Uno de los
educadores más fascinantes de estos dos últimos siglos es el indio Sugata
Mitra, un incansable investigador sobre la memoria, los sistemas de
aprendizaje, la educación cooperativa, la percepción, las redes neurales y los
sistemas de aprendizaje humano. Mitra es Professor of Educational Technology at
the School of Education, Communication and Language Sciences en la Universidad inglesa de
Newcastle, Jefe Científico en el NIIT, y creador e impulsor del Hole in the
Wall. El “agujero en la pared” es una de las experiencias más increíbles de la
historia de la educación, que ha permitido el entrenamiento cognoscitivo y el
desarrollo de millones de jóvenes indios, en las zonas más pobres de ese país,
y de aquellos a los que ha sido exportado.
Tal como el
ha explicado alguna vez, Mitra colocó en 1999 un ordenador en una pequeña
hornacina, a modo de cajero, en una pared en un barrio humilde de Kaljaki, en
Nueva Delhi, permitiendo el libre acceso a los niños. La experiencia demostró
que los niños pueden aprender mediante medios tecnológicos con gran facilidad,
y esto es lo importante, sin ningún entrenamiento formal.
Es lo que
luego hemos dado en llamar en pedagogía Educación Mínimamente Invasiva o
sistema de auto-organización cognitiva.
Contaba
Mitra como en una ocasión entregó un ordenador y una conexión a internet a los
alumnos de una paupérrima escuela del distrito de Kapur, pidiendo a los alumnos
que le usasen para preparar un trabajo sobre terremotos que él recogería, dos
meses después. Ante el asombro de aquellos chavales, que nunca habían visto tal
aparato, Mitra se fue, sin dar más explicaciones. Pero el espíritu de
superación humana es increíble. A los dos meses, Mitra comprobó que los
alumnos, sin ayuda de profesor alguno habían aprendido a manejar el ordenador,
se habían descargado manuales de la red para aprender a usar su software y
habían aprendido de manera eficiente sobre el tema propuesto, y aun más.
Hoy los que
estamos vinculados a la educación, comprobamos como los jóvenes europeos
contrastan su abrumadora dotación tecnológica, con una generalizada incapacidad
digital.
Cualquier
estudiante español, de primaria o secundaria tiene a su alcance una panoplia de
aparatos inabarcable. Smartphones, tabletas, ordenadores, notbook o
reproductores multimedia son habituales para cualquier niño o adolescente, sin
contar con los medios a los que pueda tener acceso en su colegio o instituto.
Sin embargo, capacidades como saber buscar información, discriminarla o ser
crítico con ella, reproducirla de manera adecuada, crear mensajes o contenidos,
protegerse en la red o, incluso, manejar archivos de audio o imagen, son casi
desconocidas. Y lo peor, no solo la educación española, y parte de la europea,
no esta atajando el problema volcándose en esa competencia, sino que los
alumnos, y sus familias, se resisten a ella.
Es cierto
que hay en la educación española hay problemas endémicos, aunque se haya
avanzado en los últimos años. Problemas sobre todo de dotación material y
humana. No todos los centros tienen redes de conexión a internet. No todos, ni
la mayoría tienen medios individuales para que sus alumnos puedan aprender en
base a nuevas tecnologías (es frecuente un aula de ordenadores o una pizarra
digital por centro, como mucho). No todos tienen plantillas formadas
adecuadamente. Es cierto que el lento proceso de dotación TIC ha empezado a
sufrir recortes presupuestarios, con lo que no solo no se avanza, si no que a
veces se hace tan despacio que la escuela, pese a gastarse dinero en ella, es
cada vez más obsoleta, en un mundo que crece más deprisa. Y es cierto que
tenemos un problema laboral y organizativo importante. Conflictividad,
incoherencia de horarios, profesores más dedicados a la atención grupal que al
diseño educativo o la atención personal, o escasez de terapeutas, psicólogos y
orientadores.
