Tras el reinado de Felipe II y la difícil situación creada por la derrota en el norte de Europa, la corona española entró en una progresiva decadencia en los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, los denominados austrias menores, por oposicióna los reinados de sus predecesores
Vamos a comenzar con un vídeo de artehistoria con el que vamos a hacernos una idea global de este siglo XVII
1. EL
REINADO DE FELIPE III
A la muerte
de su padre, en 1598, subió al trono Felipe III, a la postre un hombre joven,
inexperto, indolente, despreocupado, irresponsable y dotado de pocos valores
personales y de gobierno aunque, eso si, amante de las fiestas y los goces
mundanos.
Ante tan
cúmulo de desgracias, y con un país muy tocado por el conflicto holandés y el
desgaste de las guerra expansivas optó por confiar el gobierno a un noble de su
plena confianza, el duque de Lerma, miembro del grupo de cortesanos que
compartían con él su tiempo, pero que tampoco tenia experiencia de gobierno.
había nacido el sistema de validos. La confianza del monarca aumento en este
personaje, hasta el punto de ordenar en 1612 a todos los consejos e instituciones que
obedecieran las órdenes del duque como si fueran firmadas por él.
Con dos
personajes así al frente del país, su reinado careció de un programa político
coherente, dedicándose Lerma a satisfacer sus intereses personales, ante la
parálisis del país.
En política
internacional la característica fue la paz, motivada por la incapacidad de
ingleses y españoles para imponerse y por el agotamiento financiero de España,
más que por su convicción de la necesidad de la Paz. Sin embargo, el
periodo no seria aprovechado para el saneamiento del país, ante la ineficacia y
corrupción de la administración.
En 1604 el
Tratado de Londres puso fin a veinte años de guerra con Inglaterra, lo que
permitía pacificar las rutas hacia América y socavar el apoyo extranjero a los
holandeses. Sin apoyo exterior, y con el formidable ejercito español enfrente,
los rebeldes holandeses sufrieron serios reveses, que no pudieron aprovecharse
por la falta de fondos, que paralizaba el avance cada vez que se disponía de
ventaja frente al enemigo y provocaba el amotinamiento de las tropas. Además,
en el mar eran los holandeses quienes tenían la iniciativa. Ante ellos, España
impulso conversaciones de paz que concluyeron en 1609 con la firma de la Tregua de los Doce Años,
que significaba el reconocimiento diplomático del Estado holandés, por más que
no se declarara formalmente.
A parte de
la ineficacia del gobierno, la raíz de estas decisiones se encontraba en el
agotamiento de la
Hacienda. En 1599 se había comenzado a emitir moneda de
vellón, lo que afectó a los precios y al comercio, y en 1607 la Corona se declaró en
bancarrota.
Serenadas
las cosas en el exterior, Lerma y su soberano decidirían poner en marcha en
1609 la operación naval de expulsión de los moriscos, sobre los que pesaban
sospechas de deslealtad. Y ello, por que pese a su dispersión y control tras la Guerra de las Alpujarras,
la minoría morisca había permanecido impermeable, en su gran mayoría, a los
intentos de cristianización que las autoridades civiles y eclesiásticas habían
emprendido. El aislamiento, el mantenimiento de sus costumbres, su crecimiento
demográfico superior al de los cristianos y las sospechas de su contacto con
turcos y bereberes hicieron crecer el odio popular y la convicción del gobierno
de lo popular de la decisión de expulsión. Tranquilizada la situación
internacional, se planifico una gigantesca operación logística para enviarlos
al norte de África. La expulsión se aplico a todos, incluso a los conversos,
pese a sus protestas e incluso motines. La Península perdió casi medio millón de almas, lo
que afectaría, y así lo hizo saber la nobleza, al trabajo en el campo, al
perder los señoríos aragoneses un tercio de sus obedientes siervos. Se tardó
mucho en repoblar las tierras, a causa del vació demográfico y sobre todo por
la dureza del régimen señorial.
Otro
problema fue la queja permanente del reino de Aragón ante la situación fiscal y
económica de la monarquía, y el creciente autoritarismo de los gobernadores
castellanos, que ellos veían como una amenaza a sus privilegios y autonomía.
En medio de
todo ello, las pruebas de la corrupción y el robo de Lerma se hicieron tan
palpables, que el rey se vio obligado a retirarle del gobierno. Para ello,
Lerma se había hecho nombrar Cardenal, a fin de evitar la acción de la
justicia, y colocado como valido a su hijo, el duque de Uceda, aunque con los
poderes mucho más recortados.
Justo en
ese momento, estallaba uno de los conflictos mas devastadores de la historia
europea, la guerra de los 30 años, a la postre el fin del imperio.
1.1. LOS
VALIDOS
Es una
práctica política común en la
España y Europa del XVII, consiste en delegar por el rey,
parte de su poder en un hombre, generalmente aristócrata, siguiendo un criterio
de confianza personal. El valido representaba la dejación de autoridad del rey,
en estados muy complejos de gobernar ya en aquella época., y en un siglo en el
que los Habsburgo demostraron muy pocas capacidades de gobierno y muy poco
interés por asumir sus responsabilidades.
En España,
intentaron un gobierno personalista, tomando decisiones al margen de los
consejos, que eran los titulares de la administración del estado. Para ello se
apoyaban en juntas, comisiones formadas por sus partidarios, con el fin de
agilizar y soslayar el control de la nobleza tradicional. Sin embargo, solo
consiguieron aumentar la corrupción (venalidad y nepotismo) y sumir a la
administración en un juego de intereses e intrigas. Los más atrevidos
aprovecharon el apoyo del rey para controlar la concesión de cargos, pensiones
y mercedes de todo tipo, que canalizaron hacia sus familiares y sus propios
favoritos. Desde el poder, apartaban a sus enemigos y colocaban en los puestos
más importantes a hombres de su confianza. La oposición a los validos la
encabezaron los letrados que formaban los Consejos, y los miembros de la aristocracia
que eran apartados de la Corte
por formar parte de facciones enfrentadas al valido de turno.
