Parece un simple asiento, pero es un potro tortura, presto a
lanzar un torrente de ácido, un suplicio prolongado necesario para salvar la
vida de quien un día descubrió un cáncer en su interior. Meses atadas a esa
silla, viendo el lento declinar de tu cuerpo, asiendo con fuerza una vida que,
por momentos, parece que se escapa. Y en su entorno, ángeles vestidos de blanco
que animan, cuidan y cura. Y en su entorno gente de su sangre que anima, cuida
y muerde sus labios, mientras imposta una sonrisa, para que no cunda el pánico.
Miles de escenas cotidianas, algunas teñidas de desesperanza, en las que pronto
aparecerán esos niños y niñas que luchan cada día en La Paz por esa nota que les
permita algún día llevar una bata blanca. Que además de historia y matemáticas
sepamos meter en vuestro corazón, toda la piedad y el amor que ellas precisan.
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