lunes, 9 de diciembre de 2019

El último viaje



9 de diciembre.  
Que abrazo más torvo el del final. Basta un mero espejo para encontrarle en una mueca perdida, en un gesto inerte, en algún lugar de un rostro quieto, o en el tiempo que dejó tras de si una ausencia.


El mundo es entonces grande y lejano, y diluye y apenas entrega tu mirada a un mar de espectros.
Queda poco en el alma ante la ausencia, y poco en las manos ante el vacío. Un día te asomas al mundo y descubres tu levedad y como un frágil y dúctil hilo que sondea él éter, como el pescador que trasiega en aguas oscuras en espera de un tesoro que ni él cree ya encontrar, pero que a pesar de ello le mantiene erguido, aun sin resuello; digno, aun sin aprecio en si mismo; limpio, aun en el fango que vertieron sobre él.
Y cuando te tornas consciente de tu final comienzas tu retiro, una forma delicada de referirse a tu huida.
Hace tiempo que acabaron los premios, porque ya no reivindican ningún valor cuando los recibes. Se acabaron las ideas, porque ya a nadie ayudan. Se acabaron las aventuras, porque carecen de destino.
En unas horas comienzo mi último viaje. La última vez que exploraré con mis niños nuevas experiencias. La última vez que lucharé por un concurso, un premio, una aventura o un reconocimiento, porque el tiempo se detiene cuando cuestionan tu moral, arrastran tu nombre o colocan tu sombra tras una lápida.
Ahora es el turno de otros. De gente con una mirada fresca, con corazón limpio, con un deseo de impulsar a sus niños, a los míos, que no detendrá ningún obstáculo.

Mañana me llenaré de kilómetros, con la mirada atenta para hacerles felices, sabiendo que será el último viaje, el final de un largo camino tejido entre niños.

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