En la época
de Felipe III destacó sobremanera la figura de Duque de Lerma, que mantuvo una
actitud de apaciguamiento frente a los reinos de España y de tregua frente a
las potencias europeas. Es conocido por la expulsión de los moriscos de 1609.
En la mayoría de los casos fueron negativos y desprestigiaron a la institución
monárquica. Tan solo Olivares, impulsor de un ambicioso programa de reforma, y
los últimos validos de Carlos II (Oropesa y Medinaceli), desarrollaron
políticas positivas, casi siempre arbitristas.
Los validos
fueron conscientes que España era un conjunto de reinos con instituciones y
leyes diferentes, a las que sólo la
Corona unía. Los intentos que se realizaron para unificarlos
chocaron con los intereses de los estamentos privilegiados y de los territorios
con fueros.
La
oposición a los validos la encabezaron los funcionarios burgueses de los
Consejos, y los miembros de la aristocracia que eran apartados de la Corte por formar parte de
facciones enfrentadas al valido de turno.
Otra
novedad política del periodo fue la venta de cargos (venalidad) como fórmula
para conseguir dinero rápido en situaciones de emergencia. Apareció ya en
reinados anteriores, pero fue Felipe II quien comenzó a utilizarla de forma
alarmante. Se vendían, sobre todo, cargos de regidores de las ciudades,
escribanías y otros oficios menores, pero también llegaron a venderse puestos
en los mismos Consejos. Quienes compraban un cargo lo hacían en régimen
hereditario, por lo que el rey cedía en la práctica parte del poder de nombrar
a sus funcionarios. Pese a las protestas que suscitaba tal práctica, todos los
reyes del siglo XVII la mantuvieron.
1.2. LA INTRODUCCIÓN DEL
ARBITRISMO Y EL MERCANTILISMO
Una de las
características mas acusadas del siglo XVII es la de la introducción en la vida
europea de movimientos renovadores, como, en el caso de la economía los
mercantilistas.
El
mercantilismo fue un movimiento económico surgido en Francia, donde también
recibió el nombre del colbertismo. Los mercantilistas pretendían el
fortalecimiento del estado a través de la economía, su finalidad no era por
tanto mejorar a la población. Para ello defendían una economía soportada en:
- la
acumulación de oro y plata
- el
desarrollo del comercio, especialmente el colonial, protegiendo en exclusiva
sus colonias o ampliándolas.
-
fortaleciendo el poder real, tanto político como económico a través de un mayor
intervencionismo, lo que implicaba imponerse a nobleza y reinos
- mejorar
la balanza de pagos reduciendo las exportaciones, para lo que se defendía una
agresiva política fiscal consistente en cobrar fuertes impuestos aduaneros
(aranceles) a los productos extranjeros.
En España
el mercantilismo era defendido por los arbitristas, que como hemos dicho
pretendían desde el análisis y la aplicación de reformas sacar al país de su
atraso. Ellos comprendieron que uno de los problemas de la economía peninsular
era un sistema comercial que exportaba materias primas (aceite, vino, arroz,
aguardiente, lana) y se adquirían productos mucho más caros, manufacturas
(paños, pertrechos navales, papel, productos de lujo). El déficit comercial se
cubría con la plata de América, por lo que la riqueza del imperio colonial
acababa en los bolsillos de los banqueros y los comerciantes europeos.
Estos
problemas y la falta de competitividad de la economía española, así como su
endeudamiento, se analizo por los arbitristas y se denuncio en las
instituciones centrales, por comités de expertos o en las cortes. También
denunciaron la excesiva presión fiscal, los abusos señoriales, la falta de
inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de moneda y, sobre
todo, insistían en la necesidad de que los monarcas iniciaran una política de
paz que permitiera recuperarse a una Castilla sumida en un siglo largo de
guerras europeas. Pero todas sus recomendaciones fueron desoídas ante la
obsesión de los Austrias y de sus consejeros por la política de prestigio y de
mantenimiento a toda costa de la herencia recibida.
Los
arbitristas, al hilo de las temías mercantilistas que comenzaron a extenderse
en Europa durante el siglo XVII, recomendaban la restricción de las
importaciones de manufacturas y la protección de la artesanía, el saneamiento
fiscal, la paz en Europa y el incremento del poder real en detrimento de nobles
y reino. Pero, aunque se dictaron varias disposiciones que prohibían la
importación de manufacturas y el uso de productos de lujo, las necesidades de
la guerra impidieron en la práctica que se aplicaran.
Sólo a
finales del siglo XVII, los ministros de Carlos II emprendieron una auténtica,
aunque tímida, política mercantilista. En 1680 realizaron una drástica
devaluación de la moneda. También promovieron el establecimiento de
manufacturas y la llegada de técnicos extranjeros, e intentaron reducir los
gastos de la corte y, con ellos, los impuestos. Pero eran pasos pequeños ante
la magnitud del problema, por lo que estas medidas darían frutos en el siglo
siguiente al unirse a las medidas borbónicas, pero no impidieron que al
finalizar el siglo, España se encontrase arruinada.
2. EL
INICIO DEL REINADO DE FELIPE IV
Hijo de
Felipe III, Felipe IV asumió el trono, a la muerte de su padre en 1621, meses
después de que la defenestración de Praga iniciará la guerra mas devastadora de
la Europa
moderna, la Guerra
de los Treinta años.
