La lucha
contra el cambio climático que amenaza la vida en la tierra, permanece abierta
en todos los frentes. La situación de riesgo, lejos de corregirse, se agrava
cada día por una acción humana descontrolada y poco realista.
Uno de los
casos más paradigmáticos es el de España, donde la política sigue su implacable
destrucción medioambiental, amparada en una total falta de previsión y control
urbanístico y una atomización de las administraciones públicas que impiden una
gestión coherente de los recursos.
Al hilo de
ello, el Fondo Mundial para la
Naturaleza (WWF) ha emitido en estos días un informe en el
que critica ásperamente la locura de un desarrollo sin freno de desaladoras en
España. El informe denuncia que España optó (y no ha rectificado
suficientemente) por un gigantesco plan de desalación que le ha convertido en
el país de Occidente con mayor capacidad en este campo, por encima de países
con mayor capacidad tecnológica y necesidades hídricas. Aunque en un principio
el plan se impulsó para evitar los supuestos graves daños a los ecosistemas
fluviales españoles que se verían afectados por el plan de trasvases del
gobierno Aznar y su Plan Hidrológico Nacional, y con fines solo agrarios, lo
cierto es que a día de hoy el plan actual de desaladoras ha respondido más a
cuestiones políticas (la gestión del Ebro por la Generalitat ), y a
seguir el rebufo de un urbanismo descontrolado del que son responsables los dos
grandes partidos nacionales.
Para Jaime
Pittock, director del Programa Mundial de Agua Dulce, no estamos hablando de un
sistema generalizable hasta el infinito, ni una primera opción a la hora de
garantizar el suministro de agua a la población, dados sus altísimos costes, la
emisión de gases de efecto invernadero, la destrucción de las costas, y el
impacto de las salmueras resultantes sobre los ecosistemas marinos.
Aunque el
fenómeno se esta generalizando de manera insólita, estando ya en marcha
ambiciosos programas de desalación en Australia, Oriente Medio, EEUU, Reino Unido,
India y China, la situación en España desborda los limites de lo razonable,
según los expertos de la WWF.
En el resto del mundo, la desalinización es una estrategia
acompañada de otras medidas, como la reutilización de aguas fecales mediante
técnicas de membrana, y para solucionar la falta de abastecimiento en áreas muy
pobladas y carentes de recursos. Pero en ningún caso se ha empleado de forma
masiva para convertir en áreas de cultivo terrenos áridos (Almería) o para
poblar zonas previamente despobladas, destruyendo el ecosistema previo (la
urbanización masiva de la costa. En este sentido, los informes de varias
organizaciones ecologistas son claros.
La
construcción de áreas residenciales en el último año, duplica el mismo fenómeno
en Francia, Alemania y Reino Unido juntos.
La gravedad
no solo esta en el impacto sobre el medio de la Península , sino la
exportación del sistema a través de empresas españolas que han convertido esta
maldad en un jugoso negocio, que están extendiendo a otros lugares.
El fondo
del problema radica en una deficiente gestión de los recursos, en un
despilfarro irracional y en un planteamiento económico y urbano insostenible.
De hecho, recordemos que España es el país del mundo que mas agua desalinizada
dedica a la agricultura. Y el país occidental con mayor numero de segundas y
terceras viviendas. Y ello por que pese al alto coste del agua desalinizada, el
Gobierno español financia esa agua desde 1983, creando una situación de mercado
irreal.
¿Soluciones?.
De principio frenar este plan de construcción y establecer un precio real que
ajuste la relación oferta demanda.
En segundo
lugar se muestra urgente una política de amparo a recursos sostenibles de agua,
y una protección de las fuentes naturales (ríos, acuíferos y zonas húmedas).
En tercero,
un replanteamiento de los usos agrarios, impidiendo aquellos de alto coste
social y ambiental, a la vez que la administración central asume competencias
exclusivas de planificación urbanística que eviten la locura destructiva de
nuestros litorales, con las necesidades de servicios que ello plantea.
En cuarto
una gestión del agua que controle los malos usos y el despilfarro, tales como
la modernización de redes de abastecimiento urbanas –en las que en la
actualidad se pierde uno de cada cinco litros de agua- y de regadíos.
No es
necesario ver documentales de Al Gore para ser conscientes de que nuestra
relación con el medio atraviesa un momento critico que demanda una labor
multidireccional y multidisciplinar, no basada solo en golpes de efecto y
anuncios, sino en un replanteamiento total de nuestra forma de vida.
Imagen
portada iagua.com
Gráfico La
verdad de Murcia
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