Si ha
habido una obra humana capaz de expresar la fe y la pasión divina, ha sido la Sagrada Familia de Barcelona.
Si hubo un hombre capaz de expresar en una obra humana, el amor de Dios, ese
fue Antonio Gaudí. Con esas premisas, continuar en la Sagrada Familia la ingente y
profunda tarea de Gaudí, era un reto al alcance de muy pocos.
Cuando en
1986, la fundación que gestiona el emblemático tempo catalán se planteó
continuar las obras por la fachada de la Pasión , la elección de los creadores se torno,
sin embargo, en sencilla. La continuación de la obra arquitectónica estaba
meticulosamente establecida en los planos del maestro, pero el contenido
escultórico, ese monumental lenguaje que en cada esquina nos habla de Dios y su
relación con el hombre, era un tema difícil de abordar. Todas las miradas se
volvieron entonces hacia Josep Maria Subirachs Sitjar (Barcelona, 1927-2014),
un confeso admirador de Gaudí, identificado con la misma sensibilidad y
capacidad creativa, de la ensoñación material del maestro, pero dotado de un
fuerte carácter diferencial y una nítida personalidad. Subirachs dejó pronto
clara su intención, abordaría el trabajo escultórico del templo condal,
mantendría vivo el espíritu de la obra y su sentido narrativo, y lo haría bajo
la admiración gaudiniana, pero con un enfoque y carácter propio. Lo suyo no
sería una imitación, si no una reinterpretación personal y distinguible del
genio.
Siguiendo a
su maestro, Subirachs se trasladó al propio templo en 1986, donde viviría en
los siguientes años en una sencilla vivienda de menos de cincuenta metros
cuadrados, como un eremita, ensimismado en el centenar de obras a las que daría
vida para poblar y vivificar la sobrecogedora fachada. Figuras inmensas,
majestuosas, geométricas, afiladas, rugosas, envolventes, casi medievales, pero
humanas. Con una humanidad, al tiempo divina y hierática, símbolo de la
tendencia de humanización del arte que había defendido en el grupo Postectura,
desde el inicio de su carrera.
Y Subirachs
quedó atrapado. Su pasión por Gaudí y su rechazo a toda imitación o continuidad
que alterara o adulterara la obra del autor le había llevado, incluso, a firmar
un manifiesto en 1965 para exigir la paralización de las obras, de forma que el
templo quedara inconcluso, como el recuerdo latente de su creador. Ese mismo
hecho le hacia vulnerable ante muchos críticos a su actitud. Pero Subirachs
aceptó el reto, y la crítica se rindió ante él. Como hoy, el día de su muerte exponía
Joseph Antoni Calderé, Subirachs es la antesala de Gaudi, la primera imagen que
percibe un público emocionado ante la contemplación de tan sobrecogedora obra.
De
izquierda a derecha, P. Ángel Lucas y P. Antonio Riaño, párroco, Subirachs,
Vicente Sámano, aparejador, Charo Cagigas, Dtra. del Colegio La Paz , Fray Coello, y Mariló González
y Nilo Merino, representantes de la Asociación de Padres. Imagen tomada en el Colegio
La Paz en mayo de
2003
Pero como recordaba
Alex Muntaner, la
Sagrada Familia siempre será el último recuerdo de Subirachs,
pero no el brote único de su genio creador. Subirachs había nacido al arte de
la mano de la abstracción, había crecido con la estética mediterránea
noucentista y había curtido su espíritu con Maillol y Dubrasne en Paris y el
norte de Europa, en los años cincuenta, enriqueciendo pausadamente su
conocimiento de las texturas y los simbolismos y creando sin pausa una obra que
retrata al ser humano en toda su trágica existencia y en una desatada esperanza
vital.
“La
revolución Subirachs”, dio comienzo de la mano de concursos y piezas públicas,
como la peculiar y discutida “Evocación marinera”, del paseo de la Barcelonesa , o el
impactante conjunto escultórico de bronce para el Santuario de la Virgen del Camino de León,
o los Hogares Mundet de Barcelona o la estatua al presidente Maciá en Plaza
Cataluña.
La
explosión vendría después, con su militancia en grupos de vanguardia como la Associació d'Artistes
Actuals (AAA), junto a Enric Planasdurà, Antoni Tàpies, Joan-Josep Tharrats,
Joan Fluvià y Alexandre Cirici i Pellicer o su activismo en grupos sindicales y
sociales.
Su trabajo
transformó y sentó las bases del arte contemporáneo español, en campos como la
arquitectura, el grabado o la escenografía teatral, de la que fue una relevante
figura. Y desde el mundo de la crítica y el periodismo. Y en muchas tierra,
desde grandes ciudades norteamericanas a orgullosas y pequeñas ciudades del
norte de España, como Torrelavega en Cantabria, donde la semilla de su genio
prendió en la maravillosa sencillez de la fachada del Colegio de Ntra. Sra. de la Paz de Torrelavega una obra de
arte volcada en la pasión de educar en la paz y la entrega a los demás, en el
lugar donde enseñar en esos valores es una pasión vocacional.
Hoy nos
deja con un recuerdo inacabado, el del proyectado museo a su labor, que debía
haber nacido cerca del Museo Picasso, y que la crisis de las cajas y sus
fundaciones ha dejado en el camino, junto a 300 esculturas de su colección
personal cedidas a Caixa Penedes, y que aun sufren el olvido.
Fue un
hombre de su época, un amante de la identidad catalana y creador de un arte tan
eterno como el espíritu del hombre, y su pasión por Dios.
Eusebio
Balbás
Colegio
Ntra. Sra. de la Paz ,
SS.CC. Torrelavega (Cantabria)
Imágenes
eolapaz.com , usual.com y RTVE (portada)
1 comentario:
Gracias, Eusebio Balbás, por este magnífico artículo, muy bién documentada, sobre la figura y la obra de Josep M. Subirachs.
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