lunes, 3 de enero de 2011

Cuevas, pozos y museos


Como es propio en estas fechas, hace unos días acepte con resignación la visita a la catedral del consumo de Nueva Montaña, a fin de cumplir el ritual de compras y presentes que la estación manda. Mi objetivo era en esta ocasión encontrar una pieza recóndita del mundo literario firmada en su día por Joaquín Vaquero Turcios, “Maestros subterráneos”, un estudio artístico de Altamira que me parecía una elección adecuada como obsequio para quien, como es el caso de su destinatario, aprecia en cada cueva de Cantabria más su valor en la Historia del Arte, que en el catalogo de la arqueología, la prehistoria o el turismo.

Mi afán, en aquella tarde, no tuvo premio, el lugar escogido para encontrar el libro, no era el adecuado. Sus baldas y expositores eran presa de una colección de hojas en tapa dura, la biografía no autorizada de Revilla. Un título, por otra parte, enigmático, teniendo en cuenta que aquella misma tarde tope con una mesa excelsa donde Revilla, que según reza el título del libro no ha autorizado la obra, firmaba ejemplares junto a la autora, Virginia Drake. Bueno, la política es así, onírica.
El caso es que la visión de Revilla me trajo a la memoria ese pantano cultural en que los cántabros nos hemos metido, llamado Altamira.
A mi me resulta preñada de fango la cuestión Altamira, porque creo que hemos perdido la sensatez y la orientación en este tema. O, mejor dicho, los encargados de administrar nuestros intereses, y los de los que vengan en el futuro, han perdido el criterio debido.
Como en el caso del AVE, y probablemente por idéntico motivo, electoralismo y populismo barato, el gobierno regional se ha empantanado en una reclamación estéril e inconveniente sobre la reapertura de Altamira que, lejos de aportar soluciones y estrategias sostenibles de futuro, nos conduce a una serie de enemistades que van a poner en peligro intereses más vastos y beneficios más enjundiosos.
Me explico. Todo el debate sobre la reapertura de la cueva, y los estudios que envuelven la decisión están resultado inconvenientes puesto que enfrentan al gobierno regional con todos, aportando una imagen egoísta, mercantil e insensible a Cantabria, en la gestión de un patrimonio que no es nuestro. Como mínimo diríamos que estamos administrando las raíces de España, administrando. Y estricto sensu, que tenemos la suerte de alojar en nuestra tierra un bien de la humanidad, no un parque temático de la región, erigido para nuestro beneficio. Que los habitantes de Altamira hace treinta mil años fueran el eslabón exclusivo de los cántabros y que su cultura sea nuestro privado es mucho afirmar, más aun, es una tontería, teniendo en cuenta que nuestras arbitrarias fronteras administrativas actuales nada tienen que ver con aquel mundo y sus identidades. Pero para ello, la tozudez en defender que la cueva se debe abrir, aunque perezca, nos coloca en frente de todos aquellos que deberían ser nuestros aliados, el CSIC, al que hemos puesto de hoja perejil, la Universidad de Cantabria, a la que ninguneamos como pocos y hasta la Fundación Botín, a la que, como miembro del Patronato, estamos arrastrando a una batalla política que contraviene el espíritu discreto que suele ser de su gusto.
En todo el aluvión de declaraciones y argumentos vertidos sobre el tema en esta historia me quedo con uno que considero especialmente lúcido, el del profesor Iglesias, cuando afirmó que estamos perdiendo el tiempo, y hasta el buen nombre añadiría yo.
Estamos en 2011, y tratamos un tema que se remonta a 1977, cuando los primeros signos del deterioro de estas cuevas eran evidentes. Ya entonces Ignacio Barandiarán, que entonces era director de la Comisión Nacional para la Conservación del arte Rupestre, vio la necesidad de que el estudio y trabajo sobre la cueva se encomendase a la UC, por proximidad y conocimiento, creándose en aquel entonces un equipo multidisciplinar, formado por destacados profesores e investigadores de nuestro distrito universitario, caso de Aurelia Bonet, Nieves Díez-Canejal, Pedro Fernández, Isabel Gutiérrez, Luis Santiago Quindós o Eugenio Villar. Hombres y mujeres de cultura y ciencia relevantes, encuadrados en los equipos de prehistoria de la UC o en el actual Instituto de Física de Cantabria, una institución muy respetada. A este equipo se