jueves, 16 de febrero de 2017

Una democracia imperfecta



Si en años anteriores hemos tenido la desgracia de ver como alcanzaban cotas importantes de poder partidos que servían a los intereses de “líderes carismáticos” y bandas de corruptos (recordemos a Gil y su GIL o a Ruiz Mateos), en las últimas elecciones americanas hemos asistido al imposible encarnado, y las próximas de varios partidos europeos puede iniciarse el acabose del triunfo de la demagogia.

En España la situación no dista mucho de las imperfecciones occidentales. Un año de elecciones y parálisis y estos meses de trabajo a medio gas nos hacen asistir a una de las situaciones más neutras, amorfas y resignadas que se recuerdan en una democracia occidental.
Los “congresos”, los ansiados congresos en algunos partidos principales (otro ni se atreve a convocarlo) no han pasado de ser lo mismo que las campañas electorales previas, un batiburrillo de ideas balbuceantes y una constatación más de la política de silencios que se vive en nuestro país.

En el bis a bis (que carcelario), en los debates parlamentarios y mediáticos de estos meses entre políticos experimentados en esto del juego del poder e, incluso, en la administración del estado, solo se han visto patinazos, nervios y más preocupación por no meter la pata y quedar bien ante el electorado de cada uno que de realizar su oficio, explicar, orientar plantear soluciones a problemas que, además, en parte han creado ellos o sus acólitos (y la situación de los estibadores o de las pensiones, temas muy antiguos, son ejemplos).

Reconozco que me siento cada día delante del televisor, en los momentos de información política con toda la buena fe de intentar aprender para, cuando llegue el momento, emitir un voto responsable, razonado y basado en hechos constatables, tal como me han intentado enseñar. Imposible. Tanto como basar mi voto no en lo prometido, sino en lo ya hecho por cada partido, lo cual es aun más desolador.

Me da igual que debate parlamentario, entrevista televisiva o congreso mire. La conclusión es fácil, la mayoría de los que pueblan las cerradas listas de los partidos no demuestran en sus intervenciones ningún tipo de habilidad personal, exigible a un administrador o representante público. Unos no saben hablar, otros no saben organizarse, otros desconocen el programa de su partido (algunos por que no le tienen) y unos cuantos se apuntan todos estos defectos.

En algunos lugares de España, y no son pocos, varios de los que aparecen en las listas han demostrado sobradamente en los últimos años una manifiesta incapacidad técnica, personal o moral para desempeñar un cargo o una representación pública. Lo cual no solo dice poco de ellos, sino de los que se han empecinado en mantenerlos en las listas y en los cargos, no sabemos si por complicidad, por ignorancia o por falta de alguien mejor.

Es frecuente que los diputados no sean vecinos de su circunscripción, que siendo de ella no sean conocidos, ni ellos pretendan lo contrario, y que rara vez se esfuercen por comunicarse con sus electores. En los casos en los que un diputado, que ya es raro, o un partido han abierto perfiles en las redes sociales, estos se abandonaron tras los periodos electorales. De lo que se deduce que el interés por comunicarse e interactuar con los ciudadanos no existía.

Las intervenciones públicas tampoco ayudan a adoptar una actitud positiva ante la política.
Los mítines y declaraciones ante los medios son listados de buenas intenciones, de objetivos programáticos y descripciones de países que yo no reconozco, al menos en mi entorno. Nos piden votar por racionalidad, por responsabilidad, porque el contrario no ha demostrado ser bueno. Nos piden votar por el empleo, por la educación... por tantas cosas obvias, en las que diferenciar a unos de otros se hace difícil. Porque me imagino que otro escenario es imposible.




¿Alguien en su sano juicio pediría el voto para generar más paro?. Creo que no. La cuestión no es la buena voluntad. Sino como hacerlo, con quien hacerlo, a que precio y con que prioridad. Y en cualquiera de esos aspectos la propaganda, en papel o en redes sociales no deja de ser eso, obviedades.

De hecho las elecciones son inútiles, tal como está concebida desde su raíz. La democracia clásica, desde Pericles a Hobbes, partía de la organización de los ciudadanos para proponer mejoras y medios para conseguirlas, plantear objetivos y construir destinos comunes. Ahora no, un grupo de profesionales crean el mensaje, contenidos y propuestas que consideran mejores y, sobre todo, que más pueden agradar, a tenor de lo que digan las encuestas, y nos lo ofrecen, como el salami en el Carrefour, y nosotros elegimos. No creamos, elegimos. Y si alguien decide tomar una posición más activa y se sale de ese carril, llámese Podemos, u otro cualquiera lo más suave que se hace es vilipendiarle y marginarle, por fastidiar el montaje.

A tanto hemos llegado en este planteamiento, que hemos formado una sociedad impulsiva, manipulable y de una cultura política muy dudosa. Esta mañana dos señoras cincuentonas discutían en una panadería de mi ciudad. Tenían claro que Sánchez y Rajoy, en caso de nuevas elecciones, se presentarían para presidente, al tiempo que una pensaba que Iglesias había ganado la alcaldía de Madrid este fin de semana.
No quise preguntar que pensaban ellas que habían votado en junio. Y en realidad igual da lo mismo. Los que aparecen en las listas carecen en su mayoría de interés, pocos se fijan en ellos, si siquiera en las elecciones al senado, que son listas abiertas, al final, el diputado o senador no es tu representante, no le eligen con ese criterio, ni sabrás nunca más de él, ni podrás emplearle como medio para solucionar tus problemas. Son solo una herramienta para que el amado líder alcance el poder, un voto más al saco. Un líder que será, además votado, independientemente de lo que diga.
Así de irracional, desesperado y emocional es el voto. En las comunidades donde gobierna un partido u otro, el voto nada tiene que ver con la labor de tu alcalde o presidente regional, por muchos hospitales que haya cerrado. Igual es resignación, quizá venganza contra un gobierno que en parte nos ha traído hasta este foso, quizá solo incultura, falta de racionalidad al tomar decisiones.
Y hablando de tomar decisiones. ¿No debería garantizarse la equidad en las propuestas?. Nunca he entendido porque el partido que ganó las pasadas elecciones y es el responsable de muchos desaguisados, es el que más minutos tiene en la propaganda (vaya nombre) electoral. Con lo que el bombardeo de ideas, casi todas basadas en la emotividad, es terrible. Unido al hecho de que los comentarios de los analistas, y las encuestas continuas, influyen en el votante, más que los mismos programas. Cada elección es distinta, en cada una deberíamos oír a todas las organizaciones y a todas las propuestas, hasta las extraparlamentarias. De lo contrario no es que favorezcamos el bipartidismo, si no una enfermiza endogamia.

Así es nuestra democracia, imprescindible, valiosa, pero imperfecta, remediablemente imperfecta.


Imágenes El Independiente

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