sábado, 22 de febrero de 2014

Revolución



Como la historia cambia en cada segundo, va a resultar difícil realizar predicciones sobre un movimiento revolucionario-reformista en marcha en Ucrania, y de origen y futuro inciertos.
Lo que si parece evidente, a estas alturas de la narración, es que los hechos que se precipitan en Kiev y en todo el país están provocados por un cóctel explosivo y predecible de miseria, nepotismo, manipulación electoral y política y arbitrariedad, que ha encontrado su contradicción interna en el crecimiento de sociedades cada vez más formadas, informadas y educadas en ámbitos urbanos en expansión.


Sociedades que se revelan contra una descarada perversión del sistema electoral que defiende la democracia y, sin embargo, pisotea sus valores.

Democracias ficticias que, como hemos visto en el mundo árabe en los últimos años, tienen una facilidad pasmosa para perpetuarse, en un curioso sistema de republica hereditaria. Hechos que se producen (lo hicieron en Siria o en las caóticas republicas africanas,  a la sombra del apoyo explícito de Europa y Estados Unidos que, como es el caso que nos ocupa, prefieren pasar página para no enfrentarse al poderoso vecino de turno (sea China o Rusia, en este caso). Una entrega vil y rastrera  en aras de sus cortoplacistas intereses económicos y estratégicos, apoyando o permitiendo regímenes indeseables e insostenibles, alimentando así, una hoya a presión que ahora nos estalla en las manos.

Occidente nos ha trasladado a los ciudadanos el mensaje claro de que nuestro vigor y nuestra riqueza radican en la desventura de los demás, y en la existencia de una serie de sátrapas que gobiernan abusivamente sus estados, como cortafuegos imprescindibles ante la amenaza islamista, comunista o Dios sabe que. Un grupo de tecnócratas y despiadados ladrones han encontrado en ese miedo, y en el afán colonizador de occidente el apoyo necesario para hacer del poder un oficio, y de la represión una necesidad. Ante tal actitud, solo le ha quedado a esa población como salida sus ancestrales costumbres.

Las organizaciones caritativas y solidarias de raíz islámica, por ejemplo, han ocupado progresivamente esos espacios de ayuda y gestión que el estado, volcado en el robo y el control policial han abandonado. Así, los hermanos musulmanes egipcios (los únicos que han ayudado a la gente tras el pasado terremoto) o el Hezbollah de Gaza y Líbano (los únicos que prestan servicios públicos en esas regiones) han aparecido como la única forma organizativa valida para sobre vivir, y el único cauce de protesta y desahogo válido y, por ende, su ideología la bandera de su lucha por el futuro, y sus líderes, caso de los radicales Hasan al-Bannā’ y Sayed kutu, sus guías.

Esta terrible frustración y desesperanza social ha calado, además en sociedades muy rejuvenecidas, donde sus miembros han podido alcanzar una formación y una cultura estéril, que asocian su lamentable situación a la cultura occidental, causante, por interés, de sus dictaduras, fortaleciendo un enfrentamiento cultural más vinculado al odio, que en al simple hecho religioso.





Pero en estas revoluciones, esta asomando un fenómeno aun más peligroso y fascinante, y que ya habíamos observado, por primera vez, en la revolución naranja ucraniana, que ahora regresa y, en menor medida, en la revolución azafrán de Birmania. La sociedad ahora es capaz de concitar el esfuerzo y el anhelo de miles de personas, de manera coordinada y consciente, mediante una información muy veraz, ajena a todo control aparente, e instantánea. Miles de personas pueden realizar actos de concienciación y adoctrinamiento, impensables hace años, y de coordinación de masas en periodos brevísimos de tiempo, gracias a un desarrollo tecnológico que occidente, curiosamente, les ha entregado, como otra forma de negocio. La duda esta en quien manipula a quien con estos nuevos medios de información, tipo Tumblr, myspace, facebook o twitter.

Este fenómeno histórico ha recibido ya su lógico bautismo periodístico, apodándose “revolución del móvil y la piedra”, una forma sincrética de referirse a movimientos sociales capaces de derribar gobiernos con una piedra como arma de defensa y un teléfono como arma ofensiva. Un teléfono capaz de transmitir al mundo, en tiempo real, las imágenes, los sonidos y los relatos de lo que ocurre en cada instante. Una forma rápida de contar su verdad, incontenible para los gobiernos y capaz de movilizar masas, y sacarlas de su adormecimiento, ante el impacto incuestionable de la imagen de un muerto, de un policía disparando o de un gobernante embarcando en un avión camino del exilio. Ante tanta evidencia, poca manipulación es posible. ¿O si lo es?.

Al contrario que en siglos pasados, cuando la lentitud de las acciones de rebeldía y la dependencia de las masas de sus líderes, hacia sencillo el descabezamiento de los procesos revolucionarios, la inmediatez de los mensajes revolucionarios, y la multiplicidad de sus fuentes hacen hoy casi imposible la contención de estos movimientos. Eso sin contar con que los actuales medios de comunicación eliminan filtros, favorecen la difusión de los abusos en medio mundo, atrayendo las simpatías de miles de personas y su apoyo, y sin contar con que la ubicuidad ahora es posible, en reuniones virtuales de decenas de personas, que desde sus casas comparten descontento y planean acciones que superan toda reacción.