Su
carácter, propio de la familia, taciturno, inestable y débil, no era el
adecuado para los tiempos a los que hubo de enfrentarse.
Nada más
subir al trono concluía el periodo de vigencia del Tratado de Londres, con lo
que las hostilidades con Inglaterra pronto se reabrirían, tanto por el
enfrentamiento de ambos por la hegemonía europea, como por el control del
comercio americano.
También
terminaba la tregua de los 12 años lo que reabría la posibilidad de guerra con
Holanda. En los Países Bajos el deseo de independencia no se había quebrado por
el periodo de paz. En España los partidarios de la guerra estaban reafirmados
en sus posiciones por la amenaza que una nueva potencia representaba para las
posiciones Habsburgo en el centro de Europa, y por que el envalentonamiento
holandés se traducía en continuas intromisiones y ataques a las colonias,
especialmente portuguesas.
Precisamente
esto ultimo dejaba abierto al joven rey un nuevo frente, el deseo portugués de
independencia, tras ver la escasa rentabilidad de ser español, Castilla no les
protegía de los Holandeses, sus guerras perjudicaban su comercio y sus
instituciones estaban copadas por castellanos.
2.1. LA UNION DE ARMAS DE
OLIVARES
El nuevo
monarca entregó desde el principio la dirección del gobierno a su favorito, D.
Gaspar de Guzman y Pimentel, conde-duque de Olivares, quien actuó durante
veinte años en plena armonía con el rey, sin apenas discrepancias.
A
diferencia de otros validos, Olivares quería el poder para gobernar. Su
programa político no era muy novedoso en cuanto a sus objetivos: mantener la
herencia dinástica y la reputación de la Monarquía , la hegemonía europea.
Eso
implicaba, como de costumbre, supeditar los intereses de los reinos y la
sociedad a los intereses expansionista de la monarquía, esto es a las
necesidades diplomáticas y militares del rey.
Para
conseguir los recursos necesarios, Olivares emprendió una reforma de la
administración, que si resulto novedosa. El planteamiento era que la guerra
exigía recursos y para ello se precisaba el resurgir de la economía y el
aumento del poder real. Así, recuperó parte de las mercedes de los partidarios
de Lerma y recortó gastos en la corte. También intentó evitar las emisiones de
vellón y proteger la producción artesanal, medidas todas ellas arbitristas.
Pero la
reforma más importante fue el proyecto de la Unión de Armas, que pretendía obligar a todos los
reinos a contribuir a la defensa de la monarquía, y de esa forma fortalecer el
poder absoluto del rey. Olivares presentó el proyecto en 1625, y en él proponía
un ejército permanente compuesto de contingentes de cada reino, en función de
la población y riqueza de cada uno de ellos. Además aumentar el poder real a
costa de los fueros y crear unas cortes que expresaran la voz de los reinos y
favoreciesen la uniformización y la coordinación de toda la monarquía.
Sin
embargo, la idea suscitó una fuerte resistencia de los reinos, los cuales
alegaban que sus fueros impedían el envío de soldados fuera del territorio, así
como la situación de penuria económica. Las Cortes se enfrentaron a la Corona , sobre todo en
Cataluña, donde incluso se negaron a aprobar nuevos servicios. Aunque la Unión de Armas se puso en
marcha en Aragón y Valencia, finalmente resultaría un fracaso. De igual modo,
la nobleza veía en Olivares una mezcla de visionario que con sus ideas podía
hacer peligrar la monarquía y ambicioso que podría acabar con el poder del
estamento en beneficio de su clan.
2.2. LA GUERRA DE LOS TREINTA
AÑOS
En medio de
este contradictorio escenario la corona desarrollo su drama en una pavorosa
guerra, en la quedemos enmarcar el ocaso de los Habsburgo (básico 17). tras la Defenestración de
Praga, España entro en guerra en centroeuropea en apoyo de Austria, gobernada
por el primo del rey, y amenazada por la rebelión de los príncipes
protestantes. La intervención española en la guerra encendió la alarma en
Europa ante el miedo a la expansión de España como en tiempos de Carlos. Ello
unido al final de la vigencia de la
Tregua de los 12 años y del Tratado de Londres y a los
problemas a que antes aludíamos con Holanda y Portugal hacía imposible el
cualquier acuerdo. Se iniciaba así un periodo de guerra que se iría complicando
y se extendería durante medio siglo.
Poco
después Dinamarca e Inglaterra entraban en la guerra del lado de los
protestantes.
Durante los
primeros años de la guerra, los Habsburgo llevaron la iniciativa en Europa y
consiguieron mantener el control sobre buena parte de Alemania y sobre el
camino español, el rosario de Estados que unían España con los Países Bajos.
Así, en la década de los 20 Felipe IV consiguió una serie continuada de
victorias: rechazo la invasión danesa en Alemania, conquistó Breda (en
Flandes), derrotó a la armada inglesa enviada contra Cádiz y liberó Génova,
asediada por los franceses. La euforia se apoderó del gobierno de Olivares,
cuyas exigencias hicieron imposible llegar a un acuerdo con los holandeses,
pese a la insistencia de algunos de los consejeros.
En 1626,
perdía esa gran oportunidad, la guerra cambió de rumbo. Ese año apenas llegó
plata, y al año siguiente la
Corona anunció una nueva suspensión de pagos, que obligó a
renegociar la deuda. En 1628 se produjo la captura de la flota de la plata por
la armada holandesa en Cuba. Era la primera vez que esto ocurría y el impacto
fue tremendo, no sólo porque dejaba a Felipe IV sin fondos, sino también porque
los holandeses aprovecharon la plata para contraatacar en Flandes.
