domingo, 23 de enero de 2011

Bietan Jarrai

La distancia de un mar interpuesto ha bastado para hacer brotar con hondura la disolución moral, los efectos contradictorios y la devastación personal en aquellos a los que la guerra civil y las dos posguerras españolas desenraizaron y volvieron a plantar en las Américas. Colonias de emigrantes forzados, hombres, en especial, condenados al exilio en su propia alma. Un alma desgarrada, casi inexistente ya, humeante y amenazadora como un rescoldo.

En Malvin Norte, sobre una loma ajena al mar, el barrio montevideano de Euskal Erría, como la Candelaria en Caracas, se ha convertido en garante de una diáspora vasca quieta desde hace décadas, inmóvil en lo político, sedente en sus sentimientos.
Pocos lugares como Sudamérica reflejan el microcosmos de la sociedad vasca, su negrura, su pesimismo gratuito, su piel ajada de heridas, su incapacidad para hablar más allá del silencio o el griterío, su partición. El comunicado que la banda ETA nos arrojó estos días, los incidentes en Navarra y Guipuzcoa o el debate abierto entre las fuerzas políticas vascas ha destapado de nuevo cuanto nos divide a los euskaldunes, y cuan poco ha mudado nuestra forma de entender la vida.
Euskadi, incluso la que vive fuera, sigue atada a esa vieja disyuntiva entre dejar de amar y dejar de sufrir, como las heroínas de los relatos de Dostoievski. Mientras grupos jóvenes, como Haize Hegoa continúan con vigor la defensa y la difusión de nuestra identidad, los sectores más veteranos se han sentido respaldados estos días para avivar la cultura del victimismo.
Hay algunos que residen aquí huyendo de la miseria, otros de a violencia fratricida, los incluso que hemos llegado huyendo de nosotros mismos. Pero predominan, o al menos saben levantar más la voz, los que han convertido su vida en una huida, una huida permanente que lo justifica todo, y sin la cual no son nada, por lo que precisan mantenernos continuamente a la carrera, y echando pestes de todo.
En España se es poco consciente del peso que estas comunidades tienen en lo que venimos llamando proceso de paz. Tras la desarticulación sistemática de comandos, la incautación de bienes e infraestructura y la detención de dirigentes, simpatizantes y elementos de apoyo, por las policías española y francesa, los veteranos están volviendo a la primera línea de las decisiones, tanto en político, como en lo militar. Unos veteranos que ya casi no quedan en Europa, por lo que su base es ahora America. Una base y un origen que determina una visión muy específica y distorsionada, por la distancia, el problema de convivencia que soportamos en Euskadi.
Esta semana, en los bares del entorno de Santa Isabel, en el casco viejo de Montevideo, poco se hablaba de la refundación de batasuna, del comunicado de los milis o de las supuestas negociaciones que se siguen en Iparralde, en secreto conocido. El tema eran las detenciones por orden de Grande-Marlaska de los navarros Iñigo González, Gorka Zabala, Jon Patxi Arratibel y Gorka Mayo. De las denuncias que sus familiares habían hecho, ante el propio juez, de torturas físicas y síquicas en duras sesiones de interrogatorios que, según los exiliados, habían incluido, golpes, bolsas de ahogamiento y electrodos. Estos días, esos bares solo albergan ejemplares de Gara, y pasquines caducos de Ekin. Estos días la conversación gira en torno al éxito de la manifestación contra la tortura y a favor de los presos en Iruña, y los preparativos de la que en unos días recorrerá la capital del Uruguay.
Al tiempo, los partidos españoles se regodeaban de lo triunfal de su estrategia policial, de la desarticulación de activistas de Segi que buscaban reavivar la kale borroka, mientras los grupos abertzales abroncaban en las calles las contradicciones del poder judicial (el TC ha obligado a Grande Marlaska a rehacer las diligencias de encarcelamiento de los jóvenes de Segi detenidos el 21 de diciembre por falta de justificación legal, al tiempo que los medios de prensa españoles han difundido, en sus ediciones digitales, autos protegidos por secreto de sumario, antes de que el juez los trasladase a las partes, por ejemplo).

En los pueblos de Guipuzcoa tiene una expresión inteligente para describir estas escenas, “Bietan jarrai”, estar a las dos, aunque ya sean las nueve. Estar quieto, sin siquiera ver pasar los trenes. Esa es la causa de que debamos pedir laguntza urgentemente. Damos pasos cada día para la reconciliación, pero en sentido contrario. ETA, sigue atando con maroma de barco a los grupos nacionalistas que aspiran a un modelo de relación con el resto de España diferente y diferenciado, con lo que estos poco podrán aportar a la modernización del país. El nacionalismo moderado sigue apegado al juego de salón que tan buenos frutos le da con Zapatero y que le esta limpiando el camino electoral al sacar a la cuneta a los abertzales que le podrían quitar votos. Y el gobierno y la oposición en Madrid, siguen confiados en un plan policial que puede detener acciones pero no ideas.

Pocas esperanzas podemos tener los vascos en un proceso de normalización de la convivencia que sigue en manos de victimas resentidas por todo el odio y el terror que se ha volcado sobre ellas, en manos de un ministro del interior que ya lo era en los peores tiempos del conflicto y que, como medio gobierno actual, esta viciado por treinta años de conflicto. En manos de una oposición que rentabiliza miedos y deseos de ajuste de cuentas entre una población harta de sufrir violencia y extorsión de cuatro maleantes, y que permite mentiras inflamatorias como las de Mayor Oreja, por que dan votos entre los soberanistas. En manos de una dirigencia etarra más cerca del asilo que del futuro, y que desde la distancia americana dirige con mano de hierro todo cuanto ocurre en un país que ya no reconoce y del que no debería ser voz, pisoteando al serlo la voluntad de una sociedad renovada que puede encontrar por si sola otros caminos de paz.
Parafrasear a Proust es muy útil en esta historia, para sumergirnos en un baño de esperanza no necesitamos otros escenarios ni otros paisajes, solo mirar Euskadi con otros ojos.

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