domingo, 15 de enero de 2017

Ese futuro que no llega



Tiempo ha que vivía cerca de Villabona, en Cizurkil, Maider Ansuabarrena, en una pequeña casa cercana a la imponente iglesia de San Millán. Tan imponente, que su inmenso tejado, rara vez impedía ver el cielo en medio de la liturgia. Jon, el marido de Maider, trabajaba en la papelera de Oria, criaba ganado, y aun le sobraba tiempo para dedicarse a arreglos de obra como albañil.

Su pericia hacia que el consistorio, y más aun el cura párroco, don Ginés, le encargarán reparaciones y retejos. Habilidoso en el dibujo, Jon preparaba cada invierno, con mimo, los arreglos a los que se dedicaría con fruición en verano, para dejar su iglesia lista y defendida, ante el ataque del granizo. Le conocí de viejo, y aun entonces, encaramado a su bastón, oteaba el calendario, para predecir necesidades y hacer acopio de recursos. Hasta su muerte, a las crías que recorrían las calles de Cizurkil, siempre las dedicaba un piropo, una caricia en forma de mirada y un consejo de guipuzcoano veterano, “de un doce cañones”, como él decía. “Repasa bien el tejado, que en invierno no se sube, o quebrarás la teja”.

Queria hoy reflexionar con vosotros en nuestra charla hablinesa  sobre los planes energéticos de España, y me ha venido a la mente las palabras de Jon, ahora que estamos en pleno invierno, y el tejado precisa arreglos.

Hace unos meses (antes de su huida) vi por el canal internacional una declaración del ministro de industria español, José Manuel Soria, con sus típicos balbuceos, nervioso y deambulando entre papeles, en su enésimo enfrentamiento con eléctricas, petroleras y canarios.

“Somos un país con gran dependencia energética”, espeto en varias ocasiones, como otros miembros del gobierno habían hecho primero, en esas letanías que en los gobiernos todos deben aprender cuando pintan bastos. Y es cierto, somos dependientes de la energía. Y del cobre, y de los chips de ordenador, y del azúcar, y del cacao y de los repuestos industriales y hasta de las pilas de botón. Eso resulta obvio y razonable, y cualquier estudiante de economía lo sabría razonar con vigor. Las economías modernas están especializadas y son dependientes de los mercados en amplios sectores. Hecho intrascendente si con esos recursos que obtenemos del exterior somos capaces de generar productos y servicios con un mayor valor añadido. Pero no es el caso. Luego el problema no es la dependencia energética, sino nuestra baja competitividad. Asociada a decenas de factores, entre ellos el escaso desarrollo tecnológico, la dependencia de sectores arruinados como la construcción, o de otros casi al límite, como el turismo. Una competitividad mejorable si hiciéramos algo efectivo (más allá de creer en los reyes magos) para rescatar del paro a millones de españoles.

El problema energético español es antiguo y preocupante, aunque ahora, con precios del petróleo bajos y las eléctricas escondidas, hemos arrinconado el debate.

Depender energéticamente de otros países no es un drama, y pocos estados evitan esa carga. El problema es no depender según las reglas del mercado, sino hacerlo del abastecimiento de países dictatoriales que mantienen un oligopolio ajeno a toda lógica económica. Países absurdos, como ahora denuncian sus ciudadanos que han convertido su energía en un capricho, un medio de enriquecimiento de un grupo de poder y en una herramienta política. Y todo eso con el necesario concurso de Occidente. Ese es nuestro problema, la fragilidad de un mercado internacional, que no es tal y que lo mismo que ahora nos alivia, en unos meses nos masacrará.

Repasando hemerotecas he comprobado que el inefable ministro de Zapatero, Miguel  Sebastián ya abordó en 2008 un plan de emergencia energética compuesto de más de ochenta medidas, de las cuales apenas, tras presentarse a bombo y platillo, se pusieron en práctica la mitad. Algo parecido a la ley de economía sostenible, que tras abarcar cuestiones tan variadas como los itinerarios de secundaria o la recompra de coches a los concesionarios, poca más recorrido tuvo.