En 1629
estalló un nuevo conflicto, la guerra de Mantua, entre Francia y España, por la
herencia del ducado. El fracaso de los tercios condujo en 1631 a la firma de la paz y
a una retirada humillante para la
Corona española.
En 1632 se
produjo la entrada de Suecia en la guerra a favor de los protestantes. Los
suecos ocuparon Baviera, el Estado católico más importante aliado de los
Habsburgo. La reacción de éstos fue igualmente contundente: Madrid y Viena
restablecieron su alianza militar, y en 1634 el ejército católico derrotó a los
suecos en Nordlinguen.
Fue un
espejismo, además la victoria alarmo aun más a los europeos ante la prepotencia
y el poderío español.
Nordlinguen,
llevó a la entrada de Francia en la guerra, en 1635. El valido de Luís XIII, el
cardenal Richelieu, no estaba dispuesto a permitir que los territorios
españoles bordearan por completo la frontera francesa.
Pronto la
guerra dio un giro en contra de España. En 1637 los holandeses recuperaron
Breda, y dos años más tarde tuvo lugar la decisiva derrota naval de las Dunas,
donde la armada española fue destrozada por los holandeses.
2.3. LA CRISIS DE 1640
La derrota
dio alas a los descontentos, incluso en España.
La
monarquía estaba arruinada, el esfuerzo militar había aniquilado a España
financiera, económica y demográficamente.
Al
descontento de la población se unió el de los reinos más díscolos, como Portugal,
Nápoles o Cataluña, que veían amenazadas sus economías y sus fueros, y que
veían en la derrota el momento de debilidad propicio para conseguir la
independencia.
Así, en
1640 se inicia un rosario de rebeliones de la nobleza y de los reinos. La sociedad
clama contra el agotamiento económico, el pueblo contra las levas constantes,
los reinos contra el derrumbe político, la aristocracia se rebela (Andalucía y
Aragón) o abandona la corte oponiéndose al creciente autoritarismo de Olivares.
El clima de enfrentamiento fue especialmente grave en Cataluña, donde el valido
había fracasado de nuevo en su intento de implantar la Unión de Armas. Tras la
entrada en guerra de Francia, la presencia de tropas castellanas acentuó la
tensión, y en 1640 estallaron motines entre los campesinos de Gerona y los
soldados que guardaban la frontera.
El día del
Corpus Christi los segadores entraron en Barcelona, y el motín terminó con el
asesinato del virrey y la huida de las autoridades. Era el Corpus de sangre, la
rebelión catalana. Las cortes fueron disueltas y una junta se hizo con el
principado. Ante la intervención de tropas castellanas el nuevo gobierno
determino aceptar la soberanía de Francia. Un ejército francés entró en
Cataluña, derrotó al castellano en Montjuich y en 1642 conquistó el Rosellón y
Lérida.
En
diciembre de 1640, mientras tanto, estallaba el levantamiento en Portugal. Los
portugueses llevaban muchos años soportando la invasión holandesa en sus
colonias sin que hubiera ayuda alguna por parte castellana. Rechazaban, además,
la presencia de los castellanos en el gobierno del reino, así como los
perjuicios que la guerra ocasionaba al comercio luso, vital para su economía.
No veían, pues, ventaja alguna en continuar bajo la soberanía de los Habsburgo.
Por eso la rebelión se extendió rápidamente, en torno a la casa de Braganza.
2.4. LA PAZ DE WESTAFALIA Y EL
FINAL DEL REINADO
Las
derrotas y las rebeliones doblegaron la voluntad del rey. Ordeno a Olivares que
abandonara su cargo y marchara de Madrid e inicio las negociaciones con los
protestantes. La monarquía, en un último esfuerzo había conseguido controlar
entre 1643 y 1648 parte de Cataluña restableciendo su autoridad en Nápoles y
Sicilia.
Pero la
frustrante derrota ante los franco holandeses en Rocroi, impulsaron el
definitivo tratado de paz.
En 1648,
finalmente, los países en guerra, agotados, acordaron un alto al fuego, que
acabó cristalizando en el congreso de paz de Westfalia. En él se consolidó el
mapa religioso alemán y se reconocieron las conquistas de algunos principados
frente a los Habsburgo. Francia obtenía varios de los territorios conquistados
a los españoles. En el acuerdo firmado en Munster con los holandeses, Felipe IV
reconocía la independencia de las Provincias Unidas y admitía las posiciones
conquistadas por ellas en las colonias portuguesas, aunque se negaba a admitir
el libre comercio en sus propios territorios americanos. Ese trato
discriminatorio no hizo sino acentuar el abismo que separaba a Portugal de la
monarquía española. Además de las compensaciones financieras y territoriales,
Felipe concedía a las potencias el navío de asiento, que permitía a estas
comerciar en sus colonias, rompiendo el monopolio colonial propio de los
sistemas mercantilistas.
2.5. LOS
ULTIMOS AÑOS DE FELIPE IV
La paz con
los holandeses permitió retirar las tropas de los Países Bajos y enviarlas a
Cataluña. En 1652 las tropas castellanas entraron en Barcelona. Al fin de la
rebelión contribuyeron el cansancio, los efectos de la peste y el descontento
que la soberanía francesa había suscitado en Cataluña. Para Francia el
principado sólo había sido una fuente de recursos fiscales y un frente
secundario, idóneo para distraer a las fuerzas castellanas. La actitud de
Felipe IV de evitar represalias generalizadas y de respetar los fueros
catalanes facilitó la pacificación.
