Siete
treinta. Ha pasado la noche en vela, pendiente de un sonido esquivo, en la
antepenúltima estrofa, de la penúltima rima, de su último verso, ese que
musicado alimenta sus sueños. Toma un café de pie y un bollo en Brada, en la
esquina sur de la Cava Baja ,
mientras alimenta su imaginación en mil conversaciones que sobrevuelan. Desde
que dejó Mitens y creó Wild Honey, su personal proyecto de lo que el llama
“cosmic bedroom music”, compone de noche, se alimenta a sorbitos y endulza las
calles de Madrid con sus sonidos sureños, sus aires ochenteros y su personal
capacidad de recrear el viento, con su guitarra y su voz escurridiza. Grabo su
primer largo en su piso, peleando con vecinos y cobradores.
Lo diseño,
lo embolso en un primoroso estuche de contenido rojo, cual fancine, y, metido
bajo el brazo se lo llevó a Nashville, para que Brad Jones le diera el toque
selecto que precisaba. Así, de la imaginación de Guillermo y la creatividad
estética de Grande Graphics nació “Epic Handshakes and a Bear Hug”, una
colección de temas breves, intensos y hechos con gusto, a los acordes de
guitarras, ukeleles, palmas y trompetas. Hoy es un trabajo creativo alabado sin
fisuras, en las cunetas del mercado, por lo que ausente de futuro. Guillermo
decidió extender a su costa su obra, una siembra esteril. Licencias Creative
Commons, descargas gratuitas en la red, en calidad asombrosa, y venta por
correo, en un glamuroso estuche, para cuatro coleccionistas, tres románticos y
dos familiares.
Once
treinta. Llueve en la esquina de Pozo Amargo, a una vuelta de Santa Isabel.
Pese a que hace frío, acurrucada en un portal, Lola Tenare pulsa con delicadeza
su guitarra, entremezclando sones de Joan Baez y versos de su alma. Y no esta
sola. Dos docenas de japoneses, han hecho un alto, camino del entierro de
Orgaz, atrapados por una melodía creativa, subyugante, intensamente doliente, y
valerosamente viva. No han entendido nada de las letras, pero han comprendido
cada imagen que ella les ha contado. Al caer el cierre del comercio de Toledo
se encamina al barucho de Ibrahim Imored. Come despacio, en una esquina, un
kebab agridulce, como su vida, mientras compone absorta todo lo que la bulle en
la cabeza. Dos cazatalentos ya la han encontrado, pero se resiste a la
esclavitud propia del negocio. Cinco años de exclusividad, ocho por ciento de
ingresos de mercado, cinco de taquillas y coste de músicos a medias. Y sin
decir no. Aceptará todas las decisiones de la discográfica. Son tantas
imposiciones que no la han cabido en la cabeza.
Cuatro de
la tarde. En algún lugar del Borne de Palma. Saih es libanés, Jeremy hondureño.
Una mezcla de sueños perdidos que hace bailar a los turistas de San Juan de
Malta, o a los cansados viajeros de la plaza de Cort. Han sabido crear un
sonido vivo, intenso, de esos que tiran de los pies, pero pleno de melancolías,
de olores a enebro, a cedro y albahaca. Jeremy es el único del matrimonio capaz
de encerrar tanta belleza en un cede, al que Saih viste en cartulinas dibujadas
a plumilla, con todo lo que salvo de su tierra, y ahora vive a buen recaudo, en
su mente. Hace unos días descubrieron que uno de sus escuchantes era Judas
Iscariote, les escucho, les encerró en una foto de móvil y les compró su música
enlatada. Hoy ese tema, al que la falta de pasta impidió registrar, forma
parte, bien mutilado y maltrecho, de la banda sonora de un joven artista,
fabricado en una factoría de discos. Montoro no lo sabe, pero les han robado,
claro que fuera de la red.
Nueve y
media. En algún despacho de una cadena nacional, cuatro sesudos ejecutivos,
chorreando masters, han decidido cerrar el paso a una chica con talento en un
programa de eso, no creen que tenga morbo suficiente para la audiencia. Unos
minutos después Tomás Sánchez comienza a descargarse el último disco de Sabia,
al tiempo que un alto funcionario del estado archiva por enésima vez una ley de
protección cultural.
Diez y
once, un directivo de comunidad autónoma relee informes, la buena música que
subvenciona no le ha dado votos, hay que gastar el dinero en algo más cutre,
pero que de más entradas en prensa.
A cualquier
hora decenas de talentos culturales, con un buen proyecto bullendo en su cabeza
creen en un sueño que no existe, una sociedad que apoya la cultura y un
gobierno qye apuesta por la creación.
Alguien
debería decirles a todos ellos que solo sirve lo que da dinero, solo vale lo
que da riqueza al que ya la tiene, solo encuentra apoyo lo que nos resulta
gratis. Solo hay vida en el mercado, aunque sea una canción.
Imagen Sara
Dubois
No hay comentarios:
Publicar un comentario