domingo, 20 de febrero de 2011

Bolonia exige cabezas


“Perdemos tanto tiempo en aparentar lo que no hacemos, que rara vez hacemos lo que debimos hacer”. La frase se atribuye a la escritora y semitóloga Esther Bendaham, y es un retrato apropiado, a mí entender, de ese culto a las formas que cultivamos en la actualidad. Esa tendencia al cumplimiento de rutinas y hechos, sin fecha en ese calendario de vida, que debería marcar los pasos de un objetivo. Pero no es el caso, los pasos los damos, los ritos, los gestos, los programas, las presentaciones vacuas, también. Pero carecemos en muchas ocasiones de un objetivo, es más, de una responsabilidad sobre lo que hacemos, de un compromiso sobre las secuelas que traerán nuestros actos. Todo ello viene a colación de Bolonia, ese tantra cinegético (yo creo que hay un ser en el éter de cacería de estudiantes) que marca la universidad española, y todo lo que hay por debajo, desde hace años.

Tras mucho leer ya he entendido que tal proyecto se nos impuso para homologarnos con Europa, y nosotros, muy solícitos, lo aplicamos con vehemencia, como el converso que se esfuerza en advertir a sus admisores que él no es el enemigo, que él comulga, incluso más, en sus doctrinas. Pero tras años de engaños y auto engaños, unos pocos comienzan a caerse del burro. Unos pocos aun.
Esta semana han comenzado las movilizaciones y las llamadas de conciencia de los compañeros de la facultad de Filosofía y letras de Cantabria. Esta bien, y comparto con ellos plenamente su actitud, aunque el hecho de que una facultad lidere la queja, en solitario, denota la poca conciencia estudiantil, la poca capacidad de movilización y el poco liderazgo social que atesoramos los universitarios, regresando a aquellos tiempos de nuestros padres, en los que los alumnos de letras se mojaban por todos, y los de ciencias esperaban el futuro entre planos y ecuaciones.
Lo positivo del gesto iniciado por los compañeros del inter es poner, al fin, nombre a los hechos. La administración educativa española, con la universidad a su lado, decidió emprender el camino de aplicar una norma europea, Bolonia, que tendría que provocar no solo un hecho administrativo (cambio en las nomenclaturas, nuevos modos de acceso, nuevo sistema de acreditación y homologación), sino también metodológico. Una enseñanza para el futuro, más adaptada a los retos tecnológicos y sociales, más adecuada para los cambiantes entornos laborales y más implicada en una enseñanza activa y multiforme.
Y las autoridades y los docentes aceptaron que el cambio implicaba ambas cosas. Pero su responsabilidad no llega a tanto, y el sistema educativo aceptó a regañadientes el cambio, sin creer en él, sin hacerle suyo, sin acometer con valentía su propia transformación. Así nos hemos visto inmersos en un maremagnum de cambios, nuevas leyes, normas inseguras y marcos jurídicos que colocan al alumno en una total indefensión. Un caso, muy reciente, el proyecto de ley que pretende homologarnos con Europa eliminando todas las ingenierías y supliéndolas por un solo titulo general. Y eso cuando hay gente ya a medio camino en los nuevos planes.

Ahora una parte de los alumnos toman conciencia de que nos están tomando el pelo, que Bolonia tan solo es un cambio de nombre y un laberinto legal, mientras la docencia sigue anclada al pleistoceno. Y mientras ellos se movilizan, el resto seguimos en nuestras facultades, llamando pendejos a las autoridades en las cafeterias, pero quietos, como el que oye llover.
Con todo, la protesta corre el riesgo de acabar en nada y no solo por la falta de una coordinación general de todos los estudiantes, que también, sino por plantear la queja en términos equivocados, por insuficientes.
La protesta nace, en el caso que nos ocupa, de la exigencia de que se valore el trabajo diario a la hora de evaluar. Vamos a ser serios. La universidad ha tomado la manía histórica de plantear una evaluación totalmente alejada de la realidad del aula. En decenas de facultades, especialmente en las no experimentales, no te enseñan nada en las horas lectivas (engordando el negocio de las academias) o, en el peor de los casos, te enseñan algo que te hace perder el tiempo, sometiéndote, posteriormente, a un sistema de exámenes que nada tiene que ver con la actividad lectiva. Ese es un problema real, como la falta de programaciones y los cambios en las normativas de evaluación, de hoy para luego, y sin avisar. Ahora nos queremos ir al otro extremo, que te aprueben por asistir.
Todos hemos visto como se imponen los turnos de clase, ante la presencia masiva de alumnos en algunos grados y la falta de instalaciones. Pero de estar en el turno de mañana a estar en el de tarde, va un cambio de profesor, lo que implica que estudiando la misma materia, en la misma facultad, su planteamiento, contenidos y evaluación variaran radicalmente. Ese es un problema real.
La tan cacareada atención personal y la evaluación continua, que en algunos casos, algunos, se ha convertido en hacer pinta y colorea en clase, choca con problemas evidentes, y archisabidos por contados. Nadie ha hecho nada por solucionar el problema de alumnos que deben asistir a clase para ser evaluados, pero que tiene un familiar dependiente, les coincide en horario dos o más áreas de varios cursos, o están trabajando o investigando. Eso sin tener en cuenta que algunos docentes, mosqueados por el excesivo número de alumnos aprobados a base de salir al tablero, hacer trabajos o asistir a clase, aplican campana de gauss y preparan exámenes mortales para compensar. Ese es un problema real.
Nadie esta abordando los problemas derivados de un sistema de acceso sin coordinación, en el que cuando tu tienes aprobada pau en Cantabria, ya han cerrado la preinscripción en medio mundo (que se lo digan a algún estudiante de periodismo). Ese es un problema real, como el derivado de un confuso y no homologado sistema de convalidaciones, cuando, es triste, Bolonia nació para facilitar la movilidad. Ese es un problema real.
En el fondo, todo es un problema de personal. Los alumnos que llegamos a la universidad no hemos sido adiestrados para trabajar en una metodología activa y auto formativa, cosa que por otra parte no nos serviría en esta situación. Y los docentes, no solo no han sido tampoco adiestrados en esta metodología, sino que no les interesa estarlo. Ellos van a sus departamentos, a sus trabajos, a sus reuniones, y el peaje es la docencia, no en todos los casos, gracias a Dios, pero si en la mayoría. Ese es un problema real. Y eso no cambiará hasta que no rueden otras cabezas, porque de momento, solo están rodando las nuestras.

Imagen notodo

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