La guerra
con Francia y Portugal continuaba, cuando en 1654 se abrió un nuevo frente, al
exigir Inglaterra la apertura de las colonias de América al libre comercio. Sin
previa declaración de guerra, la armada inglesa atacó los puertos del Caribe y,
aunque no pudo tomarlos, los ingleses se apoderaron de Jamaica en 1655. En los
años siguientes, franceses e ingleses coordinaron sus operaciones. Una serie de
derrotas sucesivas, incluida la captura de la flota de la plata en dos
ocasiones, llevaron finalmente a Felipe IV, sin recursos y con los reinos
agotados, a aceptar la negociación.
Felipe IV
concentró todo el esfuerzo de guerra en intentar recuperar Portugal. Pero ya
era tarde: los portugueses habían afianzado su independencia y en 1661 firmaron
una alianza militar con Inglaterra. Se sucedieron nuevas derrotas frente a los
portugueses hasta que en 1668, ya en el reinado de Carlos II, se firmó la paz
definitiva, con el reconocimiento de la independencia de Portugal.
2.6. LA CRISIS DE LA MONARQUIA DE LOS
HABSBURGOS
La crisis
de la monarquía española de los Habsburgo se inicia bajo el reinado de Felipe
II, motivada por el agotamiento militar y la crisis económica asociada al
modelo económico (depredador) y a la revolución de los precios. Sin embargo, el
fenómeno se desarrolla principalmente durante el siglo XVII. Son varios los
motivos:
- La crisis
demográfica motivada por la expulsión de los moriscos, las epidemias, las levas
y la emigración.
- La crisis
económica asociada a la inflación, la baja producción, la crisis agraria del
XVII, el escaso mercado e inversión, la decadencia de la manufactura ( por las
causa anteriores) y el colapso del comercio, en parte por los precios, en parte
por la caída de la producción y en parte por las guerras que afectaban a las
líneas comerciales.
- La
decadencia política. La falta de reyes de carácter, la falta de proyecto
político, la insolidaridad de los reinos y el fracaso de las reformas
(arbitristas y Unión de Armas).
- La crisis
de 1640. Primero por la derrota en la
Guerra de los Treinta años ante las potencias protestantes y
Francia, y el subsiguiente tratado de Westfalia, (que nos hizo perder
territorios, provoco el navío de asiento y multiplico el déficit de la corona),
y después por las rebeliones internas que se produjeron aprovechando esa
coyuntura de debilidad del rey y que pretendían afianzar los privilegios
territoriales y acabar con los planes de Olivares. Ello provocaría un
importante conflicto civil de desgaste y la perdida de territorios como
Portugal.
La crisis
de prolongaría durante el reinado de Carlos II, en al ámbito económico, donde
los validos de fines de siglo poco pudieron hacer, y en el militar donde el rey
cosecharía continuos fracasos ante Holanda y Francia que ratificarían en los
Tratados de Riswyck y Los Pirineos nuevas perdidas territoriales.
3. EL
REINADO DE CARLOS II
Fue un rey
débil y enfermizo ( 1665-1700) atormentado y desequilibrado, manejado por la
corte y su madre la regente Mariana de Austria, que accedió al trono en medio
de la derrota, la bancarrota y todo ello con 4 años de edad.
Su gobierno
representa dos ciclos marcado por dos grupos de validos bastante diferentes.
3.1. EL CICLO
NEGRO
Entre 1665
y 1679 se caracteriza por la postración económica y las luchas por el poder
entre don Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Felipe IV, pero apoyado por
una buena parte de la aristocracia que veían en él el jefe militar y el hombre
fuerte que el rey no era, y los favoritos de la regente, el padre Nithard
(1665-1669) y Fernando Valenzuela (1670-1676). Don Juan José se valió del
respaldo de Aragón, a donde fue enviado como gobernador militar, para organizar
un golpe de estado y entrar con un ejército en Madrid en 1677, obligando a
Carlos II a expulsar a Valenzuela. El golpe significó el triunfo de la
aristocracia y la recuperación del control del gobierno por los grandes, a la
vez que los reinos fortalecían sus fueros, lo que dio nombre a esta etapa: el
neoforalismo.
Algunos de
los validos siguientes intentaron aplicar alguna medida arbitrista, tales como
reducir los impuestos para reactivar la economía de los reinos. Pero los
intereses enfrentados de la aristocracia y de las ciudades, y las continuas
agresiones francesas que obligaban a mantener los gastos de guerra, hicieron
imposible llevar adelante estas medidas.
3.2. EL CICLO
GRIS
En 1680, en
un contexto internacional que tendía a pacificarse y estabilizarse, llega al
poder el duque de Medinaceli.
Ese año se
dictó un decreto de devaluación de la moneda de vellón que buscaba equiparar su
valor con el que realmente tenía en el mercado. El impacto fue brutal, porque
empobreció bruscamente a quienes tenían su dinero en moneda de cobre, pero
terminó con las subidas de precios y permitió estabilizar la moneda,
iniciándose a partir de entonces una lenta recuperación del comercio. También
se reorganizó la recaudación de impuestos y se recortaron los gastos, lo que
permitió rebajar la presión fiscal. Por fin se establecía un presupuesto y se
racionalizaba la administración y la hacienda.
A partir de
1685, el conde de Oropesa, quien sustituyó a Medinaceli, estableció un presupuesto
fijo para los gastos de la Corte ,
y se dictaron normas para promover la creación de manufacturas y para favorecer
la llegada de inversores extranjeros. Se inició entonces una lenta recuperación
económica, más marcada en la periferia, y sobre todo en Cataluña.