Hay quien argumenta que las últimas legislaturas han demostrado cierta agilidad para paliar los problemas de los ciudadanos (como el confuso sistema de cálculo del precio de kilowatio impuesto por el gobierno tras las subastas suspendidas hace unos años). Otros explican que todas las medidas de los últimos veinte años son medidas erráticas y sin horizonte. Lo cierto es que ninguno de los cuatro últimos presidentes del gobierno han dado muestras de la madurez suficiente para aunar sus esfuerzos en la construcción de una economía sostenible y social a cuarenta o cincuenta años vista. Ninguno.

Desde hace algunos años, ciudades españolas como Gasteiz desarrollan programas de eficiencia energética. Pero eso no responde a un plan, solo son iniciativas individuales.

Iniciativas que se desarrollan, como la limitación de velocidad en autopistas, en un país donde, según el RACE, el 50% de los desplazamientos en automóvil son urbanos y de menos de 3 kilómetros. En un país donde el 25% del derroche energético no es por los automóviles o sus ruedas, como nos dicen ahora, sino por el mal aislamiento y gestión de los hogares (esos que nunca han tenido un plan renove hasta el que empieza ahora), y en un país donde ahora resulta que parte de la comunidad científica afirma que las bombillas de bajo consumo afectan al sistema nervioso.

Estos días, en medio de un escándalo de corrupción en la línea Alicante Valencia, se ha estimado en más de treinta y cinco años, los necesarios para recuperar con su ahorro, los costes energéticos de construir nuestras líneas de AVE. La razón es sencilla, los trenes de alta velocidad son eléctricos, con lo que ahorraremos emisiones y gasto de petróleo en transportes alternativos (automóvil o avión), pero es que España tiene una de las tasas más altas de Europa en generación de electricidad vía quema de petróleo o carbón, con lo que el petróleo que ahorramos en los coches lo gastamos en las centrales, y así el ahorro es bajo, es lento. Ese panorama sería distinto si hubiésemos apostado hace tiempo por las renovables, y hubiéramos mantenido la apuesta, y de una manera razonable, sin primas fuera de lo normal.

Algo parecido ocurre con la construcción salvaje de aeropuertos, la extensión de líneas áreas low cost subvencionadas por los gobiernos regionales, la paralización de la producción nuclear o el cese de las subvenciones e investigaciones en renovables. Y sobre todo eso no se actúa. Y eso es un plan.

Ya sabemos que ahorrar energía es preciso, que es positivo. Pero no es la base de las actuaciones de un gobierno, no es un plan sostenible en el tiempo, porque, ineludiblemente, el crecimiento de la actividad económica y de nuestra sociedad del bienestar lleva aparejado el crecimiento del consumo de energía. Un crecimiento razonable y eficiente, por supuesto, pero basado en nuestra capacidad para generar energía a precios razonables, y a costes medio ambientales bajos. Y eso no existe, o no esta claro, o no esta coordinado o no esta pensado, midiendo consecuencias y necesidades futuras.

Pasa en otros ámbitos de la vida española. El terreno que hoy es edificable, mañana es dominio público o de costa, con lo que nunca sabes si tu casa será tuya mañana. Hoy haces FP para así acceder a la universidad tras una formación previa, pero mañana te piden que hagas selectividad. Hoy te ayudan a cambiar los neumáticos de tu coche, pero mañana igual cambian el asfalto, para que tenga menos rozamiento, o prohíben los neumáticos actuales por otros hechos con soja.

Y ahí radica uno de nuestros problemas como país, en la inseguridad, en el cambio continuo de criterio, en la falta de continuidad, en no haber diagnosticado nuestras necesidades y objetivos, en no tener un plan.




Imagen planetaejecutivo.com

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