lunes, 28 de mayo de 2018

Rafael el albarquero



El año europeo del patrimonio cultural coincide en Cantabria con la declaración de BIC (Bien de Interés Cultural) del oficio de albarquero, una artesanía dedicada a la fabricación de un objeto de madera pensado para servir de calzado adaptado a los medios rurales y de media montaña.


Para nosotros el interés cultural de la albarca y sus maestros trasciende de la de un simple objeto. La albarca montañesa o cántabra, pese a que su fabricación hoy está reducida a siete artesanos, representó hasta el Siglo XX una importante artesanía rural que reflejaba un estilo de vida y una forma de relacionarse con el medio en los pueblos del interior de la Cordillera Cantábrica. Un estilo de vida que hoy se intenta reflejar en las manifestaciones folclóricas y culturales de nuestra comunidad autónoma, defendiendo, con ese simple objeto de madera, una forma de aprovechamiento de la madera y de defensa de los bosques que la producen.

Esa fue una de las motivaciones que llevaron el pasado año a la Consejería de Educación y Cultura que dirige el socialista Francisco Fernández Mañanes, a iniciar el expediente urgente para proteger este oficio ante su elevada fragilidad, como la de todo el patrimonio inmaterial de nuestra comunidad y que ha acelerado la declaración y la protección de intangibles como las marzas, los bolos o el toque de rabel y el inicio de expedientes como el de la Trova Montañesa, por ejemplo.

Una de las razones está relacionada con la necesidad de proteger este calzado autóctono frente a objetos similares, los zuecos de madera presentes en muchas partes del mundo, y de los que se diferencia por sus tres típicos soportes inferiores. Sin embargo, no debemos entender que se protege un oficio homogéneo, de ahí su riqueza, si no un conjunto de artes que han dado lugar a un elevado número de tipos y artesanos, como los de carmoniegas, los del garbanzo o los del picuentornao, variantes muy diversas entre ellas que hablan de la riqueza de este oficio.

Uno de esos artistas es Rafael, nuestro invitado a estas páginas, padre de dos de los cantantes de trova cántabra más importantes, los hermanos Cossío, y que fabrica estas pequeñas joyas desde los 17 años, hasta los 72 con que ahora cuenta, en su pequeño taller del parque de la Viesca, en Torrelavega.

“Es un trabajo lento. Hay que usar madera de abedul, alisa, haya o nogal, y recién cortada, para que la madera este verde y se pueda trabajar mejor”, nos cuenta mientras sigue embelesado en los ornamentos de un encargo que pronto entregará.

Cossío usa cortes de madera cercanos a la base del árbol, los más densos y grandes, que le permiten elaborar todo en una pieza.

Como buen albarquero Cossío comenzó en el oficio trabajando para su familia y amigos, como forma “de sacar unas perras de más a lo que sacaba en la mina”. Y es que Rafael ha trabajado toda su vida en otro tajo, el de las minas cántabras de Reocín y de Celis, con lo que aprendió de donde podía y tras mucho ensayo, algo habitual en estos artesanos que aprendían de lo que oían y de los que observaban en un oficio cuya transmisión siempre ha sido muy precaria.

Hoy, ya jubilado, dedica más tiempo, junto a Lolín y a Uco, a un trabajo que en los últimos años ha repuntado algo por los encargos de quienes usan este calzado para lucirlo en las ferias y fiestas regionales, como la subida a San Cipriano, la romería de San Blas o el Día de Campoo, bien para lucirlo o para un regalo.

Es un producto barato (sobre 175 euros) para el trabajo que acarrea y que Rafael ha enviado a más de 20 países y que han llegado a calzar personalidades como el rey emérito Juan Carlos o el papa emérito Benedicto XVI.

Otro de los hombres importantes en esta historia es Augusto Rodríguez, presidente de la Asociación Cultural Artesanos de Cantabria, un reducido grupo de personas dedicadas a la misión de defender lo más sagrado de nuestro patrimonio. “El BIC es un paso muy importante, pero los artesanos no viven de su trabajo, si no hay ayudas en 20 años muchos oficios desaparecerán, y en primera fila están las albarcas. Hoy fuera de Nansa y Cabuérniga es difícil ver albarcas en las calles y si no hay demanda el oficio acabará”.

Medidas que proponen estos artesanos, además de las subvenciones, es la construcción de la Casa de la Albarca, un lugar donde se muestre este arte y el uso de la escuelas taller para enseñar este trabajo.

Mientras nos habla, Rafael empuja el barreño sobre la madera, mientras Uco, a unos pasos, golpea con firme suavidad la azuela para vaciar “la capilla”, el hueco de la albarca donde irá el pie. “¿Quieres que te haga unas chavala?”, le dice a una de nuestras compañeras. “Gastarás un 37, así que 25 cm”, y sigue trabajando con maña.






Imagen y vídeo Mario González

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