Si en años
anteriores hemos tenido la desgracia de ver como alcanzaban cotas importantes
de poder partidos que servían a los intereses de “líderes carismáticos” y
bandas de corruptos (recordemos a Gil y su GIL o a Ruiz Mateos), en las últimas
elecciones americanas hemos asistido al imposible encarnado, y las próximas de
varios partidos europeos puede iniciarse el acabose del triunfo de la
demagogia.
En España
la situación no dista mucho de las imperfecciones occidentales. Un año de
elecciones y parálisis y estos meses de trabajo a medio gas nos hacen asistir a
una de las situaciones más neutras, amorfas y resignadas que se recuerdan en
una democracia occidental.
Los “congresos”,
los ansiados congresos en algunos partidos principales (otro ni se atreve a
convocarlo) no han pasado de ser lo mismo que las campañas electorales previas,
un batiburrillo de ideas balbuceantes y una constatación más de la política de
silencios que se vive en nuestro país.
En el bis a
bis (que carcelario), en los debates parlamentarios y mediáticos de estos meses
entre políticos experimentados en esto del juego del poder e, incluso, en la
administración del estado, solo se han visto patinazos, nervios y más
preocupación por no meter la pata y quedar bien ante el electorado de cada uno que
de realizar su oficio, explicar, orientar plantear soluciones a problemas que,
además, en parte han creado ellos o sus acólitos (y la situación de los
estibadores o de las pensiones, temas muy antiguos, son ejemplos).
Reconozco
que me siento cada día delante del televisor, en los momentos de información
política con toda la buena fe de intentar aprender para, cuando llegue el
momento, emitir un voto responsable, razonado y basado en hechos constatables,
tal como me han intentado enseñar. Imposible. Tanto como basar mi voto no en lo
prometido, sino en lo ya hecho por cada partido, lo cual es aun más desolador.
Me da igual
que debate parlamentario, entrevista televisiva o congreso mire. La conclusión
es fácil, la mayoría de los que pueblan las cerradas listas de los partidos no
demuestran en sus intervenciones ningún tipo de habilidad personal, exigible a
un administrador o representante público. Unos no saben hablar, otros no saben
organizarse, otros desconocen el programa de su partido (algunos por que no le
tienen) y unos cuantos se apuntan todos estos defectos.
En algunos
lugares de España, y no son pocos, varios de los que aparecen en las listas han
demostrado sobradamente en los últimos años una manifiesta incapacidad técnica,
personal o moral para desempeñar un cargo o una representación pública. Lo cual
no solo dice poco de ellos, sino de los que se han empecinado en mantenerlos en
las listas y en los cargos, no sabemos si por complicidad, por ignorancia o por
falta de alguien mejor.
Es
frecuente que los diputados no sean vecinos de su circunscripción, que siendo
de ella no sean conocidos, ni ellos pretendan lo contrario, y que rara vez se
esfuercen por comunicarse con sus electores. En los casos en los que un diputado,
que ya es raro, o un partido han abierto perfiles en las redes sociales, estos
se abandonaron tras los periodos electorales. De lo que se deduce que el
interés por comunicarse e interactuar con los ciudadanos no existía.
Las
intervenciones públicas tampoco ayudan a adoptar una actitud positiva ante la
política.
Los mítines
y declaraciones ante los medios son listados de buenas intenciones, de
objetivos programáticos y descripciones de países que yo no reconozco, al menos
en mi entorno. Nos piden votar por racionalidad, por responsabilidad, porque el
contrario no ha demostrado ser bueno. Nos piden votar por el empleo, por la
educación... por tantas cosas obvias, en las que diferenciar a unos de otros se
hace difícil. Porque me imagino que otro escenario es imposible.
¿Alguien en
su sano juicio pediría el voto para generar más paro?. Creo que no. La cuestión
no es la buena voluntad. Sino como hacerlo, con quien hacerlo, a que precio y
con que prioridad. Y en cualquiera de esos aspectos la propaganda, en papel o
en redes sociales no deja de ser eso, obviedades.
De hecho las
elecciones son inútiles, tal como está concebida desde su raíz. La democracia
clásica, desde Pericles a Hobbes, partía de la organización de los ciudadanos
para proponer mejoras y medios para conseguirlas, plantear objetivos y
construir destinos comunes. Ahora no, un grupo de profesionales crean el
mensaje, contenidos y propuestas que consideran mejores y, sobre todo, que más
pueden agradar, a tenor de lo que digan las encuestas, y nos lo ofrecen, como
el salami en el Carrefour, y nosotros elegimos. No creamos, elegimos. Y si
alguien decide tomar una posición más activa y se sale de ese carril, llámese
Podemos, u otro cualquiera lo más suave que se hace es vilipendiarle y
marginarle, por fastidiar el montaje.
A tanto
hemos llegado en este planteamiento, que hemos formado una sociedad impulsiva,
manipulable y de una cultura política muy dudosa. Esta mañana dos señoras
cincuentonas discutían en una panadería de mi ciudad. Tenían claro que Sánchez
y Rajoy, en caso de nuevas elecciones, se presentarían para presidente, al
tiempo que una pensaba que Iglesias había ganado la alcaldía de Madrid este fin
de semana.
No quise
preguntar que pensaban ellas que habían votado en junio. Y en realidad igual da
lo mismo. Los que aparecen en las listas carecen en su mayoría de interés,
pocos se fijan en ellos, si siquiera en las elecciones al senado, que son
listas abiertas, al final, el diputado o senador no es tu representante, no le
eligen con ese criterio, ni sabrás nunca más de él, ni podrás emplearle como
medio para solucionar tus problemas. Son solo una herramienta para que el amado
líder alcance el poder, un voto más al saco. Un líder que será, además votado,
independientemente de lo que diga.
Así de
irracional, desesperado y emocional es el voto. En las comunidades donde
gobierna un partido u otro, el voto nada tiene que ver con la labor de tu
alcalde o presidente regional, por muchos hospitales que haya cerrado. Igual es
resignación, quizá venganza contra un gobierno que en parte nos ha traído hasta
este foso, quizá solo incultura, falta de racionalidad al tomar decisiones.
Y hablando
de tomar decisiones. ¿No debería garantizarse la equidad en las propuestas?.
Nunca he entendido porque el partido que ganó las pasadas elecciones y es el
responsable de muchos desaguisados, es el que más minutos tiene en la propaganda
(vaya nombre) electoral. Con lo que el bombardeo de ideas, casi todas basadas
en la emotividad, es terrible. Unido al hecho de que los comentarios de los
analistas, y las encuestas continuas, influyen en el votante, más que los
mismos programas. Cada elección es distinta, en cada una deberíamos oír a todas
las organizaciones y a todas las propuestas, hasta las extraparlamentarias. De
lo contrario no es que favorezcamos el bipartidismo, si no una enfermiza
endogamia.
Así es
nuestra democracia, imprescindible, valiosa, pero imperfecta, remediablemente
imperfecta.
Imágenes El
Independiente
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