Durante
quince años, el programa de prensa escuela "El país de los
Estudiantes" nos ha ayudado a crecer, a madurar y a aprender. Un proyecto
que ha sido partícipe de la formación de muchos jóvenes que hoy, curiosamente,
devuelven todo lo aprendido, en otras sociedades, en otros países.
Habían
pasado ya doce años, y nos pareció el momento para contar nuestra aventura. Doce
años en los que proyectos como eolapaz o El País de los Estudiantes nos han dado
la oportunidad de aprender, de arriesgar, de conocer y de participar en el mundo
que nos rodea. Habíamos cambiado la fría mesa del aula por un autobús o un
tren, el bolígrafo y el cuaderno, por una cámara o una grabadora, a nuestro
profesor de siempre por ciudadanos de muchos rincones de España. El viaje
cotidiano al aula se había transformado en un viaje por la vida, cada año
distinto, cada vez más intenso.
Joaquín
Ruiz, el director del documental que pretendíamos grabar sobre nuestra
historia, era un antiguo compañero que no había podido vivir en sus años el
EPE, pero que en los siguientes había visto en sus caras la ilusión de aquellos
escolares. Lo primero que nos pidió era una lista con aquellos 250 jóvenes que
habían protagonizado la aventura de “el periódico”. Pero el problema es que
muchos se habían ido, o les habían echado, no sabemos bien.
El primer
equipo contaba con un líder claro, el jefe de maquetación, Pablo Fernández
Herbosa. Ingeniero de Obras Públicas, Pablo, un alumno estudioso y formal,
había descubierto en aquel concurso su lado más indómito. Tras acabar la
carrera brillantemente y haber entrado en la final del primer EPE (en la que
los lectores votaban a los ganadores) Pablo se dio de bruces con la realidad.
Nadie necesitaba en su país a un ingeniero joven lleno de ideas. Echó tantos
curriculums que se salieron de España, y solo fuera de ella encontró respuesta.
Hoy está en Dallas, construyendo carreteras y enseñando por esos lares cuanto
aprendió en España, y dándonos ánimos. Los mismos que nos ha transmitido Esther
Ceballos Luengas, la primera de una familia de periodistas de eolapaz. Con un
expediente excelente en bachillerato y en la Escuela de Traductores de Granada, pronto
descubrió que la cara formación que había recibido en la universidad española
no se iba a revertir en su país. “En 2007 era más fácil conseguir un erasmus, y
me fui. Desde mi primer día en Lovaina me di cuenta que en España me esperaba
un largo peregrinar por becas de colaboración, con suerte, mientras que en
Europa, a una joven con formación se la abrían muchas puertas. Un año después
me hicieron una oferta en Francia. He intentado volver, pero la máxima
aspiración sería vivir en precario y con perores condiciones laborales”.
Esther se
había ido el mismo año en que empezaba su carrera Luís Díaz Díaz, un reservado
redactor de eolapaz de ese año que había descubierto el mundo en aquella
redacción, sacando a la luz su lado más crítico y brillante. “Aquella mañana en
que me dejaron en la estación de tren mis compañeros yo solo me preguntaba que
hacía allí, solo, camino de Madrid”. Cuando aquella tarde Luís entrevistó en su
despacho del ministerio de industria a José Montilla, los nervios
desaparecieron. Cuando todo terminó, aquel muchacho inquisitivo y creativo,
regresó a Madrid para así obtener la doble licenciatura de derecho y
económicas. Pero, tras acabar, le esperaba una España en recesión. En sus
tiempos de escuela, al teclado de un ordenador de la redacción de eolapaz,
había aprendido a volcar su ilusión en un proyecto, a oir “no” y no rendirse, a
trabajar en simbiosis y a ser distinto, innovador. Pero ni la palabra mágica de
este siglo, “emprendedor”, le había servido. Tanto esfuerzo, tanta preparación,
tantas experiencias, servía ahora para poco. Ni trabajo, ni ayuda estatal, ni
créditos. Sus ideas y su valía no servían. E hizo exactamente lo que había
aprendido, coger una maleta, creer en si mismo e iniciar una aventura, como
cuando montó en aquel tren, con tan solo 17 años, para hablar con un ministro.
Ahora el lugar era otro, Perú, pero el espíritu el mismo.
Allí, en
una sociedad más receptiva a gente que aporte riqueza, fundaría en pocos meses,
con Richard y Sergio, Agoindustrial Valle Verde, una importante empresa
agroalimentaria en San Isidro, de la que es gerente. Algunas semanas se acerca
a Miraflores, a la casa de Gonzalo Calle, el jefe de deportes de eolapaz y del
EPE 2008, economista y miembro de la selección española junior de surf, que
aprovechó una beca del Banco de Santander para terminar sus estudios en la Universidad de Lima.
Hoy trabaja en un banco internacional de inversión.
Juntos,
frente a una playa del Pacífico, hay tardes, tras el trabajo, en que recuerdan
aquellos años inquietos de colegio en los que iniciaron una aventura, la de
crear un periódico. Ahora sueñan con iniciar otra, la de volver a casa.
Imagen
Gonzalo Calle
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