miércoles, 29 de enero de 2020

Nuria, la pasión



Era aun una niña cuando la hicimos esta foto para eolapaz, esa herramienta que aun después de 20 años y muchos éxitos sigue siendo una desconocida para buena parte de nuestro colegio. Y pese a ello no fue difícil entrevistarla, se lo pedimos y nos dijo si, dedicando su tiempo a unos crios que jugaban a periodistas. Y nos habló de una forma sincera, como es ella y fue algo incorrecta en lo político, porque a ella solo la importa la verdad. Aquella entrevista, la de esta foto, nos permitió a mis alumnos y a mi descubrir que compartíamos casa con alguien muy especial.


Había acabado su carrera en Salamanca y en 1996 llegó a nuestro pequeño hogar, llevaba pocos años entre nosotros y ya era una profesora querida y respetada, como lo es hoy. Respetada por sus grandes cualidades profesionales y por un valor personal que es difícil ver en tan alto grado en la educación.
Recuerdo un día, hace ya algunos años. Era mayo, una tarde tórrida y yo era coordinador de secundaría, una desgracia para mis compañeros. Como cada tarde estaba revisando las aulas, las que hoy son de infantil. En algunas habían dejado los toldos desplegados. Cogí el gancho, salí al patio y me dispuse a recoger el toldo. Ella no me había visto, estaba en el aula contigua, con las ventanas abiertas, hablando con unos alumnos, ya acabada la tarde, ya dentro de su tiempo, pero les entregó una parte de él a aquellos chicos. “Luchar por lo que queréis, pero nunca olvidéis que lo más importante en la vida es ser buenas personas. Si sois buenas personas y no vais por la vida pisando a los demás y te esfuerzas, podéis lograr todo con lo que soñéis”.
Aquella tarde, escuchándola en aquella conversación me acabe de convencer que tenía una compañera especial, una persona especial, una educadora muy especial. Por aquel entonces ya había empezado mi decadencia. Unas semanas después hable con Charo Cagigas y le explique que me veía obligado a dejar la coordinación. Y que había un relevo natural, había entre mis compañeros una persona mucho mejor que yo, una educadora mucho mejor que yo. Y Nuria fue nuestra coordinadora al año siguiente. Y lo hizo como hacen su trabajo las buenas personas que siempre están pendientes de los demás y convierten su trabajo en un reto personal, el de entregarse a los demás con pasión.
Una pasión que en ocasiones le hace difícil nuestro agitado día a día, porque como me dijo una vez en uno de mis últimos viajes de estudios “Yo disfruto con mi trabajo, pero dedicamos mucho esfuerzo, muchas horas, te dejas en el camino muchas ilusiones y buenos deseos y, en ocasiones, no contamos con el esfuerzo de nuestros alumnos, con la colaboración de nuestro entorno, y eso me desanima”.
Porque para ella las cosas no dan igual. Para ella cada día no es una rutina, es un esfuerzo titánico para sacar a sus alumnos de entre las sombras y abrirles una puerta hacia su futuro, aunque en ocasiones te sientas engañado por no recibir de tus niños, todo el amor y la pasión que vuelcas en ellos.
Para mi es, junto a Yolanda, una de las personas que más admiro de entre mis compañeros de secundaria. Y eso que todos despiertan en mí una envidia muy grande, por todo lo que me gustaría ser y ellos tienen. Pero ella, ellas, realizan el trabajo más agrio, duro y poco reconocido en secundaria. Bregar cada día con niños y niñas con necesidades educativas, con familias desestructuradas, con desfases curriculares, con obstáculos en todas las aristas de sus vidas. Y ella protesta y maldice a los dioses que han semienterrado a sus niños. Pero nunca les deja solos, nunca sale de su boca un reproche, nunca deja de mirarles a la cara y de decirles que ella no les va a abandonar. Hace unos días reñía a uno de los niños de su tutoría. Con los ojos gachos el chico escuchaba mi prédica sin respirar. Cuando acabé levanto los ojos y me pidió que no le dijera lo que había pasado a su tutora, porque Nuria le había dado mucho apoyo y muchas oportunidades, y no quería que se pusiese triste por él.
Hay ocasiones en que no nos decimos las cosas buenas, que callamos lo que sentimos porque nos sentimos turbados o porque nos da vergüenza reconocer nuestros errores o no encontramos el momento de decirle a alguien cuanto le admiramos. Y no quiero que me pase como en Valencia, que el silencio nunca es bueno y su interpretación no siempre es adecuada. Cuando yo era niño, y comenzaba mi vida me hubiera gustado tener una profesora como tu. Me hubiera gustado tener a alguien a mi lado que se preocupara por mí, que me escuchara y hasta me riñera, si se prestaba el momento. A mí de niño me hubiera gustado tener una profesora buena, sincera, apasionada, viva, comprometida, crítica y de mirada limpia. A mi de pequeño me hubiera gustado tener una profesora como tú.



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