Y como las revueltas de estos días demuestran, de poco sirve la acción represora ante las revoluciones del móvil. Controlar identidades, cerrar proveedores o censurar información, es estéril, porque los revolucionarios saben cambiar sus ip y conseguir otras vías de acceso. Eso sin contar con que los gobiernos tampoco pueden ya cerrar la red, porque seria aislarse ellos mismos, y dejar sin funcionamiento decenas de servicios que dependen de ella.

Las nuevas ciber revoluciones permiten, además cambiar profundamente la percepción que los ciudadanos tiene de los hechos, al desvelarse los más recónditos secretos de los estados, como ha demostrado wikileaks, al tiempo de derrumbar sus sistemas de operación, como anonymous y otros ciber activistas han demostrado, paralizando servicios, empresas y redes.

Pero los hechos y los procesos rara vez son de una dirección, y más aun, rara vez dejan de tener consecuencias inesperadas, o indeseadas.

Me ha llamado la atención el hecho de que junto a la información espontánea que los internautas han volcado en la red sobre los sucesos de Ucrania, no han sido raros los casos de fuentes de información que mostraban un nítido esfuerzo por encauzar las protestas, guiarlas en una cierta dirección y alentar a las masas en fines que poco casaban con las impresiones que transmitían los ciudadanos en sus twitter. Así, redes organizadas han incitado estos días a la  violencia gratuita y meditada, con enseñanzas practicas necesarias para causar la muerte entre los agentes del gobierno.

Y es que ese anonimato y esa ubicuidad que tanto alabamos como muestra natural del sentir de un pueblo es, al mismo tiempo, un arma ideal para la manipulación más artera de las masas.

El escritor y politólogo Nicholas Carr advierte en su último libro de la fascinación y la atracción que sobre los humanos ejerce la cercanía y la calidez de las redes sociales y los nuevos medios de comunicación. Medios ampliamente empleados en estas revoluciones que someten al individuo a un aluvión de micro mensajes lanzados sin pausa, una saturación de información y una dispersión de la atención, pendiente como has de estar de difundir y recibir a velocidad de vértigo, que favorece la distracción, la desconcentración, y la irreflexión.

Tres buenas herramientas para conseguir que una masa, justamente indignada e impulsada por el efecto gregario y exultante de la calle y las barricadas, por la excitación de los sonidos, las luces y las imágenes impactantes de la reyertas, sea adecuadamente amaestrada, más incluso que en otros tiempos.

Es un hecho que la vorágine de una información desmedida y fragmentada, y la multitarea que las redes imponen al individuo (escribir, leer, subir fotos. Flickr, facebook, twitter..) nos puede conceder más eficiencia en el proceso de información, si se dan ciertas circunstancias que una manifestación callejera no proporciona. Tan incontestable como que estos procedimientos masivos e instantáneos de comunicación nos hacen menos capaces para profundizar en esa información, poco a poco nos deshumanizan, nos uniformizan, y nos hacen más vulnerables.

Estamos adorando sin poner un pero, toda esa tecnología que nos ofrece un poder inmenso, del que antes los ciudadanos carecíamos. Nos proporciona obtener información y ver el mundo, sin intermediarios (o eso creemos), pero el mismo concepto que hoy impera en la red, alienta la multitarea y favorece perder la concentración, y con ella nuestra capacidad crítica. Nos somete a una lluvia de mensajes que nos acosan por todas partes, y que interrumpen continuamente nuestros procesos intelectuales. Máxime en plena calle, y bajo una lluvia de gases lacrimógenos.

Hemos multiplicado nuestra capacidad de compartir, y la escala de esa colaboración (Wikipedia es un ejemplo). Podemos influir en mucha más gente, solicitar ayuda a mucha más gente. Aunar esfuerzos, e intereses comunes, con mucha más gente, y recibir influencia de mucha más gente. Pero, ¿estamos preparados para gestionar esa nueva situación, sin perder nuestra libertad de elección y nuestra conciencia crítica?.

Porque la esencia de la libertad es poder escoger a qué o a quien quieres dedicarle tu atención, y los nuevos medios de información están influyendo, y muy decisivamente en esas elecciones, disminuyendo nuestra propia capacidad para controlar nuestros pensamientos y nuestra forma de analizar los hechos de forma autónoma.

Simplemente, el algoritmo de Google que maneja sus sistema de búsquedas, esta determinando, cuando buscamos en la red información sobre estas revueltas, a que información accedemos, y a cual no.

Es evidente que podemos ganar en libertad, en capacidad de organización ciudadana y en trabajo colaborativo, dando así una fuerza desconocida a los movimientos sociales. Pero seamos realistas. Esas mismas armas permiten a gobiernos, personas y corporaciones ganar más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones.

Esperemos que solo sea una teoría, pero el economista Max Otte afirma en su último trabajo que toda la información disponible no tiene un correlato en nuestra capacidad de discriminación de esa información, y de asimilación crítica, por lo que cada vez estamos más desinformados, atendiendo a ese criterio, sumergiéndonos en lo que él llama el neofeudalismo. Una nueva situación que esta eliminando a las clases medias y a la intelectualidad, esa que de manera más humana antes guiaba nuestros pasos, pero desde la razón y la reflexión, no frente a la violencia de la avalancha.

Lo recalca Nicholas Carr, “la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más”.

Hay mucho de creación y libertad en el mundo digital, justo por encima de un gigantesco germen de destrucción.


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