Ya conocemos los hechos, repasemos ahora los caracteres de un siglo decadente en lo político y extraordinario en los cultural
4.
CARACTERES GENERALES
Parte de
este éxito hay que asociarlo a estos dos ministros arbitristas, pero también a
la situación internacional.
El país
abandono sus sueños de gloria, centrándose en mantener el control del Mediterráneo
occidental y la carrera de Indias.
En la
primera parte del reinado, la debilidad militar, sin embargo, fue aprovechada
por la Francia
de Luís XIV, que a lo largo de todo el periodo emprendió una política agresiva
encaminada a ampliar sus dominios.
Cuatro
guerras sucesivas con Francia obligaron a España a ceder buena parte de sus
territorios, dejando aislados a los Países Bajos. En los años finales del
siglo, incluso Cataluña fue atacada. Pero la monarquía española contó con el
apoyo de Inglaterra y Holanda, que no aceptaban la expansión francesa, lo que,
unido al interés de Francia en la sucesión española, permitió que en la Paz de Ryswijk (1697) Luís XIV
devolviera buena parte de sus conquistas.
De hecho,
los últimos años del reinado están presididos por las tensiones suscitadas por
el problema sucesorio. La imposibilidad de Carlos II, cada vez más enfermo, de
tener un heredero multiplicó el interés de las cortes europeas por la Corona española. No sólo
estaba en juego el conjunto de los reinos peninsulares y las posesiones en
Italia y los Países Bajos, sino también el imperio colonial.
A partir de
1697, dos candidaturas se disputaban el trono: la del archiduque Carlos de
Habsburgo y la de Felipe de Anjou, nieto de Luís XIV y candidato borbónico.
Carlos II moría en noviembre de 1700, un mes después de firmar un testamento
que dejaba la Corona
al segundo de ellos.
4.1. La
evolución demográfica
Desde el
punto de vista demográfico, el siglo XVII es un periodo de estancamiento y
regresión. Los primeros signos de crisis aparecen en Castilla en la década de
1590, y se prolongaron durante la primera mitad del siglo. Pero a partir de
1650 comenzó un lento proceso de recuperación. Al terminar el siglo XVII había
una población de entre 7 y 8 millones de habitantes para todos los reinos
españoles, algo inferior a la que había en 1600, aunque es difícil dar una
cifra exacta.
La
depresión demográfica no fue uniforme. Actuó de forma especial sobre la Meseta , en donde muchos
núcleos rurales fueron abandonados. También se despoblaron muchas ciudades. El
descenso de población fue igualmente acusado en la Baja Andalucía , en
Extremadura y en el reino de Aragón.
Por el
contrario, las zonas periféricas, como Cataluña, Valencia, la costa Cantábrica
o Murcia, aunque acusaron el descenso, se recuperaron en la segunda mitad del
siglo. En ellas la población tendió a concentrarse en las ciudades más
importantes. El crecimiento de la población catalana fue especialmente
significativo en las dos últimas décadas.
Las causas
de la crisis demográfica son diversas. Estuvo, en primer lugar, la incidencia
de las graves epidemias, sobre todo de la peste, que se presentó en forma de
oleadas periódicas. Algunas de ellas tuvieron especial gravedad, como la de
1598-1602, que afectó sobre todo al norte peninsular y provocó cerca de 500.000
muertos.
Un segundo
factor fue la crisis económica, que se tradujo en hambrunas y mortandades. La
caída del comercio con el norte de Europa y con América también explica el
descenso de población de algunas ciudades artesanales y portuarias, como
Sevilla, Segovia o Cuenca. A ello se sumó la incidencia de la guerra, sobre
todo a mediados del siglo, cuando se comenzó a hacer reclutas forzosas y
algunas zonas, como la frontera con Portugal o Cataluña, se convirtieron en
teatro de las operaciones militares.
La
expulsión de los moriscos en 1609 tuvo una incidencia importante, sobre todo en
los reinos de Valencia y Aragón, de donde emigraron la mayoría de ellos.
Mientras que Valencia fue recuperando su población Aragón ya no pudo hacerlo, a
causa de las duras condiciones señoriales, que no favorecían la llegada de
nuevos colonos a las tierras abandonadas por los moriscos.
4.2. La
crisis agraria
La caída
demográfica está íntimamente relacionada con el descenso de la producción
agrícola. La falta de mano de obra llevó a dejar sin cultivo las tierras menos
productivas, al tiempo que la presión fiscal de la Corona y de los grandes
señores empujaba a muchas familias a abandonar las zonas agrícolas. Hubo una
sucesión constante de ciclos de malas cosechas, que entre 1630 y 1680 se
suceden cada ocho o diez años, de forma continuada, y que provocaron la falta
de alimentos, la subida de los precios de los cereales y el hambre entre la
población.
Sólo a
partir de la década de 1680 se inicia una recuperación agrícola, más intensa en
aquellas zonas en las que se había emprendido una cierta especialización de
cultivos: se introdujo el maíz en la costa cantábrica, aumentó la producción
olivarera en el sur y se extendió el viñedo en Andalucía, Rioja y, sobre todo,
Cataluña, en donde buena parte de la producción se destinaba a la exportación.
También
hubo una fuerte caída de la producción lanar. La cabaña ganadera de la Mesta pasó de 3 a 2 millones de cabezas a lo
largo del siglo XVII. La guerra contra los holandeses, primero, y más tarde
contra Inglaterra, provocó una drástica caída de la exportación de lana, y
aunque en la segunda mitad del siglo la producción aumentó, no llegó a alcanzar
las cifras del siglo XVI.
