domingo, 14 de marzo de 2010

Miguel Delibes


Quizá por encima de su obra, de una calidad e importancia innegable como custodia del castellano, ha destacado en Miguel Delibes su defensa, con su propio ejemplo, de una forma de vida y humanidad. Sencilla, serenamente reivindicativa, sensata y defensora del equilibrio entre el hombre y la naturaleza a la que pertenece. Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920. Estudió Comercio y Derecho, siendo desde 1944 catedrático de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de su Valladolid natal.
Ejerció desde joven su pasión por el periodismo a través de «El Norte de Castilla», diario vallisoletano de clara tendencia democrática del que llegaría a ser director, y siempre colaborador. Junto a ello, e impulsado por Ángeles, su mujer, ávida lectora y admiradora del maestro, Delibes fue novelista. Su fama le hizo admirado y recabado de forma continua como conferenciante.


La obra de Delibes presenta una marcada ideología, un humanismo cristiano abierto, exigente, comprometido con los problemas de su tiempo. En nombre de ese humanismo, ha reiterado sus críticas a la sociedad burguesa, con su progreso técnico hecho a espaldas del hombre, un progreso que -según él-, lejos de liberar, inventa nuevas formas de esclavitud. De ahí que vuelva sus ojos, con gran frecuencia, a la naturaleza, a la vida sencilla de las gentes del campo, entre los que encuentra (a pesar de tantas miserias) reductos vírgenes de dignidad humana. Esta dicotomía (vida burguesa y vida rural) es uno de los ejes sobre los que ha construido su obra novelística, junto a la niñez.
Su denuncia de egoísmos e injusticias, y su acercamiento simpático a las gentes pobres y humilladas, han sido explicadas por Delibes con estas palabras: «El hecho de que yo me incline por el hombre humilde y por el hombre víctima revela, imagino, mi espíritu democrático, pero no menos mi espíritu cristiano».

Han sido generalmente reconocidas las excepcionales dotes de narrador de Delibes y una sobresaliente capacidad para reflejar tipos y ambientes. No menos excepcional es su dominio del idioma, cosa que le permite acertar -con difícil facilidad- en los más variados registros (lo culto y lo popular, lo pedante y lo sencillo, el habla infantil o rural, etc.). Rasgo muy destacado de su prosa es la riqueza de vocabulario sobre la naturaleza y la vida del campo: la verdad con que hace hablar a los sencillos campesinos que abundan en sus obras es difícilmente igualable.

Las novelas La trayectoria de Delibes es uno de tantos ejemplos de la evolución de nuestra literatura en los últimos treinta años.
Se dio a conocer al ganar el Premio Nadal de 1947 con “La sombra del ciprés es alargada”, novela impregnada de una angustia muy propia de aquellos momentos: obsesión por la muerte y por la infelicidad (temas corrientes en la literatura existencialista). En la misma línea se sitúa su segunda novela, “Aún es de día” (1949). Su primera obra realmente importante es, sin duda, “El camino” (1950), con la que inaugura un limpio acercamiento a la realidad aldeana. En torno a tres niños, construye el mundillo inolvidable de un pueblo, con sus más variados tipos. La prosa de Delibes se ha depurado ascéticamente y ello contribuye, en gran parte, a la impresión de vida que deja la lectura de la novela.
Más tarde es la vida de la burguesía provinciana la que encuentra un implacable reflejo en “Mi idolatrado hijo Sisi” (1953) en la que convierte en protagonista a un rico comerciante, certero ejemplo del egoísmo, cuya primera víctima es su propio hijo.
Mayor acierto supuso “Diario de un cazador” (1955), en que Lorenzo, bedel de un Instituto, cuenta un trozo de su vida modesta, animada sólo por su afición a la caza. Delibes -que comparte la pasión del personaje- nos sumerge en la naturaleza y. a la vez, refleja con insuperable maestría el habla popular, con sus giros, sus muletillas, etc. Continuación de esta obra es el “Diario de un emigrante” (1958), en que el mismo Lorenzo vive por América sus nostalgias de España y su contacto con otras costumbres y otra habla.
Tras “La hoja roja” (1959), sobre la vida gris de un jubilado, Delibes ofreció la que es posiblemente su obra maestra: “Las ratas” (1962), impresionante cuadro de la vida de un pueblo castellano, con su dureza y sus miserias. Entre sus múltiples tipos, figuran el tío Ratero -que vive de cazar ratas, mísero alimento y el Nini, su sobrino, conmovedora figura de un chiquillo poseedor de una extraña sabiduría sobre la naturaleza y que, desde su inocencia, es testigo callado de lo que ve a su alrededor. Con esta novela lleva Delibes a su cumbre una línea que había iniciado con El camino, pero el testimonio se ha hecho ahora más acusador y el estilo ofrece una seguridad absoluta en la combinación de realismo crudo y tono poemático. Las ratas es, sin duda, una de las máximas novelas españolas contemporáneas.
En 1966, apareció “Cinco horas con Mario”, que, ante todo, supone cierta innovación técnica: es el largo monólogo interior de una mujer que vela a su marido muerto (monólogo en que Delibes confirma su capacidad de reproducir el habla coloquial). Pero, además, es una disección lúcida de la más estrecha mentalidad tradicional, condensada en las ideas, obsesiones y limitación de la protagonista, y un cuadro sangrante de las dos Españas nacidas en torno a la guerra civil.

