martes, 11 de marzo de 2014

Recuerdos de un 11 de marzo



Apenas eran las siete y media de la mañana, cuando una bomba explotó a pocos metros de la estación de Atocha. Era el inicio del comienzo, la muerte llegaba a raudales. Y más bombas con ella. Medio Madrid descendió al caos y al desconcierto, mientras un puñado de héroes rescataba, auxiliaba y abrazaba a la victima, a Madrid.


Son las 7,40, una decena de bombas a puesto fin a la pequeña historia de centenares de madrileños, y a reescrito la de toda España, en un infierno que ya dura diez años años.

Pegados al televisor, o a la radio, España se mantenía quieta y en silencio, deslizando por sus mejillas el dolor distante de cientos de trabajadores y estudiantes, cuyo delito aquel mal día había sido la sencillez de una vida discreta e inocente.

Caen las horas, la ciudad se detiene, sus gentes aceleran su quehacer para recomponer vidas, o encontrar lo que queda de ellas. La policía inicia la caza, los políticos también. Unos buscan votos, otros robarlos. La gente laborea callada, ellos mantienen su ignominioso ruido.

Siguen las horas, IFEMA huele a muerte en su pabellón seis. Llora hasta el aire, entre el ir y venir de muertos, entre el venir y el ir de quienes rasgan su piel para aliviar el dolor del alma que esta esconde.

Cae la noche. Los partidos cancelan sus campañas, faltan tres días para las elecciones y las campañas firman el armisticio. Pero las navajas desenvainan, entre sombras, en la España de la oscuridad, esa que a cada esquina de la historia nos asalta, la venganza brota, la nación se olvida.

El cielo esta negro, cuando el rey se asoma a cada casa, a cada bar, a cada calle. Con gesto adusto, con manos quitas y con mirada fuerte muestra su solidaridad con las víctimas y pide la responsable y serena firmeza, de quien desde la unidad, debe ejercer el liderazgo de una nación herida. Es vano trasunto, es fútil deseo, el país se desplaza por un viento maldito que la explosión ha liberado. Son días de guerra. Pero el fuego no viene del enemigo, sino de nuestro vientre.

El pueblo clama justicia, en cada rincón se une, hasta en la distancia se abraza, pero cada partido se afana en excavar fosas, que deberán ser rellenadas.

Sale el sol en Madrid, pero no amanece. Los reproches aumentan, mientras en la tarde anterior a las elecciones la policía detiene a Jamal Zougam, y tres de sus secuaces. Se les considera los autores materiales de los atentados. Unos musulmanes, dos indios. Trapicheros, mineros, chivatos y algún holgazán. Son ellos, dicen, que mas da. La ira y la muerte son ya imparables.

Ha repetido el sol su ciclo durante diez años. Ha caído la noche cada vez más negra, han calado los odios cada vez más profundos. No se quienes fueron, ni que deseaban. No se cuanto más durara aquella explosión, ni cuantos días mas podré soportar este dolor. Hoy he acudido a Atocha, quería ver el tubo de cristal que los recuerda, como si necesitara algo más para alimentar mi recuerdo. He visto a Leticia, amparando en su vientre la vida que a otros les negó el destino. No he visto, no he querido, a esos buitres que por políticos pare España a cada instante. Y he visto al príncipe. Ya es mi único consuelo, la última esperanza de que algo de sensatez pueda aliviarnos.

Cae la tarde. No quise ayer mezclarme con la gente que pedía libertad en las calles de mi ciudad. Me siento junto a ellos, siento como ellos, aunque me aturde tanta agresividad, me confunde tanto dedo acusador apuntando a todos lados, me desconcierta esa risa irónica de quien ha matado a mi gente durante décadas. Pero no estuve allí. Preferí quedarme en Atocha, pasear por la plaza, respirar el aire que queda de aquel día, y susurrar “te quiero”, mientras paso mi mano sobre su nombre escrito entre cristales. Hace diez años que una bomba me impide verte. Y no se porque. Y no se por quien. Pronto cumpliré 29. Una bomba me dejó sola. Una bomba me dejó muerta.

Laura MendíaImagen vozpopuli

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1 comentario:

Gema dijo...

La vida de un País, al igual que la de sus ciudadanos, está llena de alegrías y tristezas, pero pocos hechos producen tanto dolor como lo ocurrido hace una década. Con los mejores recuerdos para los afectados, con el deseo que sus familias y amigos encuentren consuelo y paz.

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