4.3. La
producción artesanal
La
artesanía también acusó los efectos de la crisis. Aunque no afectó a todos los
sectores, sí golpeó a los de mayor peso: el textil, la metalurgia y la
construcción naval, por lo que las consecuencias fueron graves: pérdida de
empleos, atraso tecnológico y dependencia de productos extranjeros.
La
producción de paños de las ciudades de la Meseta experimentó una caída progresiva desde
finales del siglo XVI. La disminución de la capacidad de compra entre
campesinos y trabajadores urbanos, sumadas a la competencia de los paños
extranjeros, provocó la desaparición de numerosos talleres. Estaba, además, la
resistencia de los gremios a las innovaciones y la competencia de los
mercaderes fabricantes de paños, comerciantes que entregaban la materia prima a
los campesinos para transformarla y que competían contra los talleres urbanos
sacando la producción a las zonas agrarias.
La
producción minera y la fabricación de hierro mantuvieron su prosperidad durante
las primeras décadas del siglo XVII, en parte gracias a la demanda de armas
para el ejército.
Pero la
competencia extranjera y la falta de desarrollo técnico, unidas a los precios
poco competitivos, hicieron que poco a poco disminuyera la producción y muchas
ferrerías desaparecieran, sobre todo las del País Vasco.
Lo mismo
ocurrió con la construcción naval, que se mantuvo pujante durante la primera
mitad del siglo gracias a la demanda de barcos para la carrera de Indias y para
la armada.
Pero las
guerras europeas dificultaron la llegada de pertrechos navales (madera,
cordaje, velas) que se traían del Báltico, por lo que los precios se
dispararon. Además, se siguieron construyendo enormes y lentos galeones, en una
etapa en la que los comerciantes preferían los barcos más ligeros y rápidos que
ofertaban los astilleros holandeses y británicos. En la segunda mitad del siglo
casi todos los barcos del comercio de Indias eran fabricados fuera de España, y
la floreciente industria naval cántabra había entrado en una fase de fuerte
decadencia.
4.4. La
evolución del comercio
Se puede
decir que la producción agrícola y artesanal se destinaba, en un noventa por
ciento, al autoconsumo o, todo lo más, a un mercado de un radio máximo de diez
o veinte kilómetros. La deficiente red de caminos, la falta de ríos navegables
(salvo el Guadalquivir y el Ebro) y la escasa cantidad de moneda en manos de
campesinos y trabajadores hacían imposible un comercio más expansivo. Por si
fuera poco, todo el
I
territorio peninsular continuaba plagado de aduanas que separaban entre sí a
cada uno de los reinos, y a veces a partes de ellos, como entre Castilla,
Vizcaya y Navarra. El resultado era un encarecimiento de los precios que
únicamente podían afrontar los productos de lujo, que no suponían más del 1%
del total de la producción.
Sólo el
abastecimiento de las grandes ciudades y el comercio marítimo justificaban
importante operaciones comerciales. Los comerciantes y banqueros se
concentraban en las ciudades costeras, sobre todo en Barcelona, Valencia,
Sevilla, Lisboa y Bilbao. Un lugar destacado lo ocupaba el comercio con las
colonias, que aún era monopolio efectivo de Castilla y que atraía la actividad
de numerosas compañías asentadas en Sevilla.
El volumen
del comercio, no obstante, se resintió de forma notable a lo largo del siglo
XVII. La situación de guerra convertía a los barcos mercantes en objetivo del
enemigo y de los corsarios. Además, la piratería aumentó de forma espectacular,
sobre todo en las costas de América.
Un segundo
motivo de la crisis comercial era la constante manipulación de la moneda. Los
gobiernos recurrieron a fabricar moneda de vellón, sin plata o con muy poca
mezcla, reservando ésta para sus gastos militares en las guerras europeas. El
resultado fue una devaluación continua de la moneda, que sembró la desconfianza
y provocó subidas bruscas de los precios cada vez que una nueva emisión de
vellón entraba en circulación. Los comerciantes comenzaron a exigir moneda
extranjera para cobrar sus ventas. Además, en la larga etapa bélica de los años
que van de 1630 a
1665 fue frecuente que la
Corona confiscara la plata que se traía de América, lo que
produjo un aumento del contrabando para ocultar la plata traída de las
colonias.
4.5. El
giro en la economía colonial
Pero las
razones principales de la decadencia comercial hay que buscar- .
las en el
cambio que se produjo en la economía americana. A partir de finales del siglo
XVI, tanto en Nueva España como en el Pero la falta de mano de obra llevó a
sustituir las encomiendas por el sistema de haciendas y plantaciones, grandes
propiedades trabajadas por hombres libres, pero también por esclavos. Aumentó
la producción agrícola y artesanal, y comenzó a desarrollarse el intercambio
interno de productos, pese a las prohibiciones de las autoridades españolas,
que lógicamente no querían una economía interna americana independiente de la
peninsular. Cada vez más, América se autoabastecía de numerosos productos, lo
que hacía descender las importaciones de alimentos y manufacturas españolas.
Además, se
produjo una caída progresiva de la producción de plata, de tal forma que las
remesas que se enviaban a la
Península fueron disminuyendo de forma considerable a partir
de la década de 1620.
Por otro
lado, estaba la competencia extranjera. Desde comienzos del siglo XVI se
agudizó la penetración de comerciantes extranjeros en América. Las autoridades
americanas poco podían hacer para impedirlo, porque no tenían medios para
controlar toda la costa, y además los barcos holandeses, ingleses y franceses
traían productos necesarios para los colonos. Las guerras incentivaron el
contrabando, porque no sólo se cuestionó el monopolio español, sino que la
introducción directa de mercancías se convirtió en una forma de guerra
comercial que perjudicaba a la monarquía española y
fue promovida
por los gobiernos europeos.