unirían en los meses siguientes, parte de lo mejor de la ciencia española, según el campo que el informe requería, caso de los geólogos del CSIC Lorenzo Plaza y Manuel Hoyos y del profesor Guillermo Gómez Laa. Microbiólogos como el profesor de la Universidad de Bilbao Federico Uruburo, o de la de Oviedo Carlos Hardisson. El resultado de estos profesionales, y algunos más que esporádicamente se unieron a ellos, fueron diez trabajos de investigación publicados en las mejores revistas científicas del mundo, un plan estratégico para ordenar la conservación, seguimiento y visitas, un plan regional para la conservación y divulgación de nuestro patrimonio prehistórico, un centro de interpretación y conservación (que comenzaría dirigiendo el insigne Joaquín González Echegaray y una montaña de datos y pistas de incalculable valor para el futuro de la cueva. Pero en 1986 el ministerio de cultura socialista encomendó a la subdirectora de arqueología, Ángeles Terol, hacerse con el control de las investigaciones, dio las gracias al equipo cantabro, se olvido de sus avances, dejó de informarles y utilizar todo lo que habían descubierto, y hasta hoy. Y como la memoria tiene nombres, tampoco conviene olvidar que aquello tuvo lugar en uno de nuestros tradicionales episodios de esquizofrenia política, muy habituales en Cantabria, cuando tras ganar las elecciones una coalición conservadora, liderada por José Antonio Rodríguez, las guerras intestinas de la derecha acabaron con su pintoresca carrera política llevando al trono regional a Ángel Díaz de Entresotos y Mier, el silencioso presidente que permitió este desaguisado. Luego, muy luego, se formaría el patronato, pero aquellos pioneros y sus conocimientos siguen en el olvido. Este es parte de ese tiempo perdido que denunciaba hace días el Profesor Iglesias. Pero como en la política cantabra no hay inocentes, los actuales mandatarios tampoco han perdido el tiempo para cubrirse de gloria.
Nuestra posición es débil en la negociación con el estado de nuestro patrimonio, porque aportamos pocos argumentos, aunque si mucha pataleta y mucho capricho, a la vista de la opinión pública. El gobierno tampoco ha dado pasos para crear, basándose además en la sabiduría acumulada por la UC, un plan regional arqueológico, que permita estudios extrapolables a todas las cuevas, que dinamice la investigación, que traiga cerebros a la región e inversiones culturales y que rentabilice un patrimonio cultural que no acaba en Altamira (existe la Garma, El Castillo ...) y que a día de hoy resulta heroico visitar y conocer (webs sin actualizar, teléfonos de contacto que nadie atiende, guías a medio formar, información escasa..).
La estructura creada para atender a este patrimonio tampoco parece que ayude mucho, aunque se hayan dado pasos. Tenemos un moderno Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (IIIPC), cuya coordinación con Cultura, la UC y el patronato no parece muy coordinada y que trabaja, si no de espaldas, al menos de lado, con entidades como el Museo Altamira.
Y hablando de Museos, es claro que no tenemos un plan. Las propias instituciones académicas y culturales ya han expuesto al consejero y al presidente que estamos en una fase museística de dispersión, caos e incertidumbre. Nadie sabe que va a pasar con el Museo Marítimo que tanto costo hacer y que tantos valores alberga. La biblioteca central se ha convertido en un cajón de sastre que lo mismo alberga los estudios sobre Gerardo Diego que cajones de fósiles. Cajones como los que tiene el Museo de prehistoria de los Castros, un centro de investigación y restauración que se pretende sea un “almacén visitable”. Joder, llamar a un museo almacén. Un almacén que esta en la otra esquina del Mercado del Este donde se preparan 1900 metros expositivos para parte del antiguo museo de Puerto Chico. Todo ello podría ir al Museo Cantabria, que ya ha cambiado de maqueta, de ubicación y hasta de nombre ....
¿Realmente nuestro problema cultural y la protección de nuestro patrimonio se reduce solo a Altamira, a reabrir la Cueva, y a cualquier precio?. ¿Cuando las toses de los visitantes acaben con las pinturas nos pondremos, por fin, con lo demás, y escucharemos a quien sabe de verdad de esto?, o ¿vamos a seguir a por uvas?.

Imagen EldiarioMontañés

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