Incluso,
para acabar de complicar el panorama, dedicamos parte de nuestras escasas
energías a la batalla ideológica, con un modelo de gestión siempre cuestionado
y un marco legal siempre en revisión.
Con todo y
con eso, nos enfrentamos aun problema peor. ¿Para que queremos medios
tecnológicos si no hay un plan pedagógico para usarlos, y si en muchas
ocasiones el alumno y su familia son más conservadores que el propio
profesorado?.
Porque la
cuestión no es enseñar sustituyendo una tiza por una pizarra digital, ni unos
apuntes herrumbrosos por un blog o un libro digital, la cuestión es implantar
otro modelo de aprendizaje, con otros fines y otro papel del profesorado, y del
alumnado, como ha demostrado Mitra.
Las
discusiones pedagógicas han perdido peso en los últimos tiempos, desplazadas
por otras cuestiones más ideológicas. Ciertos sectores políticos han trabajado
en este país para hacer de la escuela algo más que una academia o un centro de
adoctrinamiento. Es evidente que la escuela es un instrumento para lograr el
cambio social. Pero eso, como defiende Montserrat Roig, no se consigue
inyectando conocimientos en los alumnos, sino haciéndoles participes del proceso
educativo, corresponsables, dinamizadores sociales.
En la otra
acera ideológica, el esfuerzo ha ido por otro lado, recuperar el ideal
ilustrado del conocimiento y admitir que la movilización de un país no es labor
de las masas sino de una élite dirigente que hay que formar, segregadamente,
con excelencia, como se dice ahora. Como si el liderazgo no se forjará entre
iguales, y desde bien abajo y con vocación de servicio, que no de poder. Olvida
además esta otra visión educativa que la ilustración, si algo importante nos
dejó, no fue la erudición, sino la razón, la búsqueda del conocimiento y la
libertad de pensamiento y creación.
Hoy son
varios los ejemplos de proyectos y escuelas que intentan modificar contenidos,
hacer menos rígido el horario de trabajo de los alumnos, fomentar el espíritu
crítico y la creatividad, impulsar al alumno a que convierta la información en
conocimiento y que el mismo sea fuente de este, en lugar de limitarse a repetir
y repetir contenidos alejados de su interés y de el de la sociedad. Pero lo
curioso es que frente a esa concepción que algunos docentes pretenden
implantar, familias y alumnos persisten, al amparo de la ley, atrincherados en
la “seguridad” tradicional de que se les juzgue por su mera capacidad para
retener y repetir los conocimientos, y así aprobar y luego subir en el
escalafón escolar. De hecho raro será que un padre reclame el lícito derecho de
su hijo a aprender. Tan raro como que no reclame una décima en un examen porque
“mi hijo ha puesto lo que decía el libro”
Como
explicaba el director del informe PISA, Andreas Schleicher. “El problema de
España no es el modelo legal de escuelas, ni tan siquiera el currículo, sino
cómo conseguir que las escuelas asuman un nivel de innovación y de iniciativa.
Y eso requiere la reforma de los contenidos y de la evaluación; nuevas
estrategias para elegir al profesorado, el liderazgo en las escuelas y la
integración de las tecnologías que permiten a los individuos crear, adaptar y
compartir los contenidos”.
Sin
embargo, como señala el ex secretario general de Educación Francisco López
Rupérez, “cuando varias personas reclaman una buena educación para sus hijos
pueden estar pidiendo cosas muy distintas”. Para unos educar sigue siendo a la
vieja usanza de instruir, exigir y acumular conocimiento. Para otros la clave
son los valores y la actitud ciudadana. Para los menos convertir a sus hijos en
dinamizadores sociales y seres autónomos capaces de aprender y crear.
Al final,
todos deberíamos compartir aquel viejo ideal de conocer, imaginar, crear,
actuar, compartir. Algo difícil cuando aprender no es lo importante y educar no
es lo primero.
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