jueves, 5 de diciembre de 2019

Goyo




Tenía 17 años, cuando mi padre me regalo “El arte de la fuga”, una autobiografía precoz de Sergio Pitol. “Si quieres saber por que es importante la lengua, y como se busca la libertad personal, léelo”, me justificó mi padre al entregármelo. 
Años después descubrí aquellos pensamientos en un “hombre del Atlántico”.Uno de mis compañeros más admirados, un filosofo docente que nació en México, del encuentro de esa parte de España con la otra parte de ese universo, las españas. Tejidas y unidas por buscadores de su destino y su futuro. Del encuentro nació un hombre de convicciones, sabio, provocador, reflexivo y abierto al mundo, amante de la verdad y la gente. Admirador de la palabra. 
Así es Goyo, una muestra prototípica de la cultura de lo español, mestiza, ecléctica. Mitad celestial, mitad terrenal. Mitad genial, mitad admirable.
Quien haya tenido la fortuna de adentrarse en el mundo de Goyo Gómez, a través de sus clases o a través de su pasión por el teatro habrá descubierto en él la fascinación propia de un gran docente y de un hombre fascinado por lo universal. 
Hace tres años, cuando su compañía de teatro, su Temakel, recordaba a Cervantes recreó con sus alumnos un marco de libertades humanas, donde el hombre escapa de sus prisiones, y sigue la estela del autor del Quijote, en un mundo en el que, hasta la locura del hidalgo es una vía voluntaria a la libertad. Y es que Goyo es un gran mago de las palabras y los sentimientos, un hombre que tan solo con esos mimbres crea influencias intensas en sus alumnos, siempre marcadas por la búsqueda de la libertad.
En esa vida a ambos lados del Atlántico, Goyo descubrió el ansia por la libertad humana, el cosmopolitismo, la extravagancia y la capacidad de contar y transmitir sentimientos a través de sus manos, su voz y el aire que la difunde, usando la palabra de forma oblicua, sutil, anticipadora e intensa.
De esa vida enriquecida por el viaje a través de la España separada por el Atlántico aprendió a aliviar lo grave sin que dejara de ser intenso, a narrar, a contar el pensamiento humano en palabras llenas de musicalidad y de sentimientos, a desarrollar una infinita capacidad combinatoria de lenguajes y de pensamientos, a amar eso que llamamos lo español y lo vital, y que se ha convertido con el paso del tiempo en un sinónimo de universal.
Convendría que alguno viera a Goyo a través del cristal de su aula viendo a sus niños crecer entre la flor del café que se extiende y perfuma el espacio a través sus gestos, pausas, miradas y palabras. Entonces descubriría en que parte del espíritu libre y respetuoso de este maestro se defiende que es oportuno molestar y ofender moviendo y remodelando estatuas que han ayudado a crecer el alma aguda y humana de grandes hombres como Goyo Gómez

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