lunes, 3 de abril de 2017

Cuando innovar no es lo importante, y educar no es lo primero



Uno de los educadores más fascinantes de estos dos últimos siglos es el indio Sugata Mitra, un incansable investigador sobre la memoria, los sistemas de aprendizaje, la educación cooperativa, la percepción, las redes neurales y los sistemas de aprendizaje humano. Mitra es Professor of Educational Technology at the School of Education, Communication and Language Sciences en la Universidad inglesa de Newcastle, Jefe Científico en el NIIT, y creador e impulsor del Hole in the Wall. El “agujero en la pared” es una de las experiencias más increíbles de la historia de la educación, que ha permitido el entrenamiento cognoscitivo y el desarrollo de millones de jóvenes indios, en las zonas más pobres de ese país, y de aquellos a los que ha sido exportado.



Tal como el ha explicado alguna vez, Mitra colocó en 1999 un ordenador en una pequeña hornacina, a modo de cajero, en una pared en un barrio humilde de Kaljaki, en Nueva Delhi, permitiendo el libre acceso a los niños. La experiencia demostró que los niños pueden aprender mediante medios tecnológicos con gran facilidad, y esto es lo importante, sin ningún entrenamiento formal.
Es lo que luego hemos dado en llamar en pedagogía Educación Mínimamente Invasiva o sistema de auto-organización cognitiva.
Contaba Mitra como en una ocasión entregó un ordenador y una conexión a internet a los alumnos de una paupérrima escuela del distrito de Kapur, pidiendo a los alumnos que le usasen para preparar un trabajo sobre terremotos que él recogería, dos meses después. Ante el asombro de aquellos chavales, que nunca habían visto tal aparato, Mitra se fue, sin dar más explicaciones. Pero el espíritu de superación humana es increíble. A los dos meses, Mitra comprobó que los alumnos, sin ayuda de profesor alguno habían aprendido a manejar el ordenador, se habían descargado manuales de la red para aprender a usar su software y habían aprendido de manera eficiente sobre el tema propuesto, y aun más.

Hoy los que estamos vinculados a la educación, comprobamos como los jóvenes europeos contrastan su abrumadora dotación tecnológica, con una generalizada incapacidad digital.
Cualquier estudiante español, de primaria o secundaria tiene a su alcance una panoplia de aparatos inabarcable. Smartphones, tabletas, ordenadores, notbook o reproductores multimedia son habituales para cualquier niño o adolescente, sin contar con los medios a los que pueda tener acceso en su colegio o instituto. Sin embargo, capacidades como saber buscar información, discriminarla o ser crítico con ella, reproducirla de manera adecuada, crear mensajes o contenidos, protegerse en la red o, incluso, manejar archivos de audio o imagen, son casi desconocidas. Y lo peor, no solo la educación española, y parte de la europea, no esta atajando el problema volcándose en esa competencia, sino que los alumnos, y sus familias, se resisten a ella.

Es cierto que hay en la educación española hay problemas endémicos, aunque se haya avanzado en los últimos años. Problemas sobre todo de dotación material y humana. No todos los centros tienen redes de conexión a internet. No todos, ni la mayoría tienen medios individuales para que sus alumnos puedan aprender en base a nuevas tecnologías (es frecuente un aula de ordenadores o una pizarra digital por centro, como mucho). No todos tienen plantillas formadas adecuadamente. Es cierto que el lento proceso de dotación TIC ha empezado a sufrir recortes presupuestarios, con lo que no solo no se avanza, si no que a veces se hace tan despacio que la escuela, pese a gastarse dinero en ella, es cada vez más obsoleta, en un mundo que crece más deprisa. Y es cierto que tenemos un problema laboral y organizativo importante. Conflictividad, incoherencia de horarios, profesores más dedicados a la atención grupal que al diseño educativo o la atención personal, o escasez de terapeutas, psicólogos y orientadores.

Incluso, para acabar de complicar el panorama, dedicamos parte de nuestras escasas energías a la batalla ideológica, con un modelo de gestión siempre cuestionado y un marco legal siempre en revisión.

Con todo y con eso, nos enfrentamos aun problema peor. ¿Para que queremos medios tecnológicos si no hay un plan pedagógico para usarlos, y si en muchas ocasiones el alumno y su familia son más conservadores que el propio profesorado?.

Porque la cuestión no es enseñar sustituyendo una tiza por una pizarra digital, ni unos apuntes herrumbrosos por un blog o un libro digital, la cuestión es implantar otro modelo de aprendizaje, con otros fines y otro papel del profesorado, y del alumnado, como ha demostrado Mitra.

Las discusiones pedagógicas han perdido peso en los últimos tiempos, desplazadas por otras cuestiones más ideológicas. Ciertos sectores políticos han trabajado en este país para hacer de la escuela algo más que una academia o un centro de adoctrinamiento. Es evidente que la escuela es un instrumento para lograr el cambio social. Pero eso, como defiende Montserrat Roig, no se consigue inyectando conocimientos en los alumnos, sino haciéndoles participes del proceso educativo, corresponsables, dinamizadores sociales.

En la otra acera ideológica, el esfuerzo ha ido por otro lado, recuperar el ideal ilustrado del conocimiento y admitir que la movilización de un país no es labor de las masas sino de una élite dirigente que hay que formar, segregadamente, con excelencia, como se dice ahora. Como si el liderazgo no se forjará entre iguales, y desde bien abajo y con vocación de servicio, que no de poder. Olvida además esta otra visión educativa que la ilustración, si algo importante nos dejó, no fue la erudición, sino la razón, la búsqueda del conocimiento y la libertad de pensamiento y creación.

Hoy son varios los ejemplos de proyectos y escuelas que intentan modificar contenidos, hacer menos rígido el horario de trabajo de los alumnos, fomentar el espíritu crítico y la creatividad, impulsar al alumno a que convierta la información en conocimiento y que el mismo sea fuente de este, en lugar de limitarse a repetir y repetir contenidos alejados de su interés y de el de la sociedad. Pero lo curioso es que frente a esa concepción que algunos docentes pretenden implantar, familias y alumnos persisten, al amparo de la ley, atrincherados en la “seguridad” tradicional de que se les juzgue por su mera capacidad para retener y repetir los conocimientos, y así aprobar y luego subir en el escalafón escolar. De hecho raro será que un padre reclame el lícito derecho de su hijo a aprender. Tan raro como que no reclame una décima en un examen porque “mi hijo ha puesto lo que decía el libro”

Como explicaba el director del informe PISA, Andreas Schleicher. “El problema de España no es el modelo legal de escuelas, ni tan siquiera el currículo, sino cómo conseguir que las escuelas asuman un nivel de innovación y de iniciativa. Y eso requiere la reforma de los contenidos y de la evaluación; nuevas estrategias para elegir al profesorado, el liderazgo en las escuelas y la integración de las tecnologías que permiten a los individuos crear, adaptar y compartir los contenidos”.

Sin embargo, como señala el ex secretario general de Educación Francisco López Rupérez, “cuando varias personas reclaman una buena educación para sus hijos pueden estar pidiendo cosas muy distintas”. Para unos educar sigue siendo a la vieja usanza de instruir, exigir y acumular conocimiento. Para otros la clave son los valores y la actitud ciudadana. Para los menos convertir a sus hijos en dinamizadores sociales y seres autónomos capaces de aprender y crear.



Al final, todos deberíamos compartir aquel viejo ideal de conocer, imaginar, crear, actuar, compartir. Algo difícil cuando aprender no es lo importante y educar no es lo primero.

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