domingo, 16 de noviembre de 2025

Don Vito


Si hay algo que demuestra que la historia se repite como farsa —y a veces como meme— es la aparición de figuras como Vito Quiles, ese activista de ultraderecha que parece vivir en un “reel” permanente, como si el mundo fuera un plató improvisado donde cada frase tiene que sonar a eslogan, a denuncia dramática o a “mira mamá, estoy haciendo política”.

Vito no es el primero en intentar convertir la indignación en una carrera profesional, pero sí uno de los pocos que lo hace con la intensidad energética de un influencer de suplementos proteicos. Hay quien se levanta y se toma un café; Vito parece despertarse y beberse un tazón de puro agravio ideológico con avena. Y después, como es natural, apunta la cámara.

Su parecido con Vito Corleone es meramente nominal —porque si el Padrino ofrecía “propuestas que no se pueden rechazar”, el Vito contemporáneo ofrece “contenidos que no se pueden tomar demasiado en serio”­—, aunque conviene reconocer que ambos comparten un talento especial para dramatizarlo todo. El Corleone cinematográfico susurraba en penumbra; Quiles proclama en exteriores. Don Vito arreglaba problemas familiares; nuestro Vito multiplica los problemas con tal de grabar un vídeo. Uno ofrecía respeto y temor con una mirada; el otro ofrece un tweet de 280 caracteres con un exceso de exclamaciones.

Pero la cuestión no es solo Vito Quiles. El fenómeno alrededor de él es incluso más interesante: ¿por qué la ultraderecha resulta tan atractiva para ciertos jóvenes? Sería fácil pensar que se trata únicamente de desinformación, aburrimiento o exceso de testosterona digital, pero hay algo más sofisticado (aunque no necesariamente más profundo). La extrema derecha ha aprendido a hacer política como quien hace streaming: rápido, emocional, y lleno de “momentazos” listos para TikTok. Y ahí es donde encaja Quiles como anillo al dedo, porque encarna a la perfección ese estilo hiperperformativo.

Las nuevas generaciones no buscan líderes solemnes; buscan personajes. Y Vito se ha convertido en un personaje reconocible, una marca. No importa tanto lo que diga, sino el tono —esa mezcla de urgencia y épica doméstica— que hace que cada pequeño incidente parezca una batalla decisiva por la civilización occidental. Si un semáforo tarda demasiado en ponerse en verde, no te extrañaría ver un vídeo suyo explicando cómo es símbolo de la decadencia moral y del globalismo.

Lo que más llama la atención es cómo logra proyectar una especie de sensación de rebelión… aunque sea una rebelión patrocinada por la reacción. Ser antisistema desde una esquina del sistema que promete volver atrás en el tiempo tiene una extraña coherencia estética: es como usar vaqueros rotos comprados en una tienda de lujo. Y muchos jóvenes, atrapados entre la precariedad y la sobrecarga informativa, encuentran en esa narrativa algo seductor: una identidad lista para usar, con enemigo incluido.

Eso sí, la comparación con Vito Corleone nos recuerda algo importante. Don Corleone sabía que el poder real no se gritaba: se ejercía. Quiles, en cambio, conoce el poder del algoritmo, ese otro padrino invisible que premia la indignación bien iluminada. Si Vito Corleone decía “La amistad lo es todo”, Vito Quiles podría decir “La viralidad lo es todo”. Y aunque ambos nombres suenen igual, solo uno tenía a Tom Hagen; el otro tiene un ring light.

En el fondo, quizá lo más cómico de todo es que la ultraderecha actual se presenta como guardiana de tradiciones… mientras adopta la estrategia más moderna posible: ser tendencia. Y ahí, en ese choque entre épica ancestral y estética de TikTok, Vito Quiles se mueve como pez en el agua.

O como diría el Padrino: “Un hombre que no pasa tiempo con su familia no es un hombre”.
Pero un hombre que pasa demasiado tiempo con su móvil… puede convertirse en un fenómeno viral. Y a veces, lamentablemente, también en un referente político.

Imagen Eldiario.es

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