domingo, 27 de abril de 2014

Nosotros, los que no valemos nada



No siempre lo que decimos es fiel reflejo de lo que sentimos. A veces una opinión vasta e insalubre esconde todavía algo peor. En el caso que esta semana nos ocupa, el de la temeraria Mónica Oriol, posiblemente lo que dice no sea peor de lo que piensa y esconde.

Oriol, presidenta del Círculo de empresarios y de la empresa de seguridad (es un decir, visto el papelón que desempeñó en la tragedia del Madrid Arena), doctora en economía y no se cuantas cosas más, es el vivo ejemplo de la nueva cúspide económica que gobierna nuestra economía. Una élite empresarial dispuesta, parece ser, a aprovechar las circunstancias políticas y económicas para sentar las bases de un sistema de trabajo que sería repudiado en Bangla Desh por abusivo.

La polémica expresión de Oriol, que tanto revuelo ha causado es simple. El salario mínimo no debe ser igual para todos los trabajadores, si no que debe ser proporcional a la valía del trabajador, teniendo en cuenta que algunos no valen para nada. Apliquemos esa idea no solo al salario mínimo, si no a todas las condiciones del trabajador. El resultado es evidente.

Más allá del exabrupto, la expresión revela toda una filosofía de vida y un planteamiento social aterrador, máxime cuando la ley de dependencia, las ayudas a jóvenes de familias humildes, la gratuidad de las medicinas en enfermos crónicos, los programas de vivienda social o las medidas contra la exclusión social de ciertos colectivos han sufrido severas reducciones. Y en todos los casos por igual motivo. Las actividades del estado deben ser económicamente sostenibles y la racionalización del gasto es un dogma. Una forma sencilla de decir lo mismo que Oriol, no podemos gastar dinero en lo que no vale la pena. Aquellos que no contribuyan a la producción deben quedar a su suerte. La solidaridad social es un lujo que debe quedar al albur del ciclo económico.

Y todo eso dicho por grupos políticos y empresariales que casi tienen más miembros en la cárcel que en libertad, todo un ejemplo.

Pero Oriol no es una excepción de desatino y falta de ética. Su perversión no se reduce a una idea aislada. En España la tesis que se abre paso es la misma que denunciaba Chaplin en “Tiempos Modernos”, la del hombre objeto y sin valor. Una tesis que se abre paso gracias a dos factores, la permisividad y colaboración del poder político y la baja calidad humana de los dirigentes empresariales.

No cabe duda que el gobierno y las patronales están poblados de personas de gran altura intelectual y académica. Pero grises, poco comunicativos y habilidoso en el juego de sombras, a la par que imperceptibles a plena luz. No es que el ser mediático, hablar bien y esconder los verdaderos sentimientos deba convertirse en una exigencia para aquellos que asumen responsabilidades de liderazgo, porque eso nos llevaría a otros tiempos, no se si perores, aquellos en los que contábamos con gobernantes que transmiten una gran imagen, que encandilan a las masas, de abundante verborrea y poso intelectual y moral más bien magro. No, no es eso, pero suele ser demasiado frecuente que la falta de personalidad mediática y capacidad para no decir tonterías como Oriol vaya a asociada a la falta de liderazgo, capacidad para defender públicamente ideas, convencer, tener sensibilidad, ética y capacidad para consensuar y dialogar. Para ser empáticos, vaya.

No se si será el caso, pero lo cierto es que en, en su día, en la negociación para la reforma de las pensiones y también en la reforma laboral (y todo lo que no sabemos han incluido) apenas se vio a Oriol, apenas sabemos cual fue su aportación, apenas conocemos que piensa, salvo la inmoralidad que comentamos. Y ese es otro rasgo de los dirigentes como ella, nunca sabes por donde te van a venir o, como dice mi padre, por donde te van a meter la estocada.

Lo único que sabemos es que desde que esta este gobierno (y antes, desde las famosas reuniones de Zapatero con empresarios), personajes como Oriol han entrado en éxtasis y hablan ya sin tapujos ni medida. Pero so solo ella. Media junta directiva de la CEOE, entre ellos su vicepresidente y vicepresidente de CEPYME, el imputado Arturo Fernández, han alabado el modelo económico germano (base del que se quiere imponer aquí) y cuantas medidas ha impulsado en esa dirección nuestro gobierno.

Mucho antes de que Oriol, no salga con esta tesis de la valía humana, Juan Rosell y Arturo Fernández, las cabezas visibles de la CEOE han incidido en lo timorato de las medidas laborales tomadas insistiendo hasta la saciedad en buscar nuevas formas de reducir salarios y prestaciones, vinculando salarios y beneficios sociales a la productividad.

El tema viene por la idolatría que en España están despertando las recetas económicas de Alemania, más por necesidad de que alberguen a nuestros jóvenes desempleados y ante las deudas acumuladas con Berlín, que por convicción. Así, Ángela, en su afán por reducir el déficit español y sanear nuestra economía, para así salvarse ella de rescatarnos, ha defendido, con ardor, diría yo, esta forma de actuar.

En esto, como en todo, conviene hacer ciertas precisiones antes de dejarnos seducir por las modas, las tendencias, y el último que llega. La vinculación de salarios e IPC y la protección a los trabajadores no es un planteamiento exclusivo de la economía española, que, entre otras razones, lo adoptó en los inicios de la transición (Pactos de la Moncloa), como un medio más para garantizar la paz social, en una sociedad agitada políticamente, y asolada por el terrorismo y una reconversión salvaje impulsada, también por las exigencias de la UE.

Hoy en día, esa vinculación, que no siempre se respeta, como muy bien saben, entre otros trabajadores, los funcionarios, ha servido, en parte, de muro de contención ante una sociedad al límite de su resistencia, azotada, como esta, por un paro extremo, especialmente femenino y juvenil, muy envejecida, y una corrupción lacerante, con lo que solo nos faltaba, encima, trabajar para ganar cada vez menos.

Tampoco esta de más recordar que la única forma razonable de calcular la productividad, lo recordaba hace unos días el economista de ESADE Rafael Beitas, es vincular salario a beneficio, de manera que las empresas garanticen una base salarial razonable y vincular sus crecimientos a un porcentaje pactado del beneficio empresarial. Pero eso no ha ocurrido nunca. En las épocas de crecimiento económico, los desorbitados beneficios bancarios y de otras corporaciones no han revertido en el empleo, ni en forma de salarios, ni de formación, ni de asistencia, ni de forma proporcional ni de ninguna otra. La única vinculación de salarios y productividad que conocemos, y esa se practica mucho, es la entrega a los ejecutivos de las grandes empresas de bonus y stock option, que solo han servido para arruinar a algunas empresas, para incentivar a estos a irregularidades contables y de inversión para así cobrar o a situaciones inmorales, como las que han tenido lugar en nuestras cajas y nuestras multinacionales (muchas receptoras de jugosas ayudas estatales).

Y, por ultimo, si hemos de tomar el modelo alemán como ejemplo, hagámoslo. Tomemos como ejemplo su flexibilidad laboral, en forma de teletrabajo, flexibilidad horaria y protección a la maternidad. Tomemos como ejemplo sus políticas de formación, su protección social, su apuesta por la participación de los trabajadores en beneficios y gestión. Hagámoslo. No tomemos como ejemplo solo aquello que nos interesa para, a final, reducir trabajo y retribución. Por que, al contrario de lo que decía el famoso anuncio de L´oreal, nosotros, no lo valemos.




Imagen vimeo.com

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