domingo, 22 de enero de 2017

La indignación y la ira



En la raíz de nuestra crisis anidan el engaño y el abuso, responsables del mundo de la economía y la política que han arrastrado a la desesperación a miles de ciudadanos como los preferentistas, los afectados por la pobreza energética o los sangrados por las hipotecas. Tras esa comprensible indignación se esconde, sin embargo, el sufrimiento de muchos trabajadores, atrapados entre la ira muchos y la inmoralidad de unos pocos.


Sociedad industrial, angustia ante la incertidumbre económica y conflictos derivados de la crisis. Un cóctel explosivo que está detrás de una enfermedad silente que se está convirtiendo en una epidemia mundial, según cuenta Antonio Cano, presidente de la Asociación Española de la Ansiedad y el Estrés.
Un estudio, pionero en el tema, realizado por el Hospital Virgen de la Victoria de Málaga y la Universidad de Santiago de Compostela, y que ha publicado Scandinavian Journal of Public Health hace unos meses, ha establecido una relación directa entre el estrés laboral y la dislipidemia, una alteración del metabolismo de los lípidos responsable de los infartos de miocardio y de los infartos cerebrales o ictus. Es solo un ejemplo de los efectos del estrés laboral.

Pero no solo el sufrimiento del paro está teniendo efectos devastadores en la población. Una relaciones laborales nuevas y perversas están provocando una sociedad cada vez más enferma, en el amplio sentido del adjetivo.
Ya desde hace algunos años, los avances tecnológicos habían creado una presión notable en los trabajadores. Los de más edad o los menos hábiles percibían la presión de un sistema que les amenazaba con el despido o la marginación si no eran capaces de adaptarse. El nuevo marco laboral de nuestro país ha incrementado esta visión angustiosa que el individuo tiene de su vida laboral. Cada vez los trabajadores ceden más ante las presiones de sus empresas, admiten más lesiones de sus derechos, toleran más una relación insatisfactoria con los clientes y sus jefes, y soportan una mayor responsabilidad, a igual compensación, todo ello por el miedo al despido.
Pero en ocasiones nos olvidamos de que los mismo que son responsables de esta situación de incertidumbre y de esta precaria situación para miles de trabajadores, son los causante de graves conflictos que los trabajadores deben luego soportar, incrementando el enrarecido clima laboral de muchas empresas.
Un ejemplo es Liberbank, la entidad financiera que asumió durante la reestructuración los activos de varias cajas, entre ellas CajaCantabria. La Caja, como coloquialmente se la conoce no solo afronta una complicada situación financiera, como todo el grupo, si no una presión terrible de una parte de la sociedad cántabra, los afectados por las preferentes. Así, a los despidos, la incertidumbre laboral, la bajada de sueldos y las condiciones de trabajo, muy precarias hasta en material de oficina se une una situación diaria para decenas de trabajadores de “la Caja”.

Pocas semanas antes Semana Santa, un grupo de afectados por las preferentes, pertrechados con cruces, cirios y atavíos de penitentes se dirigen a la oficina central de Liberbank en Torrelavega, en la céntrica calle Pereda. Es el particular “vía crucis” de estos ciudadanos, en la conmemoración de lo que ellos llaman “Trienio de Pasión”, el periodo que llevan reclamando la devolución de sus ahorros a la Caja y a otras entidades como Caja Madrid-Bankia. Acceden a la sede, ante la resignada mirada de los empleados, rezan los “Diez Mandamientos del Estafado”, tras lo que corean canciones debidamente adaptadas en su letra a su problema. Tras ello procesionan por el interior de la sucursal, pitan, gritan, increpan y lanzan proclamas. Con mayor o menor éxito de los guardas de seguridad la escena se repite en varias sucursales de la región.
No es la primera vez. Cada jueves una gran pitada en la puerta de la entidad hizo imposible durante meses hacerse entender en el interior de la oficina central de Torrelavega. En enero, ataviados de reyes magos llenaron la oficina de carbón, en carnavales …

Para el delegado territorial de Liberbank en Cantabria, Ángel Fernando Menéndez Vallina, como para los demás directivos, el problema es menor, dar a los afectados uno de sus habituales plantones o presentarse de vez en cuando en algunos de los juicios iniciados por la plataforma de afectados es el único mal trago a tomar. Pero para el trabajador de a pie, para los comerciales, cajeros, oficinistas y limpiadoras, la situación es insostenible.
“En la última protesta María acabo en la urgencias del Hospital de Sierrallana. A la mujer de Álvaro que tiene una mercería en una localidad cercana la han hecho pintadas amenazadoras varias veces y dos compañeros más están de baja por depresión”. Son todos nombres inventados, por una trabajadora sin nombre. Nadie quiere dar la cara, los representantes sindicales, dan larga a nuestros requerimientos y localizar a algún ex trabajador es complicado. La consigna “desde arriba” es clara, el que hable se va, y el miedo circula.
De poco valen en estos casos las terapias de gestión del tiempo y la nueva mentalidad para afrontar el trabajo y la vida privada que preconizan novedosas organizaciones como Show People, la asociación que vicepreside el catedrático de ecología de la Autónoma de Madrid Carlos Montes, que defiende una nueva cultura laboral.
En esta crisis todo está cambiando, hasta el hecho de que haya situaciones con solución, o eso al menos piensan trabajadores, como estos, obligados a hacer frente a la ira comprensible de ciudadanos a los que quienes no dan la cara, les han arrebatado todo. De hombres y mujeres que soportan las consecuencias de un conflicto que no han creado y sobre el que poco pueden hacer, más que soportar el vendaval de quienes piden justicia, y soportar en sus carnes la indignación de otros, con la única esperanza, de alimentar a sus familias.





Imagen christyanmartosphoto.blogspot.com

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