip de la discreción, al mudarme al extranjero y dejar un poco en el aire qué había detrás de mis cuentas… pero, ¿qué cuentas? Ah, mira, esto no lo veo”. Y es que si uno va a hacer memorias con la intención de reconciliarse, también hay que dejar bajo la alfombra unos cuantos papeles.

El tono del libro promete la “parte privada de una vida pública” y “anécdotas que no eluden los episodios más significativos de nuestra historia reciente”. Bien, perfecto, pero es como si alguien va al psicólogo y solo cuenta lo que hizo bien, admite un par de meteduras de pata, y deja “por motivos de confidencialidad” los demás asuntos en “capítulo aparte que no verá la luz”. Es decir: sí, confieso que me equivoqué, pero no tanto. Muy juancarlista.

Y ojo, que no todo es autocrítica moderada: hay un cierto glamour en admitir que “me roban mi historia”. Da la impresión de que el verdadero problema no es solo lo que hiciste, sino que alguien más lo cuente antes que tú. Es un poco como si el ladrón entrara a tu casa, te robara el reloj, y cuando vuelves dices: “Sí, lo vendió en el mercado… pero lo que realmente me duele es que me robaron la historia de ser robado”.

El libro también empieza con un joven Juan Carlos “anclado a un destino que no le pertenece… acabando por convertirse en el actor principal de la transformación radical de España”. Suena tan heroico. Es como decir: “Empecé de cero, sin esperarlo, y terminé en la alfombra roja de la historia”. Pero al final de la alfombra, aparece la parte de los errores: “Bueno, algunos, los que admito”.

¿Y qué pasa con los errores que no se admiten? Pues sencillamente se quedan en “capítulo perdido”, “archivo personal de palacio”, “sección bajo revisión”. Y nosotros, lectores, sólo podemos hacer ese ejercicio delicioso de “¿y esto no lo cuenta?” Porque si uno se sabe “Reconciliación”, se espera que sea amplio, sincero, transparente… y también entretenido. Y si tuviera una sección de “Errores olvidados”, sería un superventas.

Imaginemos por un momento una sección hipotética que él no escribió, pero que todos quisiéramos leer:

«Capítulo XXI: Las 47 formas en que pensé que si nadie lo veía, no existió».
Y luego: «Epílogo: La caza de elefantes, versión que no me conviene recordar».
Y por supuesto: «Apéndice: Tarjetas opacas, vuelos, regalos… (nota al lector: consultar archivo secreto)».

Pero no, el buen monarca emérito prefiere un “gracias por venir, he reconocido lo que quiero reconocer, y ahora volvamos a mirar al futuro”. Y ese “mirar al futuro” pasa por reconciliarse con España, “el país que tanto ama y añora” según la editorial. Así que el mensaje es claro: “Reconozco errores (que son los políticamente aceptables), olvido otros (que son los incómodos) y ahora abracemos todos juntos la monarquía, el brillo, el legado”.

En definitiva, Reconciliación es un acto de confesión con filtro, un “lo que admito, lo que me conviene, y lo que dejamos para otro día”. Es casi una fórmula: admitir = marca de la casa; olvidar = estrategia real. Y lo más divertido es que lo hace con estilo. Don Juan Carlos se desliza entre lo histórico (“casi cuarenta años de reinado”), lo íntimo (“parte privada de una vida pública”) y lo diplomático (“mis errores y mis aportaciones fundamentales”) con la maestría de quien ha paseado por salas de palacio y ha cambiado de embarcación más veces que muchos de nosotros de sombrero.

Así que lector/a: coge el libro, sonríe, imagínate al autor sentado junto a la mesa, con pluma real, borrando líneas y tachando párrafos… “Sí, esto lo cuento. Esto otro lo dejo para mañana.” Y, mientras tanto, tú puedes imaginar la versión extendida que nunca verá la luz y reírte un poco por dentro.

Porque al final, ¿no es eso lo que todos hacemos? Nos arrepentimos de algo, lo decimos, lo olvidamos… y luego salimos a navegar. Y en este caso, el monarca que un día “no tuvo derecho a llorar” (o se lo quitó) nos invita a reconciliarnos con él… mientras él quizá se reconcilia consigo mismo.



Fuentes

  • “RECONCILIACIÓN. MEMORIAS. Juan Carlos I” (sinopsis editorial). Librería Luque+1

  • “El rey Juan Carlos publicará sus memorias a finales de año: ‘No tengo derecho a llorar’”. RTVE+1

  • “Por qué el rey Juan Carlos ha titulado ‘Reconciliación’ a sus memorias: la palabra que marcó todo su reinado”. EL ESPAÑOL

  • “Juan Carlos I publicará sus memorias: ‘Me están robando mi historia’”. noticiasdegipuzko


Imagen Diario de Pontevedra

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