El admirado
líder del humor negro mundial, Donald
Trump, ha estado de gira por tierras de sus vasallos, como cualquier joven
artista que peregrina entre bambalinas y cajas de atrezzo, buscando acomodo en
una compañía que aprecie su virtus e ingenio. Todo parece indicar que el
presidente ha alcanzado en este periplo por ues, otanes y geveintes esa
añorada, por él, situación en la que, pergeñado de aura, puede posar junto a
los símbolos del poder que desprecia, como quien al final, y tras muchos
plazos, consigue esa foto en Disneyland que le ata, junto a Micky Mouse, a sus
sueños de infancia. Lo malo es que la imagen resultante de ese anhelo, ha sido
aterradora, miremos a quien miremos en la foto.
La prensa mundial
ha discutido, versado e ironizado sobre la famosa foto en la que posan la hija y esposa del líder en
tamaño documento gráfico. Un documento en el que no destaca el goticismo de las
mujeres de Donald, o la multiplicidad de primeras damas, si no el luto riguroso
de la familia presidencial, que más allá del rigor del protocolo vaticano han
representado hacia donde encamina al mundo su padre y esposo.
No sabría
decir si la escena es resultado de una búsqueda de contraste cromático con el
dirigente eclesial, si es una manera de diluir las tendencias estéticas de las plañideras
del presidente, o una manifestación teatral de la situación de mundo. El caso
es que el resultado haría soltar lagrimones a Garcia Lorca, por no haber
intuido tan emotiva imagen para su Bernarda Alba.
Pero Donald
es así, la encarnación viva de la contradicción. Su espíritu Shakesperiano, a
medio camino entre el fatalismo de Borges y el histrionismo trasalpino le
impide aclarase, esta visto que ni la ropa.
Es lícito que
un padre opte por exponer a sus familiares a la inquisidora mirada pública,
bien sea por falta de recato o de vergüenza ajena. Pero un mínimo de compasión
hacia el prójimo debería llevarle a no hacer fotos, y dejar testimonio de
ciertas fechorías.
Cuando un
funcionario publico esta en acto de servicio, y se encuentra en un evento
oficial con otro mandatario, no cabe mezclar lo privado. Y es que nada pinta su
hija en ese encuentro, que con las vacaciones que se ha pegado el señor,
eternamente cansado y reposando en su club de golf de Florida, no creo que le
echen tanto en falta.
Si su
presencia responde a un intento de humanizar al personaje, mostrando su faceta
familiar y de buen padre, no cabe sino airear la foto. Y si la presencia de la
infanta Ivanka responde a un arrebato de completar con un cromo irrepetible el
álbum familiar, no cabe hacerlo a costa del erario público.
Pero Donald,
fiel a su personalidad errática, lo mismo intenta en vano coger de la mano a su
esposa (tentación que ella suele eludir) que la deja en casa y la sustituye por
su hija.
En todo
caso, la enfermiza falta de meditación de sus actos, por parte del presidente,
es lo relevante del caso. La foto no. Si no nos escandalizamos por una mueca a
destiempo, un diputado bostezando, o una mujer sobre el asfalto, tras el asalto
del bestia de su pareja, no se porque tanto escándalo por dos paletas en el
Vaticano, aunque no se sepan poner ni la toca.
El respeto
a la libertad de usos y costumbres debería estar más arraigada, sobre todo
entre los que estos días se mofan de la situación. El buen gusto y el protocolo
también deberían ser más habituales entre los funcionarios públicos y sus familias,
que ir a visitar a un líder mundial no exige el mismo ropaje que ir de
halloween.
Pero en
todo caso nuestra coherencia, en los juicios a nuestros gobernantes, debería
ser más habitual. Tan pronto apelamos a la defensa del derecho a la imagen,
como los hundimos en lo más profundo del sarcasmo y hacemos del vestuario la
forma de poner a parir a una mujer. Tan pronto defendemos a un chistoso
tuitero, como nos rasgamos las vestiduras ante un defensor de los toros. Tan
pronto despreciamos una bandera, como nos envolvemos en ella para defender Dios
sabe que.
Con todo, el
mundo necesita menos luto, menos verbo y menos choteo. Que por ser un
presidente ridículo y salir en una foto, nuestros parados no comen mejor, ni
sus votantes entran en razón.
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