domingo, 29 de enero de 2017

Llueve sobre Dublín



Llueve en Dublín, en el norte siempre llueve. Abrigado, aunque sea verano, Joaquín enfila Grafton hasta llegar a St. Stephengreen´s , el centro comercial donde trabaja recogiendo mesas en un populoso café. "Cuando terminé teleco estuve deambulando entre varios gabinetes técnicos, en unas condiciones imposibles. En un estudio me propusieron que me hiciera autónomo y que trabajara sin sueldo, para así coger experiencia y rellenar el cv. Era pagar por trabajar, por ser explotado, más bien. Ahí vi claramente que mi vida en España había acabado".

Su caso no es único, es la ventaja de la pobreza, siempre encuentras mucha gente como tu con la que compartir recuerdos y anhelos. Apenas llevaba dos días en Dublín cuando conoció a María, una enfermera malagueña que ha acabado recalando en Carrolls, una famosa cadena de tiendas de recuerdos y cachivaches. Cuando Joaquín entró en la tienda de la calle Westmoreland buscando un paraguas y oyó ese sutil acento mediterráneo descubrió que su soledad se encaminaba al olvido. No son pocos los días que quedan a la salida el trabajo, caminan entre el gris del cielo irlandés hasta el puesto de Leo Burdock, frente a Christ Church, para saborear el fish and chips más famoso de la ciudad y recoger a Pablo, un historiador metido a limpiador de parrillas por capricho del destino y el mal gobierno en su país.
Hay más ciudades en el mundo que se han reconvertido en improvisados refugios del exilio español, pero Dublín se ha convertido en una pequeña España,  más que ninguna.
Junto a profesionales cualificados desplazados a la categoría de mano de obra barata para puestos que no quiere nadie, se une un río de niños y adolescentes llevados allí por sus padres a los numerosos colegios que sirven para aprender el idioma, coger autonomía e ir adaptándose al futuro.
Poco importa que los niños estén a gusto, que tengan edad suficiente y carácter formado para una experiencia como esta (enriquecedora por otra parte), o que a su regreso a España hayan adquirido el nivel y preparación necesaria para reintegrarse a un sistema educativo tan peculiar como el español. Poco importa, incluso, ir a un país extranjero para aprender ingles y residir en un colegio lleno de españoles, mejicanos o italianos. Poco importa ante el nuevo becerro de oro, el inglés.
Bilingüismo, años en el extranjero, academias, todo es poco para conseguir que los españoles adquieran el apostólico don de las lenguas. Un proceso lleno de paradojas, como que el profesorado que imparte el bilingüismo en España tenga como única formación el b2. Un traductor o un filólogo estudia y se forma durante años, en España un profesor de matemáticas en bilingüismo (que se da tamaña salvajada) es un licenciado en exactas o un ingeniero que ha estudiado en una EOI o en un centro de profesores para pasar un examen y evitar que le echen de su trabajo por no ser valido para los grupos bilingües (una situación laboral cada vez mas presente). Sin mas formación pedagógica ni más experiencia, pero puede dar clase en inglés, que es lo que importa.
Es una de las muchas ironías españolas. Decenas de familias optan cada vez más por empeñarse para llevar a sus hijos a colegios irlandeses, o americanos o ingleses. Un año de exilio para así aprender la lengua de quienes serán sus amos, e ir conociendo el paisaje donde vivirán su destierro.

Imagen eolapaz



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