martes, 7 de febrero de 2017

Cien imágenes para ser libres y un títere para ser esclavos (II)



Periódicamente la organización de los derechos del periodismo libre “Reporteros sin Fronteras”, pone a la venta un libro de imágenes que defienden la libertad, dando muestra de donde no existe, o de quien muere por ella. De todos ellos guardo con especial cariño, por ser de un gran amigo, la edición 2006, encargada en su factura a Studio Harcourt, una prestigiosa agencia fotográfica, dedicada desde 1934 a retratar a grandes estrellas de todos los ámbitos sociales. La iniciativa, que pretende llamar a las conciencias sobre la libertad de expresión, y recaudar dinero para defenderla, es continuada cada año, señal inequívoca de que no escarmentamos, y de la maldad huele a sangre, cuando presiente un reportero.


Cada año se envuelve en un título. El mío se enarbolaba con “Estrellas por la libertad de prensa” e incluye en total 100 fotografías que retratan varias generaciones de estrellas, personas al fin, que han contribuido a nuestra memoria colectiva.

Es un esfuerzo más en el intento de proporcionar esperanza, y, si es posible una salida, a “hombres y mujeres que, apartados de la vista, se pudren en las cárceles simplemente por haber cumplido con su trabajo: informar”, según manifestaba la organización.

En la actualidad, según datos que obran en poder de RSF, más de 130 periodistas y 60 ciberdisidentes se encuentran encarcelados por “haber querido denunciar la corrupción y dar caza a la verdad”.

Son una muestra de hombres y mujeres de verdad, afanados sin miedo ni pausa por defender y extender, no solo la verdad, sino unos valores cívicos innatos al ser humano, y a veces desaparecidos en medio de la perversidad, y de la ignorancia.

Pero frente a las imágenes que surgen para defender la libertad y la verdad, aquella por la que hay gente que muere, hay canciones e imágenes que permiten vivir a los que matan la vida y la libertad, aunque claro, esto es opinable. Y si no que se lo digan a la Audiencia Nacional, que ha lidiado con los integrantes de un grupo de títeres que responde al nombre “artístico” de Títeres desde abajo.

A estas alturas, y tras un año de portadas, pocos serán los que permanezcan vírgenes ante la historia de estos muchachos. Un grupo de artistas creado por Raul Griot en Granada en 2012, con apoyo de grupos anarquistas y anti sistema que ha hecho bandera de la lucha contra capitalistas, políticos, banqueros y demás explotadores. Y hasta ahí nada que se pueda objetar. No solo en aras de la libertad de expresión, si no porque con las críticas a esos personajes, modelos y sistemas comulgamos casi todos.

Obviemos incluso el hecho de que en el cartel de su polémica obra infantil de los carnavales madrileños de hace un año se anuncia otra contra la democracia. Obviémoslo.

Pero de lo que estos días se discute, y la justicia deberá opinar ante el reestreno de la obra en Madrid (u otra similar) es de otro tema. Un grupo que usa como banda sonora en algunos de sus montajes la canción “Sucedió en Beckelar”, del grupo “Mamá Ladilla”, que promueve la sodomización colectiva y el mega empalamiento de una persona (en este caso el Rey, pero eso es accesorio), no parece ser custodio de un gran acervo de valores, al menos de los que entendemos deben ser transmitidos.

Es difícil entender como ideología a defender un conjunto de impulsos, peticiones y propuestas que desean la muerte a las personas, atacan a su dignidad, maldicen a ciudadanos y describen la crueldad imprimida en la piel de la gente. Pero eso, según quien opine, no es delito. Desear que un ser humano explote como un cerdo, sea ahorcado, acuchillado, arrastrado o desmembrado no lo es. Es un deseo loable y que la sociedad debería alabar.

A fin de cuentas se trata de monjas, policías, banqueros, representantes sociales o mercachifles. Y claro, si se mata según a que personas, eso no es un delito según algunos sectores. Un argumento que ya tenemos muy escuchado. Suena a la justificación que blanden etarras, yihadistas y hasta corruptos y desalmados que arruinan la vida de muchos de nuestros conciudadanos, que por eso luchamos contra ellos.

¿Luego desear la muerte cruel y el sadismo sobre un ser humano no es violencia?. Inculcar en las nuevas generaciones (o en las antiguas) que la violencia (verbal, física, económica o política) no es delito según circunstancias o destinatarios, no es delito?. Abrir el melón de que cualquier acto o idea es admisible según quien la muestre, no es delito?. ¿Pensaríamos igual si los objetos de la violencia de la obra fueran musulmanes, judios o subsaharianos?.

Y en todo ello, el factor infantil tampoco es desdeñable. Pretender dar a entender que los demás somos tan necios de no distinguir un acto delictivo de una simple sátira es pretender contar que con seis años, todo niño distingue tonos, ironías y dobles sentidos y que es capaz de elaborar pensamientos que disciernen discrimatoriamente, que medios deben ser usados en cada caso según lo que él entienda, objetivamente, que son las circunstancias. Educar en la justicia desde el feto es entendible, adiestrar en como usar la violencia según convenga, es un terreno muy peligroso. Y ya con Franco tuvimos suficiente.

Han razonado los defensores del grupo que desear “artisticamente” la violación y ejecución de monjas, políticos y banqueros no ensalza el terrorismo ni justifica las acciones de sadismo, ni supone desprecio alguno a las víctimas de cualquier violencia (que un machista podría usar estos argumentos hábilmente).

Conviene recordar que la categoría de “chivato” ha servido a ETA para justificar sus crímenes. La de banquero permitió actuar al GRAPO, y la de homosexual a Franco o a Pinochet, por ejemplo.

Es lo mismo que se dijo de aquel empleado de una tienda de bicis de San Sebastián, padre de dos hijos, que recibió un tiro en la nuca en 1997. Es la frase que tantas veces he escuchado en mi tierra, y que tanta sangre y dolor nos ha costado a los vascos. “Algo habrán hecho”.

Quizás si no os contásemos que Reporteros Sin Fronteras busca ayuda para ayudar a quienes luchan y mueren por la verdad, no sabríais nada de esos periodistas, moribundos en vida en mil cárceles pérdidas, en mil infiernos ocultos, de mil sombras que se ciernen sobre la gente sencilla del mundo.

Pero aunque yo no os lo cuente, seguro que la mayoría sabéis que amenazar, desear el dolor ajeno, perseguir a quien dice aquí la verdad y aplaudir a quien con violencia se ensaña en su prójimo, no es delito.

Olvidaros de que hoy os hablo de unos titiriteros. Imaginaros a tuiteros de verbo salvaje, imaginaros las diatribas de Inda o las pintadas contra un niño en la puerta de su casa, por ser débil. Mi argumento sería el mismo.

Curioso país donde callar la verdad es prudente y suplantar la libertad con violencia es licito. Curioso país que vende libros para quien la cárcel de la arbitrariedad calla su boca, y defiende a quien con un guiñol o un tweey mata conciencias y vidas, que con un teatro o un mensaje anónimo nos hace esclavos del miedo.


Imagen Huffington Post

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