lunes, 31 de octubre de 2016

El día que me quieras


Algunos lazos rosas, carteles, dípticos, anuncios, charlas, cuestaciones, políticos, concentraciones, periodistas, declaraciones y jinetes de caballo ganador. La semana de .. siempre trae una sacudida que despierta conciencias, y saca del baúl problemas escondidos en las sombras de los desdichados que las padecen. Y también una buena dosis de folclore e imaginería, imprescindible para calmar nuestros remordimientos.

Hace una semanas portamos lazos rosas, para recordar a las mujeres presas del cáncer de mama.
Yo no. No fue  un desden, ni una pose vacua de rebeldía. He preferido cambiar la tela del pecho por la sonrisa en el alma, por la caricia en el rostro, por dedos entrelazados y un escuchito cómplice con “que guapa estas hoy”. Y he decidido mantenerlo, más allá del día de…. Es lo que me están enseñando un ejército de mujeres con bata blanca o traje verde, que cuidan y miman a estas mujeres con todo el amor del que son capaces.

Una de ellas ha sido, Lola. Es ruda como un minero y osca como los acantilados de Langre. De mirada felina, raro es que algo se la escape. Con mi mujer, a la dispensa la quimio es intensa. Se que busca forjarla, hacerla dura y crear un callo que la impida derrumbarse en cada una de esas ocasiones en las que la enfermedad la dice al oido “ríndete”.
El martes discutí con ella por quien sabe que, en la 26, una de esas habitaciones donde el dolor se mide con un gotero. Junto a mi mujer una de las camas estaba vacía, y la otra también, y a su vera, en el butacón que la corresponde, sentada Soledad.
Como es costumbre, Lola la preguntó como se encontraba, a gritos, en uno ejemplo más de esos tópicos que hacen de la vida hospitalaria un exceso. Mucho calor, voces muy altas, purés copiosos y litros de suero. Pero Soledad no contestó. Y mira que Lola es pertinaz en sus quejas, y en sus recados, y hasta en sus cariños, por arpilleros que sean.
Pero Soledad no contestó. Siguió con la mirada perdida en el puerto, en el devenir de sus grúas, en el curso de alguna gaviota ociosa o en alguna gabarra camino del desguace. No puede descubrir en ese momento con cual de las tres cosas se estaba identificando.

A las dos era la hora de irnos, llevé a la mitad de mi corazón a casa y la deje un instante. Tenia que volver a la 26.

Llamé a su puerta, salude, me senté en el borde de su cama y aparte una bandeja de comida sin tocar, aun tapada, junto al embozo de la sabana.

La tarde fue avanzando, y tan solo hizo falta una caricia para abrir aquel muro de silencio. Hablamos despacio, desgranando a cada hora una historia de tantas, con nombre, apellido, rostro y recuerdos, pero más cotidiana de lo deseable. Sole vive en Treto, en un barrio cercano a Colindres. Su marido, Arsenio, trabaja en la Bosch, al tiempo que ambos llevan unas tierras y venden la leche, verduras, huevos y conejos, como tantas familias de las zonas rurales de Cantabria. Así, con mil horas a la espalda, han sacado a sus hijos adelante, les han dado carrera, y les tienen “bien colocados”, en Madrid y Barcelona. Tienen nietos, tres, y un pecho henchido de orgullo por haber cumplido su “misión en la vida”. La víspera de Santiago, Sole se notó un bulto en un pecho, y tomó, en ese instante, conciencia de que la muerte había llamado a la puerta. Desde entonces la han visto cinco ginecólogos. Dos analíticas, unas placas, una resonancia y tres mamografías después, quien la sigue, que es difícil saberlo, la mandó al hospital.

Ante las dudas, la salida era una biopsia, le dijo el último médico, uno de tantos ante los que se ha desnudado en cuerpo y alma, y en cuyas manos se ha entregado, en una lucha por la vida, aunque no la suya, “no me queda más remedio que luchar y vivir, que será de Senio si se queda solo, si no sabe ni donde se guardan los calcetines”. La ingresaron, la pincharon con una aguja, “de las de hacer punto”, en el pecho, “a cara de perro”, y con el pecho aun sanguinolento de la estocada la dijeron que tenia mala pinta.

Quince días después, la llevaron a quirófano, en la idea de abrir en profundidad, analizar y decidir. En la misma mesa el cirujano, otro distinto, decidió la mastectomía, y despacharla para la habitación. La mañana siguiente, con las vendas puestas, otro gine del equipo se recostó junto a su cama, en esas rondas en las que uno expone sus vergüenzas a una decena de aprendices, que siguen como polluelos a la clueca, ante el pavoneo, a veces, del admirado médico. Apoyado en la esquina del armario, como sin darle importancia, la dijo que la habían amputado un pecho, que en cuanto pudiera andar tenía que irse para volver, cuando la tocara, para darse la quimio. Y todo dicho de un golpe. “Señora usted tenia un cáncer, no una caja de bombones”, fue la respuesta a sus sollozos.

Seguro que los trabajos de Josep Baselga en Vall de Hebrón salvan vidas, y que los avances de Massague también. Pero bajo esa medicina científica de alto nivel, tras esos avances macro médicos que tanto nos iluminan el rostro, hay vidas y personas, cuyo corazón late desbocado ante la incertidumbre de que será de sus vidas y de los que las acompañan. Inculcan en las facultades, a médicos y enfermeras, la necesidad de ser fuertes, de marcar distancias con el paciente, para no caer ante el embate de su enfermedad y sus dramas, nosotros también. Pero nadie nos recuerda que la humanidad la debemos llevar grabada a fuego, antes incluso de ponernos la bata.

No es un caso este, elevable a categoría, más bien quiero creer que este trato al paciente es una excepción, pero si el caso de Sole, y uno solo que quede debe ser erradicado.

Terapias genéticas, fármacos a la carta, detectores tumorales. Todo eso son avances que deben despertar nuestro regocijo. Pero hay algo antes, que el día del cáncer de mama, debe colocar en primer plano.

Cada afectada, cada enferma, es un ser humano presa del miedo, una mujer que precisa medicinas y rapidez en su cura. Y ayuda psicológica y medios para afrontar su nueva vida. Y antes que eso, una voz templada y cercana que le recuerde la verdad, “coge mi mano y te arrebataré de la parca, porque no estas sola, ni nunca dejaré de decirte que te quiero”.
Y ese es el gesto diario de miles de profesionales de la sanidad, e igual que reivindico a Sole, les reivindico a ellos, junto a un gracias, que nunca se acaba.



Imagen zoomnews.com

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