martes, 29 de noviembre de 2016

La conciencia y el olvido



Todo en él rezuma fragilidad y melancolía. El pelo encanecido, la mirada a ratos extraviada, la expresión sorprendida, las facciones huidizas y el hablar pausado, casi enmudado, que te obliga para oírle a guardar ese silencio que, de tan intenso, te hace oír tu propia voz, la de tu conciencia.

Pero tras esa imagen de inocencia rota se escuda el cierzo. Un vendaval irrefrenable que palabra tras palabra te empuja hasta derribarte, y sin desplegar los brazos, sin apenas un gesto, como quitándose de en medio para que solo su voz se vea. 

Hace unas semanas, un equipo de alumnos de eolapaz se desplazó a Burgos para conocer a José Antonio Ortega Lara en el aguerrido barrio de Gamonal.

Han pasado casi veinte años desde que ETA secuestrase a este funcionario y le mantuviera enterrado en un agujero durante 532 días. Quitando alguna fugaz presencia electoral, volvió hace un tiempo del olvido tras la muerte del hombre que le vigiló durante aquel cautiverio. Un escueto tweet fue sido su respuesta, “Descanse en paz. Punto y final”.

Como hemos visto en Alsasua en las últimas semanas con la paliza a unos guardias civiles, o con Irene Villa, por perdonar un tweet ofensivo de un gracioso concejal de Madrid, la víctima, en ocasiones, despierta miradas críticas. Cosas de la vida.
Ortega es parte del grupo dirigente de Vox, un partido de derechas que defiende, entre otras cosas, no rendirse ante la violencia. Pero Ortega Lara no dedica solo su tiempo a la acción política, a la defensa de sus valores. Ayuda en la Asociación de donantes de sangre y da charlas y colabora en diversos colegios  e instituciones ciudadanas, para concienciar contra la violencia, contra la sin razón, y pidiendo a las nuevas generaciones, que no olviden a quienes sufren la intolerancia, un mal que no solo provoca muertos y sufrimiento en París.

Le he visto una vez, y reconozco que su presencia me estremeció, más bien me provocó un profundo desasosiego. La escuche en un acto de una asociación de víctimas del terrorismo etarra, hace poco más de un mes.

Su mirada, casi perdida, su dulce firmeza en sus exposiciones, sus manos frías. Gestos que me causaron tan honda preocupación como la presencia de, tan solo, 91 personas en el lugar del acto, para escuchar a un entendido, a una víctima de la barbarie, justo en días en que amenazas, acciones policiales y atentados islamistas en medio mundo siguen golpeándonos. 91 personas, muchas menos, evidentemente, de las que asistieron en Mondragón al entierro de Bolinaza, el hombre que le mantuvo enterrado en vida.

Ha pasado medio siglo desde que ETA decidiese empezar a matar. Medio siglo de guerra callada e intestina entre la banda y el estado, con decenas de civiles y uniformados en los cementerios y, como explica José Antonio, tras una vidriosa mirada, para llegar a ninguna parte. La vida de las familias azotadas por la violencia, como la suya, ha quedado devastada para siempre. La de los asesinos, libre de todo atisbo de responsabilidad o culpa por tanta maldad vertida.
El “gen del mal”, como ha definido Maite Pagazaurtundua  la fuerza interior que nos impele a la destrucción de vidas ajenas, permanece en Euskadi. Tanto que, como ha señalado el director de Bakeaz (una asociación de derechos civiles de Euskadi), Josu Ugarte, todo plan para difundir el mensaje de paz entre los jóvenes vascos, ha topado con multitud de recelos, obstáculos y oposiciones, en la sociedad, en la administración, en la calle y en la escuela. En parte por que muchos políticos, especialmente nacionalistas, siguen teniendo miedo a entrar en la lucha contra el fanatismo, “por miedo a que afloren responsabilidades”.

Fernando Savater, Maite Pagaza o José Antonio Ortega Lara, son algunas de las personas más conocidas que actúan ante las instituciones para introducir en el sistema educativo programas de convivencia y unidades didácticas sobre el fenómeno terrorista y sus raíces.

Acciones que pretenden poner freno a la “miseria moral, la cobardía y la indiferencia que tenemos, y que permite que hayamos abandonado a su suerte a chicos y chicas que hoy viven con la ceguera, la tetraplejia y la mutilación de un atentado, que viven en una familia rota por un atentado, o que, habiendo sido victimas, conviven con el repudio de sus vecinos o deben recorrer cada día decenas de kilómetros para acudir a un instituto donde no la machaquen”.

Como Dice Ortega, “a Dios gracias, no sufrimos el terrorismo. Pero eso no nos hace inmunes, ni los aleja del peligro de la barbarie”.

En el fondo, la acción de ETA, solo es la materialización, en un escenario político, de algo, aun más intrínsecamente perverso. Anteponer una idea a una vida, cosificar a las personas, convirtiéndolas en pasos, medios o herramientas para la consecución de un fin abstracto, obcecarnos con una idea hasta subjetivar todo por ella, ignorar lo odioso de la violencia, aunque se genere en la búsqueda de la justicia, o lo que creemos como tal, convirtiéndonos así, en miserables o en canallas, mirar para otro lado, cuando los derechos o la dignidad de alguien son pisoteados, ejercer de matones y prepotentes cuando quien esta enfrente nuestro sabemos que es más débil. Todo eso es terrorismo. Eso, y condenar a la ruina a un empresario, al paro a un hombre honrado, a la muerte a una mujer por serlo, o al olvido a un represaliado de Franco, olvidado en una cuneta. Ese es el mensaje que intentó darnos, y eso es lo que me inquieta, que una frágil mujer deba recordarnos principios tan básicamente democráticos, y que solo 91 personas, y un puñado de escolares estén para escucharlo.

Es cierto que todos seamos Charlie, pero deberíamos acurrucarnos junto al corazón de más víctimas, para darnos cuenta que también nos necesitan, para seguir latiendo.
No se este os parecerá un principio adecuado para un inicio de debate de aula, pero siento que debo sembrar el perdón y el respeto, antes que el odio, sea cual sea la bandera en la que se envuelva



Imagen David Sanjuán, Pedro Santamaría  (eolapaz)

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