Quizá por
encima de su obra, de una calidad e importancia innegable como custodia del
castellano, ha destacado en Miguel Delibes su defensa, con su propio ejemplo,
de una forma de vida y humanidad. Sencilla, serenamente reivindicativa, sensata
y defensora del equilibrio entre el hombre y la naturaleza a la que pertenece.
Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920. Estudió Comercio y Derecho, siendo
desde 1944 catedrático de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de su
Valladolid natal.
Ejerció
desde joven su pasión por el periodismo a través de «El Norte de Castilla»,
diario vallisoletano de clara tendencia democrática del que llegaría a ser
director, y siempre colaborador. Junto a ello, e impulsado por Ángeles, su
mujer, ávida lectora y admiradora del maestro, Delibes fue novelista. Su fama
le hizo admirado y recabado de forma continua como conferenciante.
La obra de
Delibes presenta una marcada ideología, un humanismo cristiano abierto,
exigente, comprometido con los problemas de su tiempo. En nombre de ese
humanismo, ha reiterado sus críticas a la sociedad burguesa, con su progreso
técnico hecho a espaldas del hombre, un progreso que -según él-, lejos de
liberar, inventa nuevas formas de esclavitud. De ahí que vuelva sus ojos, con
gran frecuencia, a la naturaleza, a la vida sencilla de las gentes del campo,
entre los que encuentra (a pesar de tantas miserias) reductos vírgenes de
dignidad humana. Esta dicotomía (vida burguesa y vida rural) es uno de los ejes
sobre los que ha construido su obra novelística, junto a la niñez.
Su denuncia
de egoísmos e injusticias, y su acercamiento simpático a las gentes pobres y
humilladas, han sido explicadas por Delibes con estas palabras: «El hecho de
que yo me incline por el hombre humilde y por el hombre víctima revela,
imagino, mi espíritu democrático, pero no menos mi espíritu cristiano».
Han sido
generalmente reconocidas las excepcionales dotes de narrador de Delibes y una
sobresaliente capacidad para reflejar tipos y ambientes. No menos excepcional
es su dominio del idioma, cosa que le permite acertar -con difícil facilidad-
en los más variados registros (lo culto y lo popular, lo pedante y lo sencillo,
el habla infantil o rural, etc.). Rasgo muy destacado de su prosa es la riqueza
de vocabulario sobre la naturaleza y la vida del campo: la verdad con que hace
hablar a los sencillos campesinos que abundan en sus obras es difícilmente
igualable.
Las novelas
La trayectoria de Delibes es uno de tantos ejemplos de la evolución de nuestra
literatura en los últimos treinta años.
Se dio a
conocer al ganar el Premio Nadal de 1947 con “La sombra del ciprés es
alargada”, novela impregnada de una angustia muy propia de aquellos momentos:
obsesión por la muerte y por la infelicidad (temas corrientes en la literatura
existencialista). En la misma línea se sitúa su segunda novela, “Aún es de día”
(1949). Su primera obra realmente importante es, sin duda, “El camino” (1950),
con la que inaugura un limpio acercamiento a la realidad aldeana. En torno a
tres niños, construye el mundillo inolvidable de un pueblo, con sus más
variados tipos. La prosa de Delibes se ha depurado ascéticamente y ello
contribuye, en gran parte, a la impresión de vida que deja la lectura de la
novela.
Más tarde
es la vida de la burguesía provinciana la que encuentra un implacable reflejo
en “Mi idolatrado hijo Sisi” (1953) en la que convierte en protagonista a un
rico comerciante, certero ejemplo del egoísmo, cuya primera víctima es su
propio hijo.
Mayor acierto
supuso “Diario de un cazador” (1955), en que Lorenzo, bedel de un Instituto,
cuenta un trozo de su vida modesta, animada sólo por su afición a la caza.
Delibes -que comparte la pasión del personaje- nos sumerge en la naturaleza y.
a la vez, refleja con insuperable maestría el habla popular, con sus giros, sus
muletillas, etc. Continuación de esta obra es el “Diario de un emigrante”
(1958), en que el mismo Lorenzo vive por América sus nostalgias de España y su
contacto con otras costumbres y otra habla.
