La muerte
no es nada sencilla. Estamos tan determinados a la vida, y esta se abre paso de
una manera tan intensa, que aunque una amenaza inexorable se cierna sobre
nosotros, miles de mecanismos de respuesta se desatan en nuestro interior a fin
de cerrar el río por el que se nos escapa.
Y cuando
nuestro cuerpo, a punto de rendir la plaza, se siente ya impotente, preso del
final, un ejército que permanecía en la sombra, se abre paso en la batalla y
con su ayuda, nos rescata. Llamamos a esos jinetes humanos. De azul, de blanco
o de verde, pero humanos. Disfrazados de vecinos y amigos, o en vistosos
vehículos adornados con sirena, pero al fin todos tocados de alma.
Pero en
toda guerra hay deserciones. Cobardes y malvados que reniegan de su especie y
contradicen la ley de la vida. Carcaño y sus secuaces forman parte de ese
ejército de orcos traidores, que contraviniendo las leyes humanas, las del
corazón, y las del universo, las de la fuerza de la vida, acabaron con Marta, y
desde entonces siguen matando.
La vida
humana no es solo un flujo de sangre, no se limita a la química y las agrupaciones
celulares en las que la quieren encerrarla reduccionistas asesinos listos con
avidez a matar niñas, a matar hombres o a matar mujeres. Es algo más. La vida
de Marta acabó entre nosotros, nuestra vida colectiva sigue amenazada, y con
ella la de nuestros miembros. Aunque respiren.
Aunque la
pena mayor fue aquel 24 de enero, en que mataron a Marta, siete años después,
el único acta de defunción, en ausencia del de Marta, es el de nuestro sistema
judicial, social y educativo. Durante años una familia ha quedado expuesta a la
incertidumbre y a la inquisitoria mirada pública. Nada saben de cierto sobre su
hija, nada concluye que pueda estar muerta, presa en un zulo hasta su muerte,
desaparecida o ..
Y ello bajo
la mirada de quien ha ido tornando la pena compartida en queja sobre los
comportamientos de la niña, la educación recibida y la factura que nos espera
tras esta ingente búsqueda. Cuando el único culpable es Carcaño y los suyos.
Años de
angustia marcados por un despliegue desconocido de medios para buscar un
cadáver sin el que algunos de los asesinos podrían quedar impunes o bien
parados, ante la imposibilidad de asegurar que ha habido un asesinato, ni tan
siquiera un homicidio y quienes colaboraron en él.
Que ahí
esta el caso de Publio Cordón y ahí esta el hecho de que sin probar la
intencionalidad de la muerte, no existe asesinato, como mucho, tan solo,
accidente.
No puedo
aceptar como ser humano las criticas, pero entiendo la desazón de quienes
habiendo perdido a un ser querido, habiendo desaparecido este, caso de Jeremy,
no han contado con el mismo respaldo, los mismos medios y el mismo consuelo de
administradores y políticos.
Pero ni la
culpa esta en Marta, ni esta en su familia, ni quizá en quienes la buscan, por
más que las diferencias de trato con casos anteriores sean apabullantes.
Es una
obviedad, pero igual es oportuno recordarlo, la culpa es del que mata. Del que
siendo humano, y dotado de razón, se cree señor de la vida o no es capaz de
controlar sus instintos y mata. La culpa es de quien desprecia a sus semejantes
y mata. La culpa es de quien miente, engaña y manipula conscientemente, tirando
a la basura durante sesenta días, la vida, el honor, la tranquilidad y el
dinero de una familia y de una sociedad.
Y ahí falla
algo. Falla el hecho de que un grupo de asesinos sean capaces de impedir que
salga su humanidad a flote, y con plana sangre fría jueguen con una sociedad
entera al escondite. ¿Cuántas veces han cambiado de versión?. Cuantas veces han
engañado a la policía, los jueces y a quien se ponga por delante, en un acto de
desprecio inmenso hacia todos nosotros?.
Asistimos,
quizá sin ser muy conscientes, al nacimiento de una nueva sociedad, plagada
cada vez más, de individuos amorales, no solo capaces de dar cumplida cuenta de
la vida de quien se tercie, sino de carecer después de todo sentimiento de
culpa, de toda reacción ética y de toda capacidad de enmienda. Y en ese
recipiente esta el asesino, los colaboradores necesarios, el entorno familiar y
social que antes de matar aplauden, facilitan o toleran sentimientos necesarios
para matar, como el analfabetismo integral, el desprecio a los demás, la falta
de esperanza o la carencia de habilidades sociales, y ahí esta el aparato
judicial, policial y educativo que o toleran a estos mutantes, a estos parias,
encerrados en guetos urbanos marginales, o que, llegado el caso, y amparados en
no se que principio de una igualdad que no existe, por desgracia, en nuestro
mundo, retuercen la ley incumpliendo el sagrado deber de buscar la verdad, no
la escapatoria del asesino, caso del abogado defensor.
Y si os
parecen apocalípticas mis palabras, buscar en Internet, será fácil que
encontréis varios blogs y espacios de apoyo a Carcaño (apoyosamiguel), que
entienden que la sociedad se esta pasando con él. O televisiones y revistas que
entrevistan a su madre, a su novia …
¿Mientras
tanto, cuantas mujeres y niñas están amenazadas en este momento por otros
carcaños?. ¿Cuántas, sin ser plenamente conscientes, han dejado su vida al
arbitrio de estos orcos?. ¿Cuántas por amor, atracción o desesperanza están
ahora, sin saberlo, ante el rostro de la muerte?.
Imagen ABC
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