Estas
reliquias del prerrománico español surgen en los siglos medievales marcados por
el desmoronamiento del mundo racional propio de la antigüedad clásica griega y
romana. El derrumbe de la patina romana que se había construido en la Península Ibérica
dejó aflorar, en los primeros siglos medievales, todas las tradiciones,
creencias y mitos de la antigüedad prerromana, sobre los que se alzaron las
creencias cristianas, aferradas a esos atavismos para coger mayor fuerza, y
todo ello en medio de las difíciles circunstancias que determinaron la invasión
musulmana, que acorraló a los cristianos no capitulados en las agrestes zonas
del norte peninsular, tan solo aferrados, para sobrevivir, a su fe, y a sus
mitos.
En ese
conjunto de circunstancias hay que interpretar y comprender, una de las joyas
arquitectónicas de nuestro país, los esconjuraderos, una de las más bellas
muestras de los artes prerrománico y románico español, e incluso posteriores.
Las
pequeñas comunidades de la época que estamos describiendo, se encontraban
sometidas a multitud de peligros, naturales y militares que, especialmente en
el primero de los casos, eran incomprensibles e incontrolables por los
habitantes de las comunidades del norte.
Efectos
meteorológicos como las tormentas, la lluvia o los rayos eran una cruel amenaza
para aquellas gentes, que dependían del clima para lograr sus cosechas,
mantener sus precarias viviendas o evitar la muerte de sus ganados. Al tiempo
que enfermedades irreparables y razzias musulmanas se colocaban sobre sus
vidas, como males imposibles de controlar. Como en los viejos tiempos
anteriores a la civilización, ritos y ceremoniales afloraron para compensar
esas amenazas.
Marcados
por la cultura cristiana, esos viejos ritos pasaron de los conjuros paganos, a
las oraciones, y del abrigo de árboles y altares naturales, a la protección de
iglesias y ermitas. Esa es la razón por la que algunos pueblos y comunidades
campesinas decidieron la construcción, cerca de edificaciones religiosas
cristianas de pequeños lugares dedicados a estos actos de rechazo comunal a los
males. Es así como nacen los esconjuraderos, pequeños edificios donde se
realizaban ritos y ceremonias, bajo el cuidado de un santo, para luchar contra
tormentas, rayos, diluvios, pedriscos, y, quien sabe, quizá enfermedades y
ataques militares.
En su
mayoría son pequeños edificios de alzado de un piso, que presentan planta
cuadrada con tejado piramidal y que posee cuatro aberturas, una a cada punto
cardinal, de manera que el oficiante y toda la comunidad estuviera en contacto
con la atmosfera e irradiara más fácilmente su influencia entre las fuerza
naturales. Una cruz sobre el tejado no solo invocaba la protección divina,
demostrando ante los males que acuciaban su respaldo, sino que alejaban la
sospecha de las autoridades de ser un rito pagano y, por tanto, prohibido.
Pese a que
la existencia de estos lugares son visibles en algunos puntos de la Península muy dispersos,
como castilla león y Galicia, y pese a que estos ritos no solo se realizaron en
estos edificios, sino a través de campanas en la iglesias, en pequeños
humilladeros, en los pórticos o en aras en los bosques, su mayor densidad se
encuentra en el Pirineo, lo que ha hecho ver, a algunos historiadores, un
carácter militar en su construcción.
Así, en
Sobrarbe, comarca pirenaica de Huesca, son visibles los esconjuraderos en Asín
de Broto, Burgasé, Campol, Asín, Guaso, Almazorre, Mediano y San Vicente de
Labuerda. Por lo que sabemos, cuando la mujer sabia de la aldea, la bruja, en
el sentido atávico, no demoniaco, intuía la tormenta, el mosen o sacerdote
católico, acudía al esconjuradero, junto a los vecinos, para protegerse, bajo
el cuidado de Dios, al tiempo que lanzaba al aire, a toda voz las formulas
sagradas, asperjando agua bendita contra las nubes negras, mientras rezaba el
tradicional "Boiretas en San Bizien y Labuerda: no apedregaráz cuando
lleguéz t’Araguás: ¡zi! ¡zas!"
Esconjuradero
de Mediano
Una
variante de estos ritos son las campanas de los valles interiores murcianos,
catalogadas en el siglo XIV, en lo que se ha querido ver una relación con las
epidemias de peste, que contenían en su interior una estrella de cinco puntas, la Pentalfa o Pentáculo, que
viene a ser un talismán conjuratorio para rechazar y vencer al maligno, junto a
la leyenda ‘Este es el signo de la cruz del señor, ¡Huid facciones enemigas!,
ha vencido el león de la tribu de Judá, vástago de David, Aleluya’. Ritos que
algunos investigadores han querido asociar al “Lignum Crucis” de Liebana, por
la presencia de supuestos restos de la Sagrada Cruz , en algunos esconjuraderos,
aragoneses y franceses, que también los hay en la ladera norte del Pirineo.
De su
difusión , más allá de los valles pirenaicos, nos dice mucho la lengua, como
relata Leandro Carré Alvarellos, cuando explica la difusión de la palabra
ESCONXURARLA, empleada en las recetas de las queimadas, como una forma familiar
de expulsar a los males del ambito familiar.
En la
actualidad, el gobierno de Aragón promueve y conserva una ruta de
esconjuraderos, que atraviesa la
Solana , Tierra Buixo o Bajo Peñas. El circuito, entre pistas
y caminos de montaña, parte de Asín de Broto localidad ubicada en el valle de
Broto, para continuar hacía el valle de la Solana , a la despoblada localidad de Burgasé, que
posee uno de los esconjuraderos peor conservados. Desde allí, y ya en la zona
central del Sobrarbe se pueden visitar los de Guaso, el de San Vicente de
Labuerda o el de El Pueyo de Araguás, todos señalizados y accesibles. Otra de
las rutas interesantes es la que recorre de Pueyo de Paraguas hasta Guaso, por
Mediano (uno de los mejores) y Almazorre.
San Vicente
de Labuerda
Quizá una
de las mejores rutas de este trozo de nuestra historia se encuentre en torno a
San Vicente de Labuerda, un pequeño pueblo rodeado de montes con espesos
pinares, conocido por su arquitectura rural románica y su torre bajo medieval
de casa Buil, con ventanas geminadas y saeteras. Allí se encuentra el esconjuradero
de San Vicente, que se encuentra en un extremo del recinto que acoge el
cementerio y la casa parroquial o abadía, sirviendo en la actualidad como
pórtico de acceso, pudiéndose apreciar aun las poco inusuales bóvedas de cañón
apuntado.
Posiblemente
su declive estuvo asociado a la reforma trentina, posterior a Lutero, que
comenzó a calificar a estos ritos de supersticiones y hechicerías y vanos
conjuros, por lo que la
Inquisición , en un momento de amenaza internacional para
España y debilidad papal, actúo sin contemplaciones contra todo lo que
plantease dudas. Muchos fueron derruidos, otros abandonados, y los curas
aleccionados para su desuso.
Imagenes de cometelmundo y miradoresdeordesa
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