domingo, 6 de febrero de 2011

El Holocausto según Vigalondo

Creo que pocos habitantes de la red se habrán evadido de la triste polémica en la que se ha erigido como protagonista Nacho Vigalondo, el cineasta cantabro, parte del equipo de blogueros de El país.
El hecho es que, como acto de celebración de haber llegado a los 50.000 seguidores de su twitter, decidió colgar en su cuenta dos frases lapidarias, “El holocausto fue un montaje” y “la bala mágica que mató a Kennedy ¡todavía no ha aterrizado!". Desde su publicación, la replica del comentario en otras cuentas del micro blog, y en blogs y lugares de formación y difusión de opinión ha dado paso a una gigantesca polémica que ha dado al traste con el trabajo del cineasta, cuyo blog sobre cine en El país ha sido cerrado, y la campaña publicitaria, de la que era autor, tirón y protagonista, clausurada.


En esta sociedad del impacto, de lo rápido, de lo micro, donde reinan las frases lapidarias y los pensamiento raquíticos, estas cosas pasan. Un texto de cien líneas proporciona el espacio suficiente para una reflexión medida, y un aluvión de matices que prodigue el debate y la compresión. Pero en cinco palabras caben pocos matices, o muchos, según se mire, pero ninguno esta explicitado. La respuesta quizá haya sido desmedida y la critica poco reflexiva, como lo fue el mensaje. Ha sido, desde luego un buen ejemplo para analizar, la conveniencia y los riesgos de una sociedad de la comunicación articulada en frases entrecortadas, en pensamientos provocadores y en la catalogación de lo extravagante como cool, por ser signo de ruptura, más allá de la valoración de lo que se rompe, o de que esto tenga alternativa.


Quien conozca a Vigalondo, sabe de sobre como es. Inteligente, culto, incisivo, corrosivo, honesto, valeroso, histriónico, extravagante y llamativo, muy llamativo. Lo da la profesión, vivir de la imagen precisa tener imagen, y que esta se vea. Y lo da el país. Siglo de persecución contra intelectuales y librepensadores ha creado una especie de deuda histórica sobre esta parte de nosotros. Y siglo de persecuciones han hecho aborrecer el pensamiento oficial y alabar las ideas alternativas, por muy absurdas, desmedidas e irresponsables que estas sean.
A veces, críticas, bufas e irreverencias tiene una base de necesidad. Así, el “Vaya semanita” de la ETB ha sido un signo de normalización y catarsis, para una sociedad como la vasca, llena de mitos y tabúes. Otras veces, artistas e intelectuales resultan extravagantes por su silencio cómplice, como cuando media profesión calla ante la corrupción o la muerte de mujeres o los atentados medio ambientales, como no lo hicieron con guerras y otras salvajadas de gobiernos anteriores. Otras, como es este el caso, intelectuales y artistas confunden su labor de conciencia, con un papel estudiado de artistas circenses, pero no un circo del arte, si no un circo grotesco. El peligro de la incontinencia verbal de personas importantes como Vigalondo, cultas y formadas, es abrir la veda a que gentes, que no portan esas cualidades, adopten las posturas de los imitados, pero no en el sentido en que estos lo expresaron, traspasando esa línea roja que separa la opinión libre, que azuce el ingenio, la justicia y el progreso, de ese otro lado en que se encuentra la acción agresiva e irresponsable, capaz de despreciar la vida y a quienes la viven. Y ese límite existe, no podemos darle la espalda. Son límites que nos recuerdan que nos recuerdan nuestras obligaciones para con los demás, no una arbitraria atadura individual.
Así, en un debate entre personas con conocimientos del tema, soltar esas cinco palabras negacionistas, no debe escandalizar a nadie, pues forman parte de un debate legítimo y respetable, en aras de la verdad. Pero soltar un pensamiento tan primario y simple, a miles de personas, en un medio tan viral y deformador como la red, es invitar a sacar las vísceras a la calle y sálvese quien pueda. Y es, además, un acto irresponsable, en un país en el que los instintos primarios y los juicios y sin argumento y los prejuicios cuestan vidas en otros holocaustos, el machista, el xenófobo y el nacionalista.
Ahora bien, cuando el chiste (eso era según Nacho, un chiste provocador, una llamada a la reflexión ¿?) se difundió, una marea anónima y gregaria se levanta contra el artista, ejecutándole, literalmente, de la vida pública. Y a modo de reacción, otra se mueve, buscando el choque, en su defensa, con argumentos tan peregrinos como que el solo pretendía provocar, y que era una muestra de humor y ridiculización de los que niegan el holocausto, al modo de “la broma”, del genial Kundera.

No es la cuestión levantar un muro delante de aquellas ideas o hecho intocables, elevador a la categoría de inabordables y a los que no se puede ni mentar. No, nada es incuestionable. Pero si debemos, una vez más, reflexionar sobre el poder de la red, sobre el poder manipulatorio y distorsionador de ese torrente de información, a veces ambigua, simplista y reduccionista, como es el caso, capaz de derribar regímenes, como en el Magreb, o de armar a masas contra cualquier inocente. En el mundo de la calumnia 2.0, y en una sociedad con un 30% de analfabetos funcionales, que ni siquiera pueden acabar la enseñanza obligatoria, hartos de un sistema que no les da ni trabajo, ni esperanza, es muy peligroso manejar la palabra, como si fuera un cuchillo, pero de doble filo.

Imagen Nacho Vigalondo

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