domingo, 13 de abril de 2014

El regreso de la mujer alambre

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Sensual y moderadamente exuberante, Kate Upton pasaba por ser, hasta hace bien poco, la mujer más deseada en Estados Unidos. Había arrancado su fama con el honroso título de la amazona más bella de América. Y es que Kate había sido hasta 2009, una de las más prometedoras figuras de la equitación de los Estados Unidos, apareciendo permanentemente en el Top 20 juvenil de la "American Paint Horse Association".


En la cima de su carrera, Kate había ido construyendo una sólida carrera en el mundo de la moda y las celebritys, con una reiterada presencia en el cine, las pasarelas y los anuncios. Llegando a ser portada de revistas como "SportsIllustrated", angel de Victoria Secret  y la imagen nacional de las hamburgueserías Carl’s Jr. Todo un lujo.

Pero hoy América se ha divorciado de su novia, cambiándola por otra belleza más “fina”, la danesa Nina Agdal, una modelo de 21 años, ambiciosa, más sensual y (lo más importante) con menos carne que una bicicleta, que ha arrebatado a la jinete portadas, miradas, desfiles y hasta (y esto es lo más sangrante) el protagonismo del nuevo anuncio de Carl’s. La cadena que vende la hamburguesa más sexual de la historia (o eso dice la prensa americana). Y debe ser verdad, a la luz de las prohibiciones que muchos medios han dictado (por ejemplo las televisiones que emiten en abierto) sobre el anuncio.

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Kate Upton

La razón de la censura está clara, sobre todo si tenemos en cuenta el concepto de moral que tienen los americanos. Una chica en bikini (a ratos en topless) come lenta e insinuantemente una hamburguesa de bacalao a la brasa en una playa caribeña, bajo un tórrido sol. El concepto de calentarse en su plenitud.

Con todo, la noticia no está en un anuncio que juega con el concepto publicitario de “cómeme” en su versión más soez, si no en la razón por la cual Kate  ha sido sustituida por Agdal. La segunda es normal, la primera está gorda.

Para una persona sensata, la primera es normal y la segunda una suerte de chica alambre. Pero la moda es otro mundo o, al menos, el que viene. Un vistazo al listado de it girls del momento nos lleva a fijarnos en mujeres como Olivia Palermo, Essa Banoom, Jana Martin o la más it, Harley Viera-Newton. Chicas desvaídas, lánguidas y con una osamenta digna como perchero, colgando una pamela de sus caderas. El ejemplo más triste de este argumento es Andrej Pejic, el “hombre” que luce palmito en los desfiles femeninos, sustituyendo a las mujeres porque ninguna puede competir con él en un asunto trascendental hoy en día, es la más plana y delgada.

Pero Nina Agdal, la nueva reina de la hamburguesa tiene a su favor otro valor en alza en el mundo de la moda. Carece de escrúpulos e identidad. Agdal se ha hecho famosa por su “capacidad de sacrificio” a fin de lograr sus objetivos. Un ejemplo es su “lío” con Di Caprio, cuando este aun tenia novia, a fin de aparecer en las portadas de moda y los blogs de chismorreo. Y antes con el cantante de TheWanted, Max George, o con la voz de Maroon 5, Adam Levine. Siempre por amor, claro.

Alguien podría argumentar que puestos a anunciar una hamburguesa de pescado (que no se porque es llamada hamburguesa), una chica famélica es el ejemplo más vivo de alguien que pese a comer ese engendro culinario no engorda, luego es sano y repelente a las grasas, al tiempo que bello y sensual. Pero no. Si Agdal y otras chicas como ella se abren camino tan rápidamente en el mundo de la moda es por ejemplifican un modelo que impera, la mujer delgada, fina, sumisa y moldeable. Un objeto grácil y “bello” fácil de usar, y que no piensa. Y no piensa porque atentos a la frase que le soltó la muchacha al reportero de la revista "TheEditorialist", en su última entrevista “Me encantaría estar en una película de James Bond. Sólo quiero sentarme allí con un vaso de whisky y un cigarrillo mientras alguien viene y me mata. Creo que podría lograr eso”. Sin comentarios.

Y lo lamentablemente es que ante esto no decimos nada. Llega a la portada de las revistas o a las pantallas de nuestros cines un señor que dicta un color, una línea o una imagen y rápidamente exponemos lo acertado de su idea. Alabamos la capacidad de ese "genio creador" para anticiparse al futuro, para marcar tendencias, para fijar cánones de belleza, para hacer reales los que, supuestamente, son sensaciones que emanan de nosotras. Lo triste no es la sumisión de chicas como Nina, si no los "genios" que interpretan nuestra vida y marcan al dictado formas y comportamientos. Así, estamos acostumbrándonos a alabar películas infumables, ropa que es una auténtica horterada, con la que sería imposible salir a la calle sin provocar a los antidisturbios o mujeres bellas que es realidad son lastimosos ejemplos de hambruna en el mal llamado primer mundo.

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Pero todo tiene un precio, y las tendencias, gustos y valores que transmite la moda no nos salen gratis. Años lleva la Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa y la Bulimia (Adaner) reclamando medidas contra la exhibición de modelos de "delgadez extrema" en las pasarelas, después de que, según sus datos, hayan desfilado chicas con la talla 34, en más de 20 pasarelas internacionales de primer nivel, incluidas Madrid y Barcelona, y en más de 100 anuncios de grandes campañas a nivel mundial.

Una obsesión por la juventud y la delgadez que impulsó hace meses a la exitosa modelo Elliot Sailors, a transformarse en hombre y desfilar como tal, ante la evidencia de que ante las agencias empezaba a ser, a sus 30 años y 49 kilos, una mujer vieja y rellenita.

No nos damos cuenta que la moda, como otras manifestaciones públicas de la imagen, tienen una influencia decisiva en la formación de los hábitos y las formas culturales de la población. Como nos tomamos conciencia que (como en el caso de la chica de la hamburguesa de bacalao) comerciar con el cuerpo y la ilusión de las personas es inmoral. Que en un mundo en el que convivimos con un gravísimo problema de respeto hacia la mujer, con episodios diarios de violencia, desigualdad y falta de respeto a nuestra dignidad, estamos forjando una mujer que vale lo que su cuerpo. Un objeto de disfrute, táctil o visual, y por tanto modelable, ajustable o reducible a una delgada figura que se relame ante …..

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