domingo, 25 de marzo de 2018

Y Meghan dijo si



Envuelta en seda, como un regalo. Así posaba no hace mucho Meghan Markle para Vanity Fair un poco antes de que se conociese que su pose es la de una princesa. Pintada como una sonrisa, con ese aire estudiadamente natural y desenfocado se ha presentado al mundo a la nueva pieza de la familia real británica, aun cuando nada hará de ella una persona anónima ni convencional.

Todo, sus vestidos, sus miradas, sus peinados, y hasta lo que no es visible es objeto de culto por una sociedad que sigue siendo fascinada por la belleza, el lujo, el glamour y los cuentos de hadas, por mucho que nos mostremos rebeldes con un sistema por cuyas cimas mostramos una atracción irreprimible.
Una fascinación que parte posiblemente de una renuncia a una lejana vida a la que todas aspiramos aunque sepamos que no llegara nunca. Por eso, cuando el cuento se hace carne y una mujer se convierte en el objeto de deseo de un príncipe, la historia nos encanta, cerramos los ojos y nos dejamos llevar por ese recóndito anhelo de ser nosotras la protagonista de la historia, hasta que al abrirlos no vemos un espejo, si no la realidad de otra persona.
Lo más chocante de la imagen no es tampoco esa presumible desnudez que se atisba entre los oropeles del vestido, si no el ensalzamiento del valor de la riqueza y el lujo de otros, la admiración por los barnices pagados entre todos los contribuyentes,  de personas que representan justo lo contrario de las esperanzas de millones de personas que aspiran a la igualdad, la justicia social y la sencillez de una vida digna.
Nos hablan de princesas del pueblo, de gente cercana, de príncipes naturales y sencillos cuando lo que tenemos delante es el símbolo de la ostentación y el primor injustificado de unos pocos.
Porque podemos asumir que la fortuna de Markle (unos 5 millones de euros) han salido de su trabajo como modelo y actriz, especialmente por la afamada “Suits”. ¿Pero él?. 35 millones de euros se presume que es la fortuna del príncipe Harry, según las capitulaciones matrimoniales que se han hecho públicas y a las que el díscolo miembro de los Windsor quiere renunciar.
Dentro de dos meses la ciudadana Markle se hará princesa y una parte de la prensa nos la presentará como una conquista social. La realeza se mezcla con el pueblo y se hace humana casando a uno de sus vástagos con una actriz divorciada hija de un técnico de la farándula y una terapeuta afro americana.
Y millones de personas, de esas que rascan su bolsillo cada mes para cubrir sus necesidades básicas, de esas que se revelan contra la opresión de las corporaciones y el latigazo inmisericorde sobre nuestras espaldas de los poderosos, pagaran con sus impuestos una larga retahíla de facturas de la boda real, deslizando sobre su mejilla una lágrima de emoción, cuando Meghan diga si.

Imagen Vanity Fair


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