Érase un palacio azul, y lleno de sillas. Vació, aunque rico
en libros y palabras. Frío, para su envejecido morador. Un día oyó unos pasos,
giro sobre los suyos y descubrió la sonrisa ingenua de aquella niña,
escudriñando cada dibujo, buscando aprender en cada libro. La niña se sentó en
la silla y espero las palabras del hombre con la avidez y la impaciencia de
quien quiere conocer todo. Y se hizo su maestro, y la princesa dio calor a sus
días. Y el maestro fue feliz.
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