Las innovaciones técnicas (correspondientes al experimentalismo vigente) son más audaces en “Parábola del náufrago” (1969), pero la distorsión de la anécdota y el lenguaje no ocultan la intención social -más clara que nunca-. La obra nos presenta a un hombre inserto en el engranaje de una alucinante empresa y victima, luego, de un monstruoso castigo por haberse atrevido a hacerse preguntas sobre el sentido de su trabajo. Tal «parábola» -con cierta influencia de Kafka- intenta reflejar los aspectos deformes del mundo actual y responde -según Delibes- a «una obsesión mía ante las dificultades del hombre para encontrar la libertad y la justicia».
En sus últimas novelas, Delibes ha vuelto a la línea de una aparente sencillez (solo aparente) que le es más propia. Y de nuevo nos encontramos frente al díptico del mundo burgués y el mundo rural. Al primero, visto también desde un niño, corresponde “El príncipe destronado” (1973), deliciosa novela que encierra, no obstante, una fuerte carga critica. Finalmente, el ambiente aldeano reaparece en “Las guerras de nuestros antepasados” (1975), cuyo tema dominante es la violencia; una violencia que rodea al protagonista sin lograr hacer mella en su elemental y singular bondad. Escrita en forma dialogada (se trata de una supuesta grabación magnetofónica), la novela es muestra eminente de ese inmenso talento de Delibes para reproducir el habla popular en toda su inagotable riqueza.
Otras obras Delibes es, además, autor de espléndidos relatos breves, como los incluidos en “Siestas con viento sur” (entre los que destaca La mortaja). Por otra parte, a su condición de viajero y periodista se vinculan múltiples crónicas entre las que citaremos “USA y yo”, “La primavera de Praga”, “Europa: parada y fonda” etc.
Mención particular merece, en fin, un librito magistral en el que se condensa su profundo conocimiento de su tierra: “Viejas historias de Castilla la Vieja”.


La obra coincide con la época de más reconocimiento de su obra. Premio Nacional de literatura, Premio Cervantes, académico de la Real Academia de la lengua, premio Príncipe de Asturias… premios que no significaban el reconocimiento a una vida, sino la constatación de un presente, que entonces era un torrente creativo, como demostraría ese gran retrato rural y ese dibujo de la injusticia y la sencillez redentora que fue “Los santos inocentes” (1981), drama que exponía la degradación de una familia rural explotada por los caciques de la Extremadura rural. En 1985 publicó “El tesoro” y en 1998 “El hereje”, una obra gigante y trascendental sobre la intolerancia. Ese año, ya preso de la enfermedad, recibía el Premio Nacional de Narrativa, donde manifestaría su deseo de abandonar su labor creativa, exhausto ante una dolencia que le arrebataba la claridad y la concentración. Así su obra se detenía, pero su magisterio seguía. Ahora que la vida nos le ha llevado, su espíritu seguirá vigente y enseñante, en sus libros.

Imagen elpais.es

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