Tras “La
hoja roja” (1959), sobre la vida gris de un jubilado, Delibes ofreció la que es
posiblemente su obra maestra: “Las ratas” (1962), impresionante cuadro de la
vida de un pueblo castellano, con su dureza y sus miserias. Entre sus múltiples
tipos, figuran el tío Ratero -que vive de cazar ratas, mísero alimento y el
Nini, su sobrino, conmovedora figura de un chiquillo poseedor de una extraña
sabiduría sobre la naturaleza y que, desde su inocencia, es testigo callado de
lo que ve a su alrededor. Con esta novela lleva Delibes a su cumbre una línea
que había iniciado con El camino, pero el testimonio se ha hecho ahora más
acusador y el estilo ofrece una seguridad absoluta en la combinación de
realismo crudo y tono poemático. Las ratas es, sin duda, una de las máximas
novelas españolas contemporáneas.
En 1966,
apareció “Cinco horas con Mario”, que, ante todo, supone cierta innovación
técnica: es el largo monólogo interior de una mujer que vela a su marido muerto
(monólogo en que Delibes confirma su capacidad de reproducir el habla
coloquial). Pero, además, es una disección lúcida de la más estrecha mentalidad
tradicional, condensada en las ideas, obsesiones y limitación de la
protagonista, y un cuadro sangrante de las dos Españas nacidas en torno a la
guerra civil.
Las
innovaciones técnicas (correspondientes al experimentalismo vigente) son más
audaces en “Parábola del náufrago” (1969), pero la distorsión de la anécdota y
el lenguaje no ocultan la intención social -más clara que nunca-. La obra nos
presenta a un hombre inserto en el engranaje de una alucinante empresa y
victima, luego, de un monstruoso castigo por haberse atrevido a hacerse
preguntas sobre el sentido de su trabajo. Tal «parábola» -con cierta influencia
de Kafka- intenta reflejar los aspectos deformes del mundo actual y responde
-según Delibes- a «una obsesión mía ante las dificultades del hombre para
encontrar la libertad y la justicia».
En sus
últimas novelas, Delibes ha vuelto a la línea de una aparente sencillez (solo
aparente) que le es más propia. Y de nuevo nos encontramos frente al díptico
del mundo burgués y el mundo rural. Al primero, visto también desde un niño,
corresponde “El príncipe destronado” (1973), deliciosa novela que encierra, no
obstante, una fuerte carga critica. Finalmente, el ambiente aldeano reaparece
en “Las guerras de nuestros antepasados” (1975), cuyo tema dominante es la
violencia; una violencia que rodea al protagonista sin lograr hacer mella en su
elemental y singular bondad. Escrita en forma dialogada (se trata de una supuesta
grabación magnetofónica), la novela es muestra eminente de ese inmenso talento
de Delibes para reproducir el habla popular en toda su inagotable riqueza.
Otras obras
Delibes es, además, autor de espléndidos relatos breves, como los incluidos en
“Siestas con viento sur” (entre los que destaca La mortaja). Por otra parte, a
su condición de viajero y periodista se vinculan múltiples crónicas entre las
que citaremos “USA y yo”, “La primavera de Praga”, “Europa: parada y fonda”
etc.
Mención
particular merece, en fin, un librito magistral en el que se condensa su
profundo conocimiento de su tierra: “Viejas historias de Castilla la Vieja ”.
La obra
coincide con la época de más reconocimiento de su obra. Premio Nacional de
literatura, Premio Cervantes, académico de la Real Academia de la
lengua, premio Príncipe de Asturias… premios que no significaban el
reconocimiento a una vida, sino la constatación de un presente, que entonces
era un torrente creativo, como demostraría ese gran retrato rural y ese dibujo
de la injusticia y la sencillez redentora que fue “Los santos inocentes”
(1981), drama que exponía la degradación de una familia rural explotada por los
caciques de la Extremadura
rural. En 1985 publicó “El tesoro” y en 1998 “El hereje”, una obra gigante y trascendental
sobre la intolerancia. Ese año, ya preso de la enfermedad, recibía el Premio
Nacional de Narrativa, donde manifestaría su deseo de abandonar su labor
creativa, exhausto ante una dolencia que le arrebataba la claridad y la
concentración. Así su obra se detenía, pero su magisterio seguía. Ahora que la
vida nos le ha llevado, su espíritu seguirá vigente y enseñante, en sus libros.
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elpais.es
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