lunes, 24 de abril de 2017

Esconjuraderos



Estas reliquias del prerrománico español surgen en los siglos medievales marcados por el desmoronamiento del mundo racional propio de la antigüedad clásica griega y romana. El derrumbe de la patina romana que se había construido en la Península Ibérica dejó aflorar, en los primeros siglos medievales, todas las tradiciones, creencias y mitos de la antigüedad prerromana, sobre los que se alzaron las creencias cristianas, aferradas a esos atavismos para coger mayor fuerza, y todo ello en medio de las difíciles circunstancias que determinaron la invasión musulmana, que acorraló a los cristianos no capitulados en las agrestes zonas del norte peninsular, tan solo aferrados, para sobrevivir, a su fe, y a sus mitos.

En ese conjunto de circunstancias hay que interpretar y comprender, una de las joyas arquitectónicas de nuestro país, los esconjuraderos, una de las más bellas muestras de los artes prerrománico y románico español, e incluso posteriores.



Las pequeñas comunidades de la época que estamos describiendo, se encontraban sometidas a multitud de peligros, naturales y militares que, especialmente en el primero de los casos, eran incomprensibles e incontrolables por los habitantes de las comunidades del norte.
Efectos meteorológicos como las tormentas, la lluvia o los rayos eran una cruel amenaza para aquellas gentes, que dependían del clima para lograr sus cosechas, mantener sus precarias viviendas o evitar la muerte de sus ganados. Al tiempo que enfermedades irreparables y razzias musulmanas se colocaban sobre sus vidas, como males imposibles de controlar. Como en los viejos tiempos anteriores a la civilización, ritos y ceremoniales afloraron para compensar esas amenazas.
Marcados por la cultura cristiana, esos viejos ritos pasaron de los conjuros paganos, a las oraciones, y del abrigo de árboles y altares naturales, a la protección de iglesias y ermitas. Esa es la razón por la que algunos pueblos y comunidades campesinas decidieron la construcción, cerca de edificaciones religiosas cristianas de pequeños lugares dedicados a estos actos de rechazo comunal a los males. Es así como nacen los esconjuraderos, pequeños edificios donde se realizaban ritos y ceremonias, bajo el cuidado de un santo, para luchar contra tormentas, rayos, diluvios, pedriscos, y, quien sabe, quizá enfermedades y ataques militares.






En su mayoría son pequeños edificios de alzado de un piso, que presentan planta cuadrada con tejado piramidal y que posee cuatro aberturas, una a cada punto cardinal, de manera que el oficiante y toda la comunidad estuviera en contacto con la atmosfera e irradiara más fácilmente su influencia entre las fuerza naturales. Una cruz sobre el tejado no solo invocaba la protección divina, demostrando ante los males que acuciaban su respaldo, sino que alejaban la sospecha de las autoridades de ser un rito pagano y, por tanto, prohibido.

Pese a que la existencia de estos lugares son visibles en algunos puntos de la Península muy dispersos, como castilla león y Galicia, y pese a que estos ritos no solo se realizaron en estos edificios, sino a través de campanas en la iglesias, en pequeños humilladeros, en los pórticos o en aras en los bosques, su mayor densidad se encuentra en el Pirineo, lo que ha hecho ver, a algunos historiadores, un carácter militar en su construcción.



Así, en Sobrarbe, comarca pirenaica de Huesca, son visibles los esconjuraderos en Asín de Broto, Burgasé, Campol, Asín, Guaso, Almazorre, Mediano y San Vicente de Labuerda. Por lo que sabemos, cuando la mujer sabia de la aldea, la bruja, en el sentido atávico, no demoniaco, intuía la tormenta, el mosen o sacerdote católico, acudía al esconjuradero, junto a los vecinos, para protegerse, bajo el cuidado de Dios, al tiempo que lanzaba al aire, a toda voz las formulas sagradas, asperjando agua bendita contra las nubes negras, mientras rezaba el tradicional "Boiretas en San Bizien y Labuerda: no apedregaráz cuando lleguéz t’Araguás: ¡zi! ¡zas!"



Esconjuradero de Mediano



Una variante de estos ritos son las campanas de los valles interiores murcianos, catalogadas en el siglo XIV, en lo que se ha querido ver una relación con las epidemias de peste, que contenían en su interior una estrella de cinco puntas, la Pentalfa o Pentáculo, que viene a ser un talismán conjuratorio para rechazar y vencer al maligno, junto a la leyenda ‘Este es el signo de la cruz del señor, ¡Huid facciones enemigas!, ha vencido el león de la tribu de Judá, vástago de David, Aleluya’. Ritos que algunos investigadores han querido asociar al “Lignum Crucis” de Liebana, por la presencia de supuestos restos de la Sagrada Cruz, en algunos esconjuraderos, aragoneses y franceses, que también los hay en la ladera norte del Pirineo.

De su difusión , más allá de los valles pirenaicos, nos dice mucho la lengua, como relata Leandro Carré Alvarellos, cuando explica la difusión de la palabra ESCONXURARLA, empleada en las recetas de las queimadas, como una forma familiar de expulsar a los males del ambito familiar.

En la actualidad, el gobierno de Aragón promueve y conserva una ruta de esconjuraderos, que atraviesa la Solana, Tierra Buixo o Bajo Peñas. El circuito, entre pistas y caminos de montaña, parte de Asín de Broto localidad ubicada en el valle de Broto, para continuar hacía el valle de la Solana, a la despoblada localidad de Burgasé, que posee uno de los esconjuraderos peor conservados. Desde allí, y ya en la zona central del Sobrarbe se pueden visitar los de Guaso, el de San Vicente de Labuerda o el de El Pueyo de Araguás, todos señalizados y accesibles. Otra de las rutas interesantes es la que recorre de Pueyo de Paraguas hasta Guaso, por Mediano (uno de los mejores) y Almazorre.




San Vicente de Labuerda


Quizá una de las mejores rutas de este trozo de nuestra historia se encuentre en torno a San Vicente de Labuerda, un pequeño pueblo rodeado de montes con espesos pinares, conocido por su arquitectura rural románica y su torre bajo medieval de casa Buil, con ventanas geminadas y saeteras. Allí se encuentra el esconjuradero de San Vicente, que se encuentra en un extremo del recinto que acoge el cementerio y la casa parroquial o abadía, sirviendo en la actualidad como pórtico de acceso, pudiéndose apreciar aun las poco inusuales bóvedas de cañón apuntado.
Posiblemente su declive estuvo asociado a la reforma trentina, posterior a Lutero, que comenzó a calificar a estos ritos de supersticiones y hechicerías y vanos conjuros, por lo que la Inquisición, en un momento de amenaza internacional para España y debilidad papal, actúo sin contemplaciones contra todo lo que plantease dudas. Muchos fueron derruidos, otros abandonados, y los curas aleccionados para su desuso.

Imagenes de cometelmundo y miradoresdeordesa




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