El gobierno
español comenzó a admitir, por irremediable, la presencia europea en América,
pero también en los puertos españoles, pese a que sucesivas órdenes y
pragmáticas pretendían prohibirla o restringirla. En las décadas finales del
siglo XVII la mayor parte de los barcos, mercancías y comerciantes que hacían
la carrera de Indias procedían de Holanda, Francia e Inglaterra.
4.6.
Arbitrismo y mercantilismo
La economía
peninsular estaba basada en un sistema de producción dependiente. Se
exportaban, básicamente, alimentos y materias primas: aceite, vino, arroz,
aguardientes, lana. A cambio, se importaban manufacturas: paños, pertrechos
navales, papel, productos de lujo, etc. Como el valor de las importaciones era
mucho más alto que el de las exportaciones, la diferencia se tenía que cubrir
con la plata que venía de América. Además, Castilla se convirtió en un mercado
de tránsito de productos europeos hacia América y de productos coloniales hacia
el continente europeo. El resultado fue que la riqueza de las colonias no se
quedaba en la Península.
Los
problemas que presentaba la economía peninsular y los derivados de la creciente
competencia extranjera fueron analizados y denunciados por los Consejos de
gobierno, por las Cortes y por expertos independientes, llamados arbitristas.
Éstos denunciaban la excesiva presión fiscal, los abusos señoriales, la falta
de inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de moneda y,
sobre todo, insistían en la necesidad de que los monarcas iniciaran una
política de paz que permitiera recuperarse a una Castilla sumida en un siglo
largo de guerras europeas. Pero todas sus recomendaciones caían en saco roto
ante la obsesión de los Austrias y de sus consejeros por la política de prestigio
y de mantenimiento a toda costa de la herencia recibida.
Los
arbitristas, al hilo de las temías mercantilistas que comenzaron a extenderse
en Europa durante el siglo XVII, recomendaban la restricción de las
importaciones de manufacturas y la protección de la artesanía. Pero, aunque se
dictaron varias disposiciones que prohibían la importación de manufacturas y el
uso de productos de lujo, las necesidades de la guerra impidieron en la
práctica que se aplicaran.
Sólo a
finales del siglo XVII, los ministros de Carlos 11 emprendieron una auténtica,
aunque tímida, política mercantilista. En 1680 realizaron una drástica
devaluación de la moneda. También promovieron el establecimiento de nuevas
industrias y la llegada de técnicos extranjeros, e intentaron reducir los
gastos de la corte y, con ellos, los impuestos. Pero, aunque hubo síntomas de
recuperación, al terminar el siglo la situación de la economía española
continuaba siendo de estancamiento y dependencia exterior.
4.7. La
evolución social. Los estamentos privilegiados
La sociedad
española del Barroco siguió siendo una sociedad estamental, marcada por los
privilegios de nobles y eclesiásticos, y por la aspiración de quienes eran
plebeyos al ascenso social.
La
aristocracia aprovechó la debilidad de la Corona durante este siglo para recuperar su
preeminencia política, su influencia y el dominio señorial mediante la compra
de nuevas jurisdicciones y la presión sobre los campesinos. La crisis económica
y la constante subida de precios del siglo XVI habían hecho disminuir sus
ingresos, al tiempo que el derroche y el lujo de su elevado tren de vida hacían
que, en algunos linajes, la situación financiera fuera bastante difícil.
A pesar de
ello, todos los grupos sociales aspiraban al ennoblecimiento. Quienes
acumulaban fortuna en la producción artesanal o en los negocios adquirían
tierras y señoríos. A continuación fundaban un mayorazgo y solicitaban un
título o compraban una hidalguía. Otras veces entraban en la nobleza a través
del matrimonio.
Los
monarcas del XVII recuperaron la costumbre de conceder mercedes por los
servicios prestados a la
Corona. Eso significaba otorgar títulos a plebeyos, pero
también aumentar el número de Grandes y Títulos de Castilla, lo que provocaba
las protestas de los linajes que habían recibido tal distinción en tiempos de
Carlos V, celosos de preservar su exclusivismo social.
Ser noble
implicaba la exención de impuestos y una serie de preeminencias sociales y
judiciales, pero también traía consigo el abandono de las actividades
mercantiles, que se consideraban impropias de la nobleza de sangre. Pese a las
órdenes reales, que permitían a los nobles invertir su dinero sin menoscabo del
prestigio, eran pocos los que lo hacían.
En cuanto
al clero, siguió aumentando a lo largo del siglo XVII. Era una buena salida
para los hijos segundones de la nobleza y de los grupos sociales enriquecidos,
que ascendían directamente a los puestos más altos de la jerarquía. Para las
clases populares, el ingreso en el sacerdocio o en un convento garantizaba unos
ingresos mínimos, así como el disfrute de los privilegios jurídicos, fiscales y
sociales del estamento. Eso explica la falta de vocación y el bajo nivel de
formación de buena parte de los clérigos, continuamente denunciada.
de tales
rentas era muy desigual, y las diferencias entre diócesis y, dentro de cada
una, entre las parroquias podían ser abismales.
A cambio, la Iglesia suministraba, a
través de fundaciones, hospitales y colegios, una serie de servicios de
asistencia social que el Estado de la época no cubría. Además, participaba en
el sostenimiento de la monarquía y del esfuerzo de guerra mediante una serie de
contribuciones voluntarias que, en conjunto, significaban una aportación
decisiva a los ingresos de la
Corona.
Imágenes terciosespañoles, despertaferro y revista historia
No hay comentarios:
Publicar un comentario