jueves, 12 de junio de 2014

El hambre y la muerte



Fue un segundo antes. Solo un segundo tuvo este hombre para ver el rostro de la muerte y luego sentirla. La escena ocurría en Bangui, la capital Centroafricana hace tres días. Un aterrado fotógrafo de AFP presenciaba como un hombre arrebataba la vida a otro, con todo el odio del que era capaz. Quizá un hombre desconocido hasta entonces. Quizá un hombre con el que no mediaba ningún conflicto, salvo que era distinto. Lo terrible de la escena no es, sin embargo, la muerte, ni la violencia salvaje que muestra, ni la cara sonriente de quienes presencian un linchamiento como un juego, si no su carácter cotidiano. Decenas de actos como este se viven cada día en la República Centroafricana, en Nigeria, en Mali y en decenas de países de un continente en descenso libre hasta un estado salvaje, carente de toda brizna de humanidad.

Masas de seres humanos sometidos al gregarismo y a sus instintos, acabando con todo y destruyendo la vida de miles de inocentes, encerrados, como este hombre asesinado, en una cárcel de hambre, indignidad y violencia.

Esta semana, en una vuelta de tuerca más, dos unidades del MISCA, la fuerza de la Unión Africana para la estabilización de la República Centroafricana, se enfrentaban entre ellas, en medio de una misión de rastreo para localizar a dos cooperantes europeos desaparecidos. Es otra vuelta de tuerca porque el hecho rebela que la cesión del control por parte de las fuerzas francesas que dicen defender la paz en el Sahel está condenada al fracaso al ceder el mando a unidades militares de países enfrentados entre si, con tropas mal dotadas y entrenadas y con una motivación y ética dudosa. La tensión entre quienes deberían poner paz en el país pone en riesgo a miles de inocentes. “Si la situación se complica y las amenazas arrecian, la intensidad de nuestro trabajo, o este mismo, estarían en peligro”, indicaba una cooperante europea esta semana. O lo que es lo mismo, si la situación empeora para los cooperantes, cada vez con menos protección, estos se irán, y los africanos también, pero de este mundo.

La noticia se ha sabido al tiempo que las agencias de noticias revelaban otro dato esclarecedor, las necesidades estimadas por la FAO para afrontar el fin de año y asistir a los 3,7 millones de personas amenazadas de muerte por hambre, solo es la mitad del dinero gastado por el grupo Santander en bonos o primas para sus directivos este año, por solo citar a una gran empresa, o menos del valor de un nuevo campo de fútbol del mundial de Brasil, por poner otro ejemplo.

Darle vueltas a las causas e insistir en los problemas de fondo no se si llevará a algún sitio. Sabemos que esta gente, y otras millones desperdigados por el mundo, mueren por un mercado especulativo que ha hecho disparar los precios de los alimentos en destino, mientras se mal paga a los productores. Sabemos que el crecimiento de economías emergentes, como China o Brasil, ha desorbitado la demanda de carne, un bien alimenticio proporcional a la renta de la gente, por lo que multinacionales y gobiernos sin escrúpulos están incrementando el uso de tierras para la producción de carne y, sobre todo, piensos, en detrimento de una producción agrícola, ya muy castigada por la falta de inversiones, de tecnología y por el cambio climático. Sabemos que los estados subsaharianos no controlan sus territorios, y la disputa por el agua, las minas o las zonas de cultivo se ha convertido en una guerra de todos contra todos, de la que la República Centroafricana es solo una muestra.

Sabemos que las potencias mundiales dejaron caer al infierno en 2001 al gobierno de Bangui, tras un sangriento golpe de estado, que pretendía acabar con la corrupta presidencia de Patasse, y que poco han hecho desde entonces por crear un estado, capaz de imponer orden, prestar servicios y ayudar a sus ciudadanos. Por menos se ha intervenido en Libia o Irak. Aquí tan solo se ha mandado a un grupo mal nutrido de tropas africanas, y se ha hecho la vista gorda con la intervención de los intereses de los países vecinos, prestos a rapiñar al más débil en su propio interés.

Sabemos que la actitud de los países ricos es tan blanda y su incapacidad para reunirse y tomar medidas efectivas, comprobables y reales es tan baja, que la única esperanza para esa gente son los voluntarios, las ONG, y cuatro institutos gubernamentales como FAO o ACNUR, que cada vez que se reúnen, se gastan una pasta en meriendas y desayunos en Ginebra o Nueva York, en conferencias diseñadas para la galería.

¿Y nosotros?. Podemos colaborar dando donativos o haciéndonos socios de cualquier ONG, y es un paso, y grande, pero no es suficiente dar una dádiva una vez al año. Es preciso difundir lo que pasa, es preciso dar voz a los que sufren, es preciso machacar día y noche las conciencias de nuestros compatriotas hasta enervarlos. Es preciso asumir una responsabilidad social en las empresas, y exigir, como cliente o como accionista, una actitud comprometida, especialmente en las grandes empresas alimentarias que explotan los recursos de esas zonas, para que nosotros tengamos café, algodón o gambas baratas. Y debemos presionar a nuestros gobiernos, hasta la extenuación, para que sepan que el contrato que firmamos con ellos cada vez que votamos, incluye, en letra grande, una cláusula de buenas prácticas solidarias y de compromiso con el planeta y su gente.

Y si no estas dispuesto a hacer algo tan simple como que se oiga tu voz, y prescindir de dos cafés, mira bien esta foto, porque será la última vez que veas a ese hombre aterrado, cuando mires a otro lado, habrá muerto, y el sacrificio de tantos voluntarios no habrá valido para nada. Y el de este hombre, tampoco.




